Oh Raíz de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos;
ante quien los reyes enmudecen,
y cuyo auxilio imploran las naciones:
ven a librarnos, no tardes más.
En muchas partes del mundo, oh Señor, se alza Tu signo: el signo de la Cruz.
Enaltecido en ella, exclamas: “Yo soy la salvación de las naciones.”
“¿Por qué se amotinan las naciones
y los pueblos conspiran en vano?
Los reyes de la tierra se sublevan,
y los príncipes a una se alían
contra el Señor y su Ungido.” (Sal 2,1-2)
¿Qué les has hecho?
Los dioses de las naciones no son nada (Sal 96,5);
sus esfuerzos son vanos e inútiles,
mientras no reconozcan a Aquél
que ha sido erigido como “signo para los pueblos”.
Poneos en marcha, pueblos de la tierra,
seguid la estrella que os conduce a Belén (Mt 2,9).
Allí lo encontraréis en santa pobreza.
Es Él quien derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes (Lc 1,52);
Es Él quien restablece el derecho quebrantado,
y desenmascara todo falso dominio.
Ante Él sólo puede resistir el que tiene manos limpias y puro corazón (Sal 24,3-4).
¡Venid, oh pueblos, y lavaos en la sangre que Él derramó por vosotros (Ef 1,7)!
El Niño que veis en Belén, consumará Su obra en el Gólgota.
Él nos ha traído la Buena Nueva; el mensaje del Padre Eterno.
Por eso, escuchadle y prestad atención a Sus palabras.
Junto a Su Madre, sentaos a Sus pies.
¡Miradlo y convertíos en discípulos Suyos!
El Señor no retrasa Su Venida. ¡No! Antes bien, os espera (2Pe 3,9),
y sois vosotros quienes no debéis demoraros.
Él, el verdadero Rey, os espera en el pesebre.
¡Venid de prisa a la ciudad de David!
El Prometido por Dios yace en el pesebre como Niño;
¡Oh, Niño Divino! Tú, el Anhelado de nuestros devotos padres;
Tú, Rama que brota de la raíz de Jesé.
La búsqueda llega a su fin…
¡Él está aquí! Apresuraos y no os detengáis hasta llegar a Él.
Habiéndolo hallado, permaneced con Él, pues Él es vuestro hogar.