La Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo, quien procede del Padre y del Hijo, es quien nos lleva a la verdad plena (cf. Jn 16,13).
Precisamente en estos tiempos en que hay que lamentarse de que la desorientación haya llegado aun a los círculos más altos de la Iglesia, estamos llamados a escuchar con particular cuidado la voz del Espíritu Santo. Es necesario familiarizarse con Él, de tal modo que sepamos distinguir Su voz en medio del vocerío que hoy nos rodea. Podemos conocer al Espíritu Santo viendo cómo iluminaba a los Apóstoles y cómo se ha hecho presente en toda la historia de la Iglesia. Pero también es importante experimentarlo en nuestra vida de oración personal, y cultivar una íntima comunión con Él.
El Espíritu Santo nos enseñará a discernir y a distinguir el error de la verdad; la ideología de las directrices de Dios… Él puede enseñarnos también a descubrir el núcleo de verdad que está contenido en el error y que ha sido falsificado por éste, y a liberar esta verdad de los contenidos erróneos. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo señalará claramente la incompatibilidad entre verdad y error, para preservarnos de caminos equivocados.
“¿A dónde iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” –le dice Pedro a Jesús, iluminado por el Espíritu Santo (Jn 6,68). Hoy hay fieles que preguntan: “¿A dónde hemos de ir?”, porque a menudo no reciben instrucciones de sus pastores. La respuesta sería: “¡Acude al Espíritu Santo! ¡Él te instruirá si se lo pides! Él es nuestro apoyo.”
Si aprendemos a conocerlo bien, sabremos diferenciar cuáles voces proceden de Él y cuáles no. Entonces, escucharemos a aquellos pastores que, a su vez, escuchan al Espíritu Santo; mientras que cerraremos nuestros oídos frente a aquellas voces que no corresponden a Su sabiduría.
¡No tengamos miedo! ¡Dios no deja solo Su rebaño, aun cuando los pastores designados se apartan del camino! Si esto sucede, el Espíritu Santo buscará otras formas para consolarnos. Él nunca nos abandonará, mientras nosotros no le demos la espalda.
Así, concluimos hoy el “Himno de alabanza a la Santísima Trinidad” con la oración al Espíritu Santo, instándole a darnos Su guía para poder resistir a todo error y vivir en la verdad. Para intensificar aún más esta súplica, terminaremos implorando la intercesión de la Virgen María.
“Del mismo modo como al Padre y al Hijo, Te alabamos a Ti, Espíritu Santo; Amor del Padre y del Hijo.
En el principio aleteabas sobre las aguas y transformaste el caos en orden.
Y cuando se cumplió el tiempo, descendiste sobre el seno de la beatísima Virgen María, de la cual nos nació Cristo, el Señor.
En todo momento lo llenaste a Él con Tu espíritu de sabiduría, de inteligencia, de consejo, de fuerza, de ciencia, de piedad y de temor del Señor; y permaneciste con Él para compartir todas sus fatigas.
Cuando nuestro Señor ascendió a los cielos, fuiste enviado por el Padre y el Hijo sobre los discípulos y apóstoles, iluminándolos y fortaleciéndolos.
En Tu luz pudieron reconocer las obras salvíficas de Dios e interpretar las Escrituras. Con Tu fuerza dieron testimonio de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, pues Tú mismo eres el Testigo.
Convences al mundo del pecado y revelas la justicia y el juicio.
Derramado en nuestros corazones clamas: “Abbá, amado Padre” y pides por nosotros con inefables gemidos, porque Tú eres el Santo en nosotros pecadores, la Luz en nuestra oscuridad, la Verdad en nuestros corazones.
Ocultamente te mostraste en los mensajes de los videntes; claramente resplandeciste en el testimonio de los profetas; mas ahora, al final de los tiempos, has sido derramado sobre todos los hombres para que reconozcan a Cristo, el Señor. Así llevas a cabo la obra del Padre y del Hijo y nos transformas según la imagen de Cristo.
– ¿Cómo podremos jamás agradecerte, oh amado Espíritu Santo, por Tu amor y Tu infinita misericordia?
Por eso Te adoramos con todos los ángeles y santos y glorificamos Tu excelso nombre con todos los que Te buscan, Te honran y Te escuchan.
Pedimos por nuestros hermanos y hermanas difuntos necesitados de purificación; por aquellos que no te conocen, que viven confundidos y extraviados; y de manera especial por los que mantienen su corazón cerrado ante Ti.
Pues Tú eres santo, Tú eres santo, Tú eres santo.
Madre de Dios
Después de haber cantado las alabanzas a la Santísima Trinidad, te alabamos a ti, Madre de Dios; Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo, e invocamos tu poderosa intercesión, para que podamos venerar dignamente a la Santísima Trinidad y cumplir a toda hora la santa Voluntad de Dios.
Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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