Fil 3, 17—4,1
Lectura correspondiente a la memoria de San Ignacio de Antioquía
Hermanos, sed imitadores míos, y fijaos en los que viven según el modelo que veis en nosotros. Porque muchos viven, según os dije tantas veces -y ahora os lo repito con lágrimas-, como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo final es la perdición. Para éstos, su Dios es el vientre; su gloria, lo vergonzoso; y su apetencia, lo terreno.
Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará nuestro pobre cuerpo a imagen de su cuerpo glorioso, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas. Por tanto, hermanos míos queridos y añorados, mi gozo y mi corona, manteneos así firmes en el Señor, queridos.
Todo el que se ha encontrado con personas ejemplares, sabe cuán importante es tener estos modelos. Ellos pueden marcarnos para toda la vida. Particularmente para los jóvenes es de suma importancia tener tales ejemplos, puesto que ellos están aún en busca de su identidad, y fácilmente se dejan seducir para imitar a aquellos que quizá llaman la atención, pero transmiten poco sobre los verdaderos valores de la vida o incluso llevan a malos caminos.
Lo ideal sería que estos ejemplos a seguir para los jóvenes fuesen sus padres mismos, un maestro, un sacerdote… Pero sabemos bien que, aunque los modelos sean muy importantes, no los hay en gran número. Lamentablemente también puede suceder que aquellos a los que veíamos como ejemplos, terminan mostrando grandes debilidades, de manera que uno podría alejarse decepcionado.
La comunidad de Filipo tenía verdaderos modelos en el Apóstol Pablo y en los que vivían como él. En ellos se glorificaba el Señor. Sin embargo, podemos ver que esto no fue suficiente para que toda la comunidad se mantuviese en el camino recto; sino que, como dice el Apóstol en la lectura de hoy, muchos se habían apartado y vivían como enemigos de Cristo.
¿Cómo puede suceder que uno se aleje del camino hasta el punto de convertirse en enemigo de la cruz?
Quizá se empezó bien en el seguimiento de Cristo, con mucho entusiasmo y dispuesto a hacerlo todo por el Señor. Pero, con el paso del tiempo, empezó a descuidarse la vida espiritual, se redujo la oración, uno se dejó llevar por las seducciones de este mundo, ya no se esforzó en la conversión más profunda del corazón… Entonces, apareció la tentación a pecar, y ya no se ofreció verdadera resistencia. Quizá incluso se buscó falsos acuerdos con el pecado o se recibió un mal consejo de parte de aquellos que, en lugar de ayudar a resistir contra el pecado, lo muestran como si no fuera tan grave.
Ciertamente los que se convierten en enemigos de la cruz han olvidado que su hogar es el cielo, y que el tiempo de nuestra vida terrena es el tiempo de prueba, en el que hemos de estar sumamente vigilantes.
Al descuidar la vida espiritual y al no dar los pasos que corresponden en el camino de seguimiento, aparece el aburrimiento interior, el desinterés… La vida religiosa ya no parecer ser tan atrayente. ¡Todo se lo ha escuchado ya y es siempre lo mismo!
La persona que cuida su camino espiritual, aunque también conoce estos sentimientos de sequedad y aburrimiento, sabe que no puede descuidar la vida espiritual. En cambio, el que está en peligro de apartarse de Dios, difícilmente estará en condición de contrarrestar esas tendencias negativas. Entonces, aparecen otros intereses y apegos, como menciona el Apóstol: el vientre, lo vergonzoso, lo terreno. Éstos se colocan en primer plano, sustituyendo la ambición por las cosas celestiales.
El camino a la perdición continúa, cuando no se da una conversión. Entonces, puede suceder que la oración, la Palabra de Dios y toda la vida religiosa ya no solo se los vea con indiferencia; sino que se los empiece a rechazar y quizá incluso a luchar contra ellas. La gracia de Dios, que ya no encuentra acceso a la persona para fortalecerla y reincorporarla, se va perdiendo más y más, de manera que ella queda a merced de sus inclinaciones. El Diablo pone lo que falta para atraparla en el pecado.
Desde este trasfondo, queda claro por qué el Apóstol advierte a la comunidad de Filipo a mantenerse firmes en el Señor. El peligro de alejarse es grande cuando no nos aferramos al Señor, dejándonos levantar una y otra vez por Él y cultivando una íntima relación con Él.
Vale recordar que la inclinación a pecar, a alejarnos, a “mundanizarnos”, la inclinación al mal, está presente en nosotros como consecuencia del pecado original y actúa como por sí misma cuando no se la refrena. Cultivar la vida espiritual, en cambio, requiere de atención, de vigilancia, de perseverancia, de seriedad…
Lo que hemos dicho aquí con respecto a una persona individual, aplica también para la Iglesia en su totalidad. También Ella ha de estar vigilante para no perder su carril y no entretenerse demasiado en cosas mundanas. Cuando esto sucede, las cosas espirituales pasan a un segundo plano; mientras que los asuntos políticos y mundanos ocupan el primer lugar. ¡Y esto sería muy perjudicial!
Tomemos como modelos a los santos y al Señor mismo, quienes recorrieron su camino hasta el final. ¡Ahí estaremos en buenas manos! Si tenemos en este mundo personas cercanas como ejemplos, podemos dar gracias al Señor e imitar lo bueno que descubrimos en ellas. Pero no las idealicemos, porque todavía tienen que terminar de recorrer su camino en fidelidad hasta el final.
Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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