Est 4, 17 k-m, r-t (Lectura correspondiente a la memoria de Santa Edith Stein)
En aquellos días, la reina Ester se refugió en el Señor, presa de mortal angustia. Despojándose de sus magníficos vestidos, se vistió de angustia y duelo. En vez de exquisitos perfumes, echó sobre su cabeza ceniza y suciedad, humilló su cuerpo hasta el extremo, encubrió con sus desordenados cabellos la gozosa belleza de su cuerpo, y suplicó al Señor, Dios de Israel, diciendo: “Señor y Dios nuestro, tú eres único. Ven en mi ayuda, que estoy sola y no tengo socorro sino en ti, y mi vida está en peligro.
“Yo oí desde mi infancia en mi tribu paterna, que tú, Señor, elegiste a Israel de entre todos los pueblos, y a nuestros antepasados de entre todos sus mayores, para ser herencia tuya para siempre, cumpliendo en su favor cuanto dijiste. Ahora hemos pecado en tu presencia, nos has entregado a nuestros enemigos, porque hemos honrado a sus dioses. ¡Justo eres, Señor! No entregues, Señor, tu cetro a los que nada son; que no se regocijen por nuestra caída. Vuelve en contra de ellos sus deseos, y el primero que se alzó contra nosotros haz que sirva de escarmiento. Acuérdate, Señor, y date a conocer en el día de nuestra aflicción; y dame a mí el valor, rey de los dioses y señor de toda autoridad. Pon en mis labios palabras armoniosas cuando esté en presencia del león; vuelve el odio de su corazón contra el que nos combate, para ruina suya y de los que piensan como él. Líbranos con tus manos y acude en mi socorro, que estoy sola, y a nadie tengo, sino a ti, Señor.”
Hoy la Iglesia conmemora a Santa Teresa Benedicta de la Cruz, que es bastante conocida, al menos en los países de habla alemana. Edith Stein –ese es su nombre de pila– nació el 12 de octubre de 1891 en Breslau, y sufrió el martirio el 9 de agosto de 1942 en el campo de concentración nazi de Ausschwitz (Polonia). Edith Stein era judía, una estudiada filósofa. Gracias a las obras de Santa Teresa de Ávila, encontró la fe en Jesús y en su santa Iglesia. A los 42 años ingresó al Carmelo en la ciudad de Colonia. Siempre conservó su identidad judía y, a pesar de haberse convertido al catolicismo, fue perseguida por los nazis, quienes la deportaron a Ausschwitz junto con su hermana, donde sufrieron la muerte en una cámara de gas.
De camino al campo de concentración, Teresa Benedicta escribió las siguientes palabras: “Ya desde ahora acepto con gozo, en completa sumisión y según su santísima voluntad, la muerte que Dios me haya destinado. Ruego al Señor que acepte mi vida y muerte para su honra y gloria, por todas las intenciones de los santísimos Corazones de Jesús y de María y de la Santa Iglesia, especialmente por la preservación y santificación de nuestro santo Orden, en reparación por la incredulidad del pueblo judío, y para que el Señor sea reconocido por los suyos, y que su Reino venga con toda su magnificencia para la salvación de Alemania y la paz del mundo; finalmente por mis familiares, vivos y difuntos, y por todos los que Dios me ha confiado: que ninguno de ellos se pierda.”
Una de sus últimas frases, pronunciada en el momento en que la Gestapo llegó al Carmelo de Echt (Holanda) para llevársela al exterminio, demuestra cuán profundamente unida se sentía ella a sus raíces judías. Le dijo a su hermana: “¡Vamos a morir por nuestro pueblo!”
Santa Teresa Benedicta reconoció que su vocación era aceptar en su corazón los sufrimientos de su pueblo, ofreciéndoselos a Dios como expiación. En octubre de 1938 escribió estas palabras: “Pienso continuamente en la reina Ester, que fue sacada de su pueblo para dar cuenta ante el rey. Yo soy una pequeña y débil Ester, pero el Rey que me ha elegido es infinitamente grande y misericordioso. Esto es un gran consuelo.”
Esta podría ser una de las razones por las que la Iglesia escogió precisamente la lectura del Libro de Ester para su memoria. Edith Stein, una mujer judía que ofreció conscientemente su vida como sacrificio por los judíos, forma parte de aquella serie de mujeres heroicas que encontramos una y otra vez: mujeres como la Reina Ester que, en medio de su angustia y la de todo el pueblo, supieron refugiarse en Dios y sólo en Él. Entonces, Dios se convirtió en su fuerza y pudo actuar a través de ellas.
No sabemos el peso que tendrá a los ojos de Dios un sacrificio como éste, tan íntimamente conectado al sacrificio de Jesús; lo cierto es que debe poseer un inmenso valor, precisamente por estar tan fuertemente unido al sufrimiento del Señor. Cuando los judíos se encuentren con Jesús –y todavía estamos expectantes del gran despertar de Israel– de seguro será también gracias al sacrificio de esta santa.
Cuando se nos presenta un ejemplo de vida tan resplandeciente, toca nuevamente a la puerta de nuestro corazón la cuestión de nuestra propia vocación: ¿Qué es lo que el Señor quiere de nosotros? ¿Cómo podemos hacer que nuestra vida sea lo más fecunda posible? ¿Cómo puede nuestra oración llegar a ser tan universal? ¿Cuáles son los sacrificios que se encuentran en nuestro camino?
Fijémonos, por último, en algunos elementos de la oración de la reina Ester, que podrían ser provechosos también para nosotros:
Primero vemos el aspecto de la penitencia, que implica privarnos de ciertas cosas para hacer que nuestra oración sea aún más intensa.
Después vemos que Ester se apoya únicamente en Dios, sabiendo que ningún ser humano podrá ayudarle.
En su oración, la reina Ester recuerda el bondadoso actuar de Dios para con su pueblo; pero también tiene presentes los pecados del pueblo, especialmente el de la idolatría.
Luego, Ester pide que los planes de los enemigos no puedan cumplirse: “Vuelve en contra de ellos sus deseos” –le dice al Señor.
A continuación, pide la valentía y las palabras apropiadas para lo que se propone: “Dame a mí el valor, rey de los dioses y señor de toda autoridad. Pon en mis labios palabras armoniosas cuando esté en presencia del león.”
Entonces Ester le asegura al Señor la pureza de sus intenciones…
Todos estos elementos tienen su lugar en nuestra oración. Cuando vemos cómo aumenta la oscuridad anticristiana y cuánto crece la confusión en el mundo, es particularmente importante que pidamos que los planes de los enemigos no puedan realizarse. ¡La maldad no triunfará, aunque se presente como si fuera omnipotente! ¡Será Dios quien lleve a cabo sus planes!
Incluso la muerte cruel de Santa Edith Stein, que parecía ser un triunfo del mal, se convirtió en una victoria del amor en la Cruz, por su entrega a Cristo.
Precisamente en este tiempo, en que nos vemos confrontados a pantanos oscuros incluso en la Iglesia, es necesario orar con fuerza y autoridad y tener la mirada fija e indivisamente puesta en Dios. ¡No podemos caer en la desesperanza! Aunque debemos percibir los peligros y reconocer la influencia del mal, es importante no detenerse a toda hora en este campo, ni darle demasiada importancia a las constantes noticias negativas.
La oración de la reina Ester nos muestra el camino a seguir… ¡y Dios la escuchó!