Lc 12,1-7
En aquel tiempo, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros.
Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos: “Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay oculto que no sea descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. Porque cuanto hayáis dicho en la oscuridad será escuchado a la luz; cuanto hayáis hablado al oído bajo techo será pregonado sobre los terrados.
A vosotros, amigos míos, os digo: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo y después de esto no pueden hacer nada más. Os enseñaré a quién tenéis que temer: temed al que después de dar muerte tiene potestad para arrojar en el infierno. Sí, os digo: temed a éste. ¿No se venden cinco pajarillos por dos ases? Pues bien, ni uno solo de ellos queda olvidado ante Dios. Aún más, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No tengáis miedo: valéis más que muchos pajarillos.”
En efecto, la hipocresía es muy peligrosa y puede darse en diversos ámbitos. Por eso, Jesús nos advierte enérgicamente contra ella. Uno simula algo que en realidad no es y que quizá ni siquiera se esfuerza por alcanzar. Así, uno transmite una imagen equivocada de sí mismo, y esto genera una profunda incoherencia.
Si, por ejemplo, uno ocupase una posición de autoridad religiosa y engañase a la gente fingiendo algo que en realidad no es, esto resulta particularmente trágico para las personas sencillas, a las que les gusta confiar. Por ello, para no perder la actitud vigilante, es necesario fijarse también en los frutos que proceden de una persona, porque “un árbol bueno no puede dar frutos malos” (Mt 7,18).
El Señor conocía la hipocresía que había en el corazón de los fariseos y la señala abiertamente, porque en el ámbito religioso estas falsedades son aún más devastadoras que a nivel secular. En efecto, en el ámbito secular es más fácil cuestionar a los que ejercen autoridad, pero es más difícil hacerlo con las autoridades religiosas, puesto que éstas han recibido un encargo de Dios, por lo que merecerían nuestra confianza y respeto. Sin embargo, debemos tomarnos a pecho las advertencias del Señor y cobrar consciencia de que también en el “ambiente sacro de la Iglesia” podemos encontrar esta hipocresía y debemos cuidarnos de ella, para no caer en una trampa.
Pero, además de hacernos ver este problema, el Señor nos señala el camino para llegar a salvo a nuestra meta: es la relación con nuestro Padre Celestial. Es en Él en quien debemos depositar nuestra confianza, plena e incondicionalmente. ¡Es a Él a quien debemos temer!
Jesús quiere darnos a entender que el Padre tiene todo en sus manos y nunca nos pierde de vista ni nos retira su amor. ¡Nadie sino Él tiene el poder sobe nosotros! Aunque nos sobrevengan persecuciones, aunque a nivel externo los poderes hostiles pretendan ejercer su dominio sobre nosotros, éstos sólo pueden matar el cuerpo, pero no tienen poder sobre nuestra alma. Conocemos muchos ejemplos en la historia de la Iglesia de innumerables mártires que resistieron a sus verdugos y no renegaron su fe. En no pocos casos, sus perseguidores les hacían ofrecimientos –a veces relacionados con hipocresía– que los hubieran liberado del peligro que les amenazaba. Pero ellos se mantuvieron firmes en las tentaciones porque confiaban en Dios.
En sentido figurado, también podemos encontrarnos con la hipocresía cuando se nos dice que, por ejemplo, el pecado no es tan grave, que ciertos actos inmorales son propios de la naturaleza humana y que, en consecuencia, no hace falta rechazar tales tendencias. Aquí se trata de una hipocresía a nivel espiritual, que tienta al hombre a dejar de luchar contra las tentaciones, porque ya ni siquiera se las considera tentaciones, sino que se las declara permitidas.
Aquí hace falta estar profundamente anclados en Dios, en sus mandamientos y en la sana doctrina de la Iglesia. A fin de cuentas, detrás de tales errores y tentaciones pueden estar aquellos espíritus hostiles a Dios, que quieren engañar al hombre y apartarlo del camino recto. También ellos se presentan con hipocresía, fingiendo que quieren ayudar al hombre al quitarle una pesada carga. Así, pueden incluso disfrazarse con un manto de misericordia.
Por tanto, cuidémonos de todo tipo de hipocresía.