Oh Rey de las naciones y Deseado de los pueblos,
Piedra angular de la Iglesia, que haces de dos pueblos uno solo:
ven y salva al hombre,
que formaste del barro de la tierra.
Todos los pueblos Te esperan, oh Rey de las naciones.
En el fondo lo saben:
¡Tiene que existir Aquel que nos ama de verdad;
tiene que existir Aquel a quien servimos de buena gana,
tiene que existir Aquel que no se aprovecha de nosotros para sus propios intereses,
Aquel que no nos oprime,
Aquel en quien se puede confiar sin reservas!
Sí, efectivamente existe,
y Dios mismo ha inscrito en el corazón de los pueblos el anhelo por Él.
Por eso lo buscan; por eso lo esperan,
así como la Creación entera aguarda ansiosa la manifestación de los hijos de Dios,
entre gemidos y dolores de parto (Rom 8,19-22).
Pero el verdadero Rey de las naciones no es como los reyes de este mundo (Jn 18,36)…
Él no viene con esplendores terrenales;
y ni siquiera llama a las legiones de los ángeles
para que eviten su captura en Getsemaní (Mt 26, 53).
No, el Rey de las naciones es distinto…
Tenemos que conocerlo como Él es en realidad.
Él entra en Su ciudad montado sobre un asno (Mt 21,1-9);
Él, que es la piedra angular de todo (Hch 4,11).
Sin Él se derrumba toda la construcción
y no puede resistir ninguna tormenta.
¡Exulta, hija de Sión!
He aquí que tu Rey viene a ti;
Grita de alegría, Jerusalén (Zac 9,9),
que llega el Príncipe de la paz (Is 9,5).
Sí, Él viene y rescata al hombre de sus propios abismos;
lo libera de los lazos y las trampas que el Diablo le ha tendido.
Él levanta al hombre y le otorga toda su dignidad;
e invita a los habitantes de la tierra a convertirse en Sus amigos (Jn 15,15).
Él es el verdadero Rey de las naciones,
el que da su vida por ellas (Jn 10,11).
Por favor, no esperemos más
ni sigamos titubeando al entregarle todo nuestro amor.
¡Cada hora es importante!
Él nunca nos engañará;
jamás nos traicionará;
siempre nos amará,
y en su Reino, será Él nuestra dicha eterna.
Así es el Rey de las naciones…
¿Lo sabías? ¡Pues ahora ya lo sabes!
¡Es Jesús y nadie más que Él!
¡Ven, date prisa!
Conviértete también tú en un hijo del Gran Rey;
y en un amigo Suyo.
¡Sírvele como Él te sirve a ti (Mt 20,28)!