Rom 5,6-11
En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos. Y pensemos que difícilmente habrá alguien que muera por un justo –tal vez por un hombre de bien se atrevería uno a morir–. Así que la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.
¡Con cuánta más razón ahora, justificados por su sangre, nos pondrá él a salvo de la ira divina! Si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, nos salvará mediante su vida! Y no sólo eso, pues también nos gloriamos en Dios mediante nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.
Ya ahora somos salvados, si aceptamos el regalo de la reconciliación en Jesucristo.
Hoy podemos enfocarnos particularmente en el amor de nuestro Redentor, destacando que el Señor dio su vida por nosotros cuando aún estábamos alejados de Dios y éramos débiles y pecadores, como nos dice la lectura de hoy. Dios quiere vencer nuestra enemistad a través de su amor. Muchos consideraron al Crucificado como un enemigo del hombre, que debía morir por su propia culpa. Pero en realidad Él cargó con los pecados de la humanidad y justificó por su sangre a aquellos que aceptaran el don de la salvación.
Así nos queda claro por qué, estando en la escuela del Señor, debemos aprender a amar a los pecadores, rezar por los enemigos y estar siempre dispuestos a perdonar. Cada hombre tiene la posibilidad de convertirse, hasta la hora de su muerte. Con su último suspiro puede todavía arrepentirse e invocar el nombre del Señor. El amor de Dios por Su criatura es tan grande que la sigue hasta las mayores profundidades, para elevarla a ser hijo Suyo. Si nos dejamos llenar del Espíritu de Dios, será Él mismo en nosotros quien busque al pecador para redimirlo a través de la muerte de Cristo.
Reflexionemos un momento qué significa que una persona se condene, pues el infierno es una realidad. Además de ser un dogma de la Iglesia católica, algunas personas, como los niños de Fátima, tuvieron visiones en las que vieron el horror del infierno. Es una gran ligereza e imprudencia basarse en la misericordia de Dios para afirmar que el infierno no existe o que está prácticamente vacío. El infierno, como lugar de condenación y de eterna privación de Dios, es un misterio tan espantoso, que motivó a los niños de Fátima a rezar y sacrificarse incansablemente por los pecadores.
Es importante que todo el mundo se entere de esta terrible realidad, para vivir con vigilancia y estar dispuestos a interceder por los demás, especialmente por aquellos que viven alejados de Dios. El amor de Dios es firme y leal; pero nosotros somos personas que pueden apartarse del camino y perderse.
Por otra parte, gracias a la fe podemos poner nuestra esperanza en el amor de Dios. Por eso la lectura de hoy alaba la obra salvífica de Dios en Jesucristo. De algún modo, podemos decir que es difícil condenarse, si consideramos el infinito amor de Dios, que pone en juego todas las posibilidades para conducirnos a su Reino. ¡Esta certeza acrecienta nuestra confianza! Por eso es importantísimo que nos aferremos a Su amor y que aprovechemos todas las ayudas que Dios nos ofrece a través de su Iglesia para este arduo camino que tenemos que recorrer.
Es necesario que haya un sano equilibrio en el anuncio del evangelio. Si en el pasado quizá se puso demasiado énfasis en el pecado; hoy parece olvidarse que el hombre necesita convertirse. ¡Esto es un tremendo error! Dios siempre nos llama a la conversión. Para ello, también es necesario que conozcamos el abismo del pecado con sus terribles consecuencias. Sobre este trasfondo, brilla aún más intensamente la verdadera misericordia de Dios, que en Cristo triunfó sobre el juicio. Así, podemos escuchar con alegría las últimas palabras del texto bíblico de hoy: “Nos gloriamos en Dios mediante nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación”.
Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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