Lc 9,57-62
Mientras iban caminando, uno le dijo: “Te seguiré adondequiera que vayas.” Jesús replicó: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.” Dijo a otro: “Sígueme.” Pero él respondió: “Déjame ir primero a enterrar a mi padre.” Replicó Jesús: “Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú vete a anunciar el Reino de Dios.” Hubo otro que le dijo: “Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa.” Replicó Jesús: “Nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.”
San Francisco obedeció a estas palabras del Señor y puso toda su vida en las manos de Dios. A algunos podría asustarles esta radicalidad; a otros, en cambio, les atraerá. Es cuestión de la vocación y de la respuesta que se le dé.
¿Qué es lo que el Señor quiere enseñarnos en este evangelio? Todas estas exhortaciones de Jesús son la aplicación concreta del primer mandamiento: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. Cuando Él llama, hay que estar dispuestos a dejar atrás el hogar y la familia por su causa, para en adelante hallar el propio hogar solamente en el cumplimiento de la voluntad de Dios y de la misión que Él encomienda a los hombres.
Podría uno verse tentado a creer que estas exigencias se aplican solamente a ciertas vocaciones muy especiales. Sin duda, este llamado se concretiza particularmente en formas de vida como la monástica o la de los ermitaños. Sin embargo, estas palabras de Jesús se dirigen también a aquellos cristianos laicos que no abandonan exteriormente el mundo.
San Pablo, teniendo en vista el fin de los tiempos, aconseja: “Los que tienen mujer, que vivan como si no la tuviesen (…); los que compran, como si no poseyesen…” (1Cor 7,29b-30).
Las relaciones humanas, por importantes que sean, no son el último fin de nuestra existencia; sino que hacen parte de su dimensión terrenal. Si estamos dispuestos a sacar la conclusión correcta, Dios nos muestra esta realidad de diversas maneras. En efecto, todo lo terrenal está sometido a la sombra de la muerte y de la imperfección, y por eso nos llama a afianzarnos en lo imperecedero y a buscar y hallar sólo en Dios la seguridad definitiva de nuestra existencia.
A partir de la relación con Dios, se ordenarán todos los demás ámbitos de nuestra vida, y a cada cual se le asignará el rango que le corresponde. En el evangelio de hoy, el Señor nos muestra esta “jerarquía de valores” en toda su radicalidad. Aun los más estrechos vínculos familiares y las más honorables obligaciones terrenales (como la de enterrar al propio padre) han de pasar a un segundo plano ante el llamado de Dios. Éste nos introduce en una realidad más grande y nos lleva a encontrar nuestro hogar únicamente en Él. Seguir a Cristo es nuestra primera y primordial tarea.
San Francisco de Asís, a quien muchos han llamado “otro Cristo”, comprendió este llamado en toda su dimensión. Él sabía que, en esta vocación radical, la renuncia no es un fin en sí mismo; sino el amor. Algunas personas se escandalizan por la radicalidad de un llamado tal; y se fijan más en aquello que aman y les proporciona seguridad, y temen tener que dejarlo atrás. No han comprendido que Jesús no pone el énfasis en el sacrificio y en las renuncias; sino que nos muestra la urgencia del llamado de Dios, que procede de su ardiente amor, aquel amor que penetró en todo su ser al seráfico Francisco. Subordinar todo a este llamado es una consecuencia del amor.
Es cierto que no todos estamos llamados a imitar de forma idéntica la vida de un San Francisco. Sin embargo, aquellos que, como él, siguieron plenamente el llamado de Dios, representan un reto para nosotros.
¿En qué aspecto de nuestra vida nos interpela el evangelio de hoy? ¿Dónde pide nuestra respuesta concreta? ¿Qué es lo que debemos dejar atrás o poner en segundo plano para poder corresponder plenamente al amor divino? ¿A qué estamos apegados sin podernos desprender todavía? ¿Qué es lo que ha de ser purificado en nosotros, para que el orden espiritual de Dios se pueda realizar totalmente en nuestra vida? ¿Nos invita el Señor a dar un “salto mortal” y arrojarnos incondicionalmente en sus brazos?
No podemos simplemente pasar de largo ante tales pasajes del evangelio. Cada Palabra de Dios quiere instruirnos, llamarnos y fortalecernos. En este día, en que conmemoramos a San Francisco de Asís, nos plantea esta concreta pregunta: ¿Estás dispuesto a dejar todo atrás por causa del amor de Dios? Si no lo has hecho todavía, hazlo ahora. Su amor será tu recompensa, y entonces notarás que no es tan difícil como lo imaginabas. Puedes pedirle al Señor el don de la fortaleza, que te hará capaz de dar este paso.