Mt 6,1-6.16-18
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para que os vean; en tal caso no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. Así que, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que con eso ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha. Así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, bien plantados, para que los vea la gente. Os aseguro que con eso ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que la gente vea que ayunan. Os aseguro que con eso ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu cara, para que tu ayuno sea visto, no por la gente, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.”
El ayuno era considerado como una importante práctica religiosa en el tiempo de la Antigua Alianza y gozaba de gran reconocimiento entre el pueblo de Israel. También en la Iglesia Católica el ayuno tenía esta importancia durante muchos siglos, y en la Iglesia ortodoxa sigue siendo así hasta el día de hoy. Con el término ‘ayuno’ se designaba específicamente el ayuno corporal, es decir, la renuncia voluntaria al alimento habitual.
En la actualidad, el ayuno corporal ha perdido casi toda su importancia en nuestra Iglesia. Las reglas de ayuno para el miércoles de ceniza y el viernes santo son tan poco exigentes que apenas se puede hablar de ayuno, sino de una pequeña reducción en el consumo de alimentos. Lo que ha quedado de la práctica del ayuno para algunos fieles es la abstinencia de carne los viernes y proponerse algún sacrificio durante el tiempo de Cuaresma.
Por lo demás, se ha hecho una interpretación espiritualizada del ayuno y se habla más de las renuncias interiores. En mi opinión, este ablandamiento no ayuda para el fortalecimiento y la resistencia espiritual de los fieles, pues el ayuno tiene muchos beneficios. Ciertamente todavía hoy en día habrá fieles que, en lo escondido, sirvan al Señor y a la Iglesia con su ayuno.
Al igual que el ayuno, también la oración y la limosna eran prácticas religiosas muy reconocidas en los tiempos de la Antigua Alianza. Los que cumplían con todo esto eran considerados ‘justos’.
Jesús de ningún modo critica estas valiosas prácticas religiosas como tales; sino que, al igual que los profetas del Antiguo Testamento, critica el hecho de que se las realice con el fin de ser reconocidos por los demás. De este modo, el Señor toca un profundo problema que tiene el hombre; un problema que puede manifestarse especialmente en el ámbito espiritual.
El hombre quiere ser alguien y, más aún, ser reconocido como tal por los demás. Muchas veces su autoestima parece depender de si recibe o no este reconocimiento. Así, las personas fácilmente se vuelven dependientes de lo que los demás piensen de ellos, y, en consecuencia, tienen que llamar la atención.
Lo mismo puede darse en el plano religioso. Cuando esto sucede, entonces no se ha comprendido, o al menos no profundamente, el sentido de tan valiosas prácticas, como lo son la oración, el ayuno y la limosna.
La oración, que es un íntimo encuentro con Dios, tiene lugar, en primera instancia, entre Dios y el hombre. Claro que también existe la oración litúrgica y otras formas comunitarias de oración; sin embargo, no se ora para ser vistos por los demás. Si a una persona le ayuda nuestro testimonio cuando nos ve orando, en cuanto que le lleva a recordar a Dios, entonces esto es un fruto indirecto, pero no la primera finalidad de la oración.
Es distinto cuando rezo para ser visto, pues aquí busco directamente la alabanza y la atención de los demás, queriendo ser reconocido como una persona piadosa. Esto no necesariamente tiene que ser pura hipocresía, porque quizá también rezo cuando nadie me está viendo. Sin embargo, significa que no tengo la mirada puesta solo en Dios y que, en cierto modo, todavía busco la recompensa y el honor de las personas, en lugar de esperarlo sólo de Dios.
A esta actitud hace referencia el evangelio de hoy, y lo mismo puede aplicarse también a las prácticas del ayuno y la limosna. Si interiorizamos aún más estas palabras del Señor, veremos que se extienden a muchas situaciones de la vida. Podemos preguntarnos: ¿Acaso cuando hablamos con las personas buscamos reconocimiento? ¿Cuánto hablamos sobre nosotros mismos? ¿Nos gusta ser vistos siempre como los buenos? ¿Acaso giramos rápido el tema de las conversaciones para terminar centrándolas en nosotros mismos?
Si realizamos un examen de conciencia más detallado, podremos ver si realmente tenemos nuestra mirada centrada en Dios, y si lo bueno que hacemos verdaderamente lo hacemos para Él y sólo de Él esperamos la recompensa. También podemos cuestionarnos si en nuestras conversaciones buscamos ante todo su gloria y si en nuestras buenas obras nos basta el ‘gracias’ de Dios.
Jesús nos aconseja hacer las buenas obras con la mirada puesta en Dios y no para recibir recompensa de los hombres. Si ellos descubren buenas obras en nosotros, que sea para que glorifiquen a Dios. ¡Esto debería bastarnos!