Amado Espíritu Santo, Tú quieres que vivamos en fidelidad, y eso en una época en que la infidelidad parece haberse convertido en un estilo de vida. Será un arduo trabajo que tendrás que realizar, porque muchas personas ya no comprenden el sentido de la fidelidad, sea en el matrimonio, en las promesas hechas o incluso en los votos religiosos… A menudo tenemos que volver a aprender lo que significa la fidelidad, la responsabilidad, la constancia, la estabilidad…
Pero ante nuestros ojos tenemos un ejemplo sin igual: Es la fidelidad de Dios. ¡Dios es fiel y jamás abandona su fidelidad! Todo el Antiguo Testamento da testimonio de ello, en contraste con la frecuente infidelidad del pueblo de Israel.
Si nos fijamos en el tiempo en que vivimos, constataremos que lamentablemente son cada vez más las personas que se apartan de la fe y son infieles a Dios. En consecuencia, también resultará más difícil guardar fidelidad en las relaciones humanas.
La situación se pone particularmente difícil, oh Espíritu Santo, cuando en la misma Iglesia tenemos que confrontarnos a la infidelidad. Todos los católicos, desde el más sencillo de los fieles hasta el Papa mismo, estamos llamados a permanecer fieles al Evangelio y al Magisterio de la Iglesia.
No solamente debemos ser fieles a Dios y al prójimo; sino también –entendiéndolo correctamente– con nosotros mismos. Hemos de ser fieles a la verdad que hemos reconocido, mientras que no reconozcamos con claridad una verdad más alta y convincente. Entonces, esta fidelidad irá formando nuestro carácter y nos convertirá en personas en las que se puede confiar y con las que se puede contar en todas las circunstancias.
Podemos “entrenarnos” en la fidelidad con las cosas pequeñas, que de ninguna manera son insignificantes, porque, como nos dice el Señor: “Quien es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho; y el que es injusto en lo insignificante, también lo es en lo importante” (Lc 16,10).
Cuando nos comprometemos o prometemos algo, debemos guardar nuestra palabra. Y en caso de que realmente no nos sea posible, tenemos que informar a quien corresponda. Los deberes que asumimos, debemos cumplirlos. También la puntualidad nos ayuda a adquirir una actitud responsable, que a su vez se relaciona con la fidelidad.
Todos estos maravillosos frutos que Dios quiere cosechar en el árbol de nuestra vida, nos hacen semejantes a Él. Será tu obra, Amado Espíritu Santo, hacerlos crecer en nuestro interior, siempre y cuando nosotros estemos dispuestos a cooperar y a dejarte actuar.
La Sagrada Escritura nos advierte que no seamos hombres “movidos por el viento y zarandeados de un lado a otro” (St 1,6). La fidelidad nos consolida y nos convierte en fiables cooperadores en el Reino de Dios, como lo fue, por ejemplo, el Apóstol San Pablo.
La fidelidad es particularmente importante en lo que refiere a Dios y a nuestra fe. Ésta puede sufrir ataques de diversos tipos, y conocemos el testimonio de los mártires, que prefirieron entregar su vida antes que traicionar su fidelidad a Dios. Y Tú, oh Espíritu Santo, los hiciste capaces de ello a través del espíritu de fortaleza, que se manifestó en su fidelidad como fruto.
Espíritu Santo, te suplicamos que nos fortalezcas especialmente en estos tiempos en que la fe está siendo cada vez más atacada, para que permanezcamos fieles a ti y no nos dejemos confundir; fieles a tu Palabra, fieles al auténtico Magisterio de la Iglesia y a todo aquello que procede de ti y lleva el sello de tu luz.