En el año 1932, Dios Padre se apareció a una religiosa italiana, Sor Eugenia Ravasio. Ella puso por escrito el Mensaje que el Padre Celestial le confió. Después de una extensa y minuciosa examinación, el obispo local de Grenoble –donde tuvieron lugar las apariciones– reconoció como auténtico el Mensaje. Así, se nos ha concedido un librito sumamente valioso titulado “El Padre habla a sus hijos” (en este enlace puede descargárselo: https://www.amadopadrecelestial.org/mensaje).
En este Mensaje, Dios Padre expresa con conmovedoras palabras su inmenso amor por nosotros, los hombres. De muchas formas y desde diversas perspectivas nos declara su amor. Nos permite echar una mirada a su Corazón y manifiesta su gran deseo de que toda la humanidad lo conozca, lo honre y lo ame. De hecho, estos tres elementos son indispensables para la relación debida con Dios, y en ello encontramos nuestra propia dicha.
Entonces, ¿cómo podemos conocer mejor a nuestro Padre?
El Padre nos habla a través de su Palabra. Permitamos que la Palabra de Dios hable a nuestro corazón y meditémosla como María, la Madre del Señor (Lc 2,19). Así es como llegamos a conocer a Dios. Ya en el Antiguo Testamento, Dios se manifestó por boca de sus profetas. Se hizo presente en ellos y a través suyo hablaba a su pueblo. Quien conozca la historia del Pueblo elegido, sabrá cuánto Dios lo ama, cuánto se preocupa por él, cuánto anhela estar en medio de él y caminar junto a él. Con Moisés incluso hablaba cara a cara (cf. Ex 33,11).
Nuestro Padre no ha dejado de manifestarse, y, junto a su Palabra, nos concede también su Espíritu para poder comprenderlo.
Pero Dios vino aún más cerca de los hombres a través de su Hijo Jesucristo. En Él, el Padre está plenamente presente: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14,9). En todo lo que Jesús hace y dice, podemos reconocer a Dios tal como es. En Jesús, enviado al mundo por nuestra salvación, se nos revela la plenitud del amor del Padre. Cada enseñanza, cada obra de Jesús nos comunica su amor.
De forma particular, reconocemos el amor del Padre en la Cruz de Jesús, en la cual éste entregó su vida por nuestra salvación. Contemplemos la Cruz y tratemos de comprender que es Dios mismo quien nos ofrece su misericordia a través de su propia Pasión y Muerte. El Corazón de Dios está abierto de par en par, el Padre llama a sus hijos a volver a casa, sea donde sea que se encuentren.
También reconocemos el amor del Padre en todos los Sagrarios de este mundo, donde Jesús está presente, esperándonos para colmarnos consigo mismo. Cuando recibimos la Santa Comunión, el Padre nos concede su más tierna presencia en la suavidad de su Hijo.
Además, infunde en nuestras almas su luminosa presencia a través del Espíritu Santo, que mora en nuestro interior. Él, nuestro Consolador, nos recuerda todo lo que Jesús dijo e hizo (cf. Jn 14,26), y nos transforma a imagen de Cristo. Así, el Padre ha dispuesto una manera de estar siempre con nosotros, habitando en nuestro corazón permanentemente y en todas las circunstancias.
Podríamos mencionar muchas otras maneras en las que Dios se nos da a conocer: su presencia en la Iglesia y en las almas de los santos, su presencia en el curso de la historia, su presencia en la belleza y el silencio de la naturaleza, su presencia en el arte y en la música, entre muchas otras… Todo ello entona el cántico de amor del Padre por nosotros, para que aprendamos a percatarnos de su constante intento de conquistar al hombre.
A nosotros nos corresponde prestar atención y aprender a distinguir la suave voz de Dios que nos habla de tantas formas, sobre todo susurrando directamente a nuestro corazón.
El Padre nos invita a una relación confiada y cercana con Él, y se alegra cuando le dedicamos tiempo. Él colma de bienes al alma que simplemente permanece frente a Él en la oración, abriéndose a su amor en lo más profundo de su corazón y entregándose a Él sin reservas. La Virgen María nos ayudará a conocer, acoger y vivir en el íntimo amor de nuestro Padre.