Ef 5,15-20
“Así pues, mirad atentamente cómo vivís; no como necios, sino como sabios, aprovechando bien el tiempo presente, porque corren días malos. Por tanto, no seáis insensatos; tratad de comprender cuál es la voluntad del Señor. No os embriaguéis con vino, que lleva al desenfreno; llenaos más bien del Espíritu. Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor, dando gracias siempre y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.
¡Dichoso aquel que tiene un maestro tan bueno como San Pablo, que no se cansa de exhortar a sus comunidades a permanecer en el camino recto y les da valiosos consejos para ello! ¡Dichoso el que escucha sus palabras y procura poner en práctica todas las directrices que nos da para el camino!
Hoy hemos escuchado su exhortación a “mirar atentamente cómo vivimos”. Ciertamente esta advertencia no se dirige sólo a aquellos que están en riesgo de caer en un consumo desenfrenado de alcohol; sino que sin duda el Apóstol de los Gentiles quiere que extendamos esta vigilancia a todos los aspectos de nuestra vida.
En lo que refiere a la embriaguez que produce el alcohol u otras sustancias, nuestro espíritu se disipa y perdemos el dominio sobre nosotros mismos, al menos en parte. San Pablo, por el contrario, nos recomienda: “No os embriaguéis con vino; llenaos más bien del Espíritu”. Éste nos eleva por encima de nosotros mismos y nos colma de verdadera alegría. El Espíritu de Dios no confunde; sino que “embriaga con el amor”. La embriaguez del Espíritu jamás puede compararse con la embriaguez del vino, como nos muestra San Pablo en la lectura de hoy. También San Pedro lo deja en claro en su discurso de Pentecostés (cf. Hch 2,14-36). El Espíritu Santo no provoca confusión; sino que nos permite comprender las cosas a la luz de Dios. Podemos decir que Él agudiza nuestra capacidad de comprensión a través de su luz, y nos invita a alabar a Dios con salmos, himnos y cánticos…
Así, pues, miremos atentamente cómo vivimos. De hecho, esta atención es importante en todos los ámbitos de nuestra vida: en el trabajo, en el manejo de los bienes que nos han sido confiados, más aún en el trato con las personas y, por supuesto, también en nuestra vida espiritual. Si en nuestra educación familiar no hemos aprendido este cuidado, todavía estamos a tiempo de hacerlo, educándonos a nosotros mismos.
San Pablo nos habla de “vivir como sabios”. Ciertamente se refiere a aquello que denominamos la “prudencia cristiana”, cuya vara de medir es este criterio: ¿Qué es lo que conviene para el Reino de Dios?, ¿qué es lo que me ayuda a crecer en el amor y qué es lo que me impide o me distrae? Si aplicamos esta prudencia, nuestra vida se regirá más según el Espíritu de Dios y tendremos un parámetro que se convertirá en nuestra medida. Por supuesto que esto no debe convertirse en una tensión interior ni hacernos escrupulosos. Antes bien, es una forma de conducir nuestra vida con sabiduría y hacerla fecunda.
Hay otra indicación de San Pablo, que es muy sencilla, pero, a la vez, muy importante: “Aprovechad bien el tiempo presente, porque corren días malos”. Esto nos recuerda a aquellas otras palabras del salmo 90: “¡Enséñanos a contar nuestros días, para que entre la sabiduría en nuestro corazón!” (v. 12).
Estas palabras nos exhortan a la vigilancia y a despertarnos completamente. En este mundo no está nuestra morada definitiva, y debemos aprovechar cada día de nuestra vida para servir al Reino de Dios y prepararnos para la eternidad. También es importante que, aun estando conscientes de la realidad del mal, no nos ocupemos demasiado con él ni alimentemos todo tipo de miedos en nuestro interior. ¡Nuestra mirada debe centrarse en Dios! Insisto una vez más: El mal –o el Maligno– no es omnipotente. Debemos tener esto siempre presente y traerlo a la memoria cuando parezca estar ganando poder. No le demos influencia sobre nosotros a través de nuestros miedos y ansiedades. Antes bien, llevemos todo ante el Señor. ¡Aprovechemos el tiempo para Él! Dios tiene todo en sus manos: ¡confiemos en Él! Precisamente el darnos cuenta de que “corren días malos” –como dice San Pablo–, puede estimularnos para acercarnos aún más al Señor y servirle a Él y a los hombres.
San Pablo nos recuerda que debemos alabar al Señor con todo el corazón y darle gracias siempre y por todo. Por un lado, esto corresponde a la justicia, y, por otro lado, nos ayudará a profundizar nuestra confianza en Dios y el amor a Él. La gratitud nos hace conscientes del actuar bondadoso y sabio de Dios, lo graba más profundamente en nuestro corazón y así despierta una confianza más firme. Con esta confianza y vigilancia espiritual podemos recorrer nuestra vida, aunque corran días malos.