Oh Amanecer,
Resplandor de la luz eterna, Sol de justicia:
ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte.
Cuando surges Tú, oh Sol de justicia,
difundiéndose así la luz increada,
atraviesas toda la oscuridad
y por doquier llega la vida, la verdadera vida.
No hay nada que pueda atenuar Tu luz;
ninguna sombra que te oscurezca.
Cuando Tú penetras en los corazones,
se disipan los malos pensamientos;
las sombras de la noche tienen que retroceder
y huyen de Tu rostro…
Ante ti, oh Sol de justicia,
no puede resistir nada que no se incline amorosamente ante Tu suave cetro.
Tú desciendes hasta el más profundo abismo del alma,
y desatas las cadenas de la culpa.
Pero Tú no sólo eres la luz;
sino que además haces que los Tuyos sean luz (Mt 5,14),
para que vayan en busca de aquellos
que aún no han escuchado hablar de Ti,
de aquellos que Te han olvidado;
e incluso quieres iluminar y salvar
a los que te han dado la espalda.
¡Tú también has vencido a la muerte (2 Tim 1,10)!
En Tu luz, ésta se convierte en el paso a la vida eterna.
Así se desvanecen las sombras de la muerte
y nos atrae el radiante esplendor de la Jerusalén Celestial.
Muerte, ¿dónde está tu muerte?
Infierno, ¿dónde tu aguijón? (1Cor 15,55)
¡Éste es el tiempo favorable; éste es el día de la salvación! (2Cor 6,2)
Éste es el tiempo en el que llamas a todos los hombres,
para que, junto a José y a María,
Te adoren en el pesebre a Ti,
oh Amanecer y resplandor de la Luz increada.
El día se acerca cada vez más,
¿lo percibes?
La luz brilla con creciente claridad en medio de las tinieblas,
¿la ves?
Tu corazón se está encendiendo,
¿lo sientes?
El Salvador viene e ilumina a todos
los que viven en tinieblas y en sombra de muerte (Lc 1,78).
Corre la voz:
¡Él ha venido para todos!