Esta novena que hoy culminamos tenía como objetivo mostrarnos más de cerca el amor del Padre, para que podamos experimentarlo como fuente de nuestra alegría. Durante estos nueve días, hemos sido invitados a profundizar nuestra confianza en Dios, a glorificarlo y a amarlo, entrando en una íntima amistad con Él.
La dicha de Dios es estar en medio de nosotros, los hombres. Y esto cuenta para cada persona en particular.
Lamentablemente, son muchos los que aún no conocen a su Padre Celestial, y a nosotros, los cristianos, generalmente nos falta vivir en una relación de plena confianza en Él. ¡Pero qué riqueza adquiere la vida cuando empezamos a descubrir en todas partes el amor de nuestro Padre, cuando nos sabemos protegidos por Él, cuando percibimos cómo su amor obra en nosotros y nos conduce por el camino de la perfección!
Dios quiere que aquellos que ya lo conocen vivan en una relación cada vez más íntima con Él. Así podrán comprender con creciente claridad sus deseos, que brotan del Corazón de un Padre que está sediento de sus hijos y quiere colmarlos de su riqueza.
Es sencillo comprender que el Padre invite a aquellos que ya han comenzado a amarlo, a buscar junto a Él a los que todavía están perdidos.
En el Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio, nuestro Padre menciona su deseo de que los justos –es decir, aquellos que intentan vivir conforme a sus mandamientos– muestren aún más fervor en ayudar a que las personas encuentren la fe en Dios. En dicho Mensaje, el Padre nos pide que vayamos hacia las personas para dar testimonio de su amor, pues si ellas supieran cómo Él es en verdad y con cuánta ternura ama a sus hijos, los corazones de muchos se volverían más fácilmente hacia Él.
Tanto para nuestra vida personal como para el apostolado es esencial que nosotros mismos despertemos plenamente al amor de nuestro Padre y nos dejemos llenar por él. Entonces podremos mostrar a los hombres de forma más convincente cómo es Dios en verdad.
Dios anhela a todos los pueblos, y de forma especial al Pueblo que Él se escogió como primicia y que hasta el día de hoy, al menos en su mayoría, no ha reconocido a su Mesías.
Hay tantas maneras de llegar a las personas hoy en día: caminos directos y caminos indirectos.
Nuestro Padre está en busca de almas que se pongan al servicio de su amor sin reservas. De manera particular, llama a aquellos que, por su misma consagración, han entrado en una relación especial de amor con Él. Son precisamente estos “hijos de su amor” en los que Dios quiere habitar más profundamente, haciéndolos capaces de dar al mundo el testimonio de su amor.
Día a día podemos descubrir el amor del Padre y crecer en él. Día a día, a través de nuestra oración y de nuestro testimonio, podemos anunciar el amor del Padre a aquellos que están lejos de Él. Día a día podemos ser causa de alegría para el Padre, que puede hacer obras grandes a partir de las cosas más pequeñas.
Todo el cielo, y particularmente nuestro Señor Jesucristo, se regocijaría si nos abandonáramos y entregáramos del todo y sin reservas al amor del Padre. Podríamos hacerlo, por ejemplo, a través de una consagración personal a Él o renovando y profundizando nuestra consagración. De Él procede todo y todo vuelve a Él. La Iglesia dirige cada una de sus oraciones al Padre, a través de Jesucristo y en el Espíritu Santo.
¡Que nuestra amada Madre nos ayude a cumplir la Voluntad del Padre como Ella lo hizo, para que nos convirtamos como Ella en vasijas de su amor, para que el Espíritu Santo pueda descender sobre nosotros y Cristo nazca cada vez más profundamente en nuestro corazón!
¡Que nuestra vida acoja el infinito amor de nuestro Padre y lo glorifique a través de nuestra respuesta a su amor y el servicio a los demás!