San Hilarión de Gaza: un gran asceta con un corazón abierto a los necesitados

¿Por qué alguien se hace ermitaño? ¿Por qué deja todo atrás por causa de Cristo e incluso renuncia a vivir en comunidad con otros hermanos para estar a solas con Dios?

Solo puede explicarse con los ojos de la fe. Desde la perspectiva del mundo, tan alejado de Dios, podría parecer incluso una elección egoísta. Sin embargo, a lo largo de los siglos, la Iglesia y los fieles han tenido en alta estima la vida eremítica.

Aunque un ermitaño pueda sentir un fuerte anhelo de soledad e intimidad con Dios; aunque quiera retirarse al lugar más solitario posible para encontrarlo, puede suceder que los planes del Señor sean distintos a lo que él mismo desea. ¡Dios es el dueño de cada vocación y seguir sus caminos es más valioso que hacer realidad los propios deseos, por piadosos que éstos sean!

El santo de hoy, san Hilarión de Gaza, es un claro ejemplo de cómo Dios guía a los que le aman y hace que sus vidas den fruto en abundancia.

Volvamos a la pregunta: ¿por qué una persona opta por la vida eremítica? En el caso de san Hilarión, resultará fácil comprenderlo tras conocer un poco su historia:

Nació en Palestina alrededor del año 290 en el seno de una familia pagana y fue enviado a Alejandría para estudiar. Allí entró en contacto con la fe cristiana y se convirtió. San Jerónimo describe la vocación de Hilarión en estos términos:

«Cuando escuchó el famoso nombre de Antonio, conocido en todas las tribus de Egipto, quiso conocer a este hombre y emprendió el camino hacia el desierto. En cuanto se encontró con Antonio, decidió tomar el hábito monástico y permaneció con él durante dos meses para profundizar en su forma de vida y su seriedad moral. Observó con cuánta frecuencia Antonio se dedicaba a la oración, cuán servicial era cuando acogía a los hermanos, cuán severo cuando debía reprender, cuán fervoroso a la hora de animar y cómo ninguna enfermedad podía apartarlo de su escasa y sencilla ración de alimentos».

En fin, Hilarión se sintió impulsado a adoptar esa forma de vida. Como Antonio era buscado por mucha gente, lo que suponía demasiada agitación para Hilarión, este decidió volver a su patria con algunos otros monjes. Como sus padres ya habían fallecido cuando regresó, entregó una parte de la herencia a sus hermanos y otra parte a los pobres. No se quedó con nada para él.

Hilarión tenía apenas quince años cuando tomó esta decisión. Sin recursos materiales, pero fortalecido en Cristo, se retiró al desierto que se extiende a lo largo del mar en Majuma, el puerto de Gaza.

En el caso de Hilarión, vimos que una de las motivaciones para abrazar la vida eremítica fue el extraordinario ejemplo que encontró poco después de su conversión en la figura de san Antonio Abad, el gran padre del desierto. El Señor lo llamaba a una vida de ermitaño. Él mismo anhelaba la soledad, un anhelo que lo acompañó toda su vida, pero solo en pocas ocasiones pudo cumplirlo como esperaba. Hasta su muerte practicó una estricta ascética.

Ahora bien, ¿a qué se dedica un ermitaño?

En primer lugar, ora, recorre conscientemente el camino de la santidad y lleva una vida muy austera, como hicieron Hilarión y muchos otros monjes en Egipto y Palestina. Se relata una y otra vez que los ermitaños tienen que librar encarnizados combates con el demonio. Recordemos al mismo Señor, que fue tentado por el diablo en el desierto y rechazó sus seducciones por nosotros.

San Jerónimo describe lo que el joven Hilarión tuvo que sufrir y superar en los más diversos ámbitos. Los enfrentamientos con el demonio lo acompañaron durante toda su vida, pero no se trataba solo de las luchas personales que los anacoretas generalmente tienen que librar. Se extendió la fama de su santidad y se corrió la voz de que Dios quería obrar a través de Hilarión. Entonces sucedió lo que él había tratado de evitar: la gente comenzó a buscarlo y a llevarle posesos, que eran liberados por sus oraciones.

¿Qué puede hacer un ermitaño que, en realidad, quiere vivir retirado, pero se ve confrontado a la necesidad de las personas? Hilarión dejó que su corazón hablara y prestó ayuda a los necesitados. Sin embargo, el número de personas que acudían a él no hacía más que aumentar. Jerónimo describe uno de estos encuentros:

«Cuando Hilarión llevaba veintidós años en el desierto, una mujer que se sentía menospreciada por su marido debido a su infertilidad —pues tras quince años de matrimonio seguía sin tener hijos— se atrevió a acudir a él en busca de ayuda. Su fama se había extendido por todas partes y era conocido en todas las ciudades de Palestina. De repente, la mujer se postró a sus pies y le dijo:

—Perdona mi atrevimiento, ¡atribúyelo a mi aflicción! ¿Por qué apartas la mirada? ¿Por qué quieres huir de una suplicante? No veas en mí a una mujer, sino a una perseguida por la desgracia. Al fin y al cabo, fue el género femenino el que dio a luz al Salvador. No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos.

Finalmente, Hilarión se detuvo y preguntó a aquella mujer, la primera que veía después de mucho tiempo, cuál era el motivo de su visita y de sus lágrimas. Cuando ella se lo contó, él alzó los ojos al cielo y la exhortó a tener confianza. Después, despidió a la mujer en llanto, pero al cabo de un año la volvió a ver con un hijo. Este fue su primer milagro».

Los milagros continuaban sucediendo. Por muy remoto que fuera el lugar al que se retiraba, Hilarión no encontraba la soledad que anhelaba como ermitaño. Los monjes buscaban un padre espiritual que los guiara en su camino de seguimiento de Cristo, y las personas buscaban ayuda para sus diversas necesidades. Dios hizo fructificar el testimonio de Hilarión y, a pesar de su fama, él nunca se dejó llevar por las seducciones del mundo.

San Jerónimo escribió una biografía sobre él en la que se describen las numerosas curaciones y liberaciones que obró, así como la fundación de diversos monasterios. En san Hilarión, el Señor ha dado a su Iglesia un testimonio extraordinariamente fecundo. Aunque ciertamente no todos podemos llevar una vida tan austera, todos podemos optar por amar a Dios cada vez más, aunque eso signifique que nuestros sueños y anhelos no se hagan realidad como desearíamos.

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Meditación sobre el evangelio del día: https://es.elijamission.net/esperar-al-senor-3/

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