El objetivo de nuestras meditaciones cuaresmales es convertirnos en mejores discípulos del Señor, discípulos que, con gran convicción, den testimonio del amor de nuestro Padre en estos tiempos difíciles. Su amor se nos ha revelado de una manera singular en su Hijo Jesucristo.
Gracias a los padres del desierto, conocimos el término «discreción», que tiene un significado amplio relacionado con el «discernimiento de los espíritus». Así, la discreción nos ayuda a distinguir con prudencia entre lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso, lo auténtico y lo artificial. Más adelante, también aplicaremos esta virtud a nuestra vida espiritual para ver cómo podemos llevarla de tal manera que dé mucho fruto.
Pero antes, debemos recordar qué es lo que estamos llamados a anunciar a la humanidad como discípulos del Señor. Como católicos, siempre habíamos tenido claro cuál es el mensaje. Nos apoyamos en la Sagrada Escritura, en la Tradición y en el auténtico Magisterio de la Iglesia. Así, nos movemos en “terreno seguro”, como sugiere la virtud de la discreción, y podemos remontarnos a los apóstoles y a todo lo que la Iglesia ha venido transmitiendo fielmente a lo largo de los siglos hasta el día de hoy. Este sólido fundamento nos protege del error.
Sin embargo, actualmente nos enfrentamos a un problema que no podemos pasar por alto. El gobierno de la Iglesia y, por ende, también sus fieles, han caído en una crisis existencial. Durante este pontificado, la crisis se ha agravado tanto que se ha dado cabida a diversos errores y falsas doctrinas que desfiguran el rostro de la Iglesia.
Hay quienes insisten en que esta crisis se remonta a mucho tiempo atrás y afirman que el problema tiene su origen en el Concilio Vaticano II. Otros, en cambio, señalan que se ha hecho una interpretación equivocada del Concilio, de manera que ciertos pasajes de sus documentos se han utilizado en una dirección determinada, lo que ha dado lugar a la crisis actual. Otros no perciben la crisis en absoluto e incluso creen que el pontífice actual va por buen camino y que simplemente se lo malinterpreta.
No pretendo abordar este debate en todas las meditaciones diarias hasta que retomemos el Evangelio de San Juan. Sin embargo, en el sentido del discernimiento de los espíritus y, por tanto, de la discreción, es necesario señalar las desviaciones que, desgraciadamente, se han convertido en objeto de anuncio en el seno de la Iglesia católica. Como discípulos y apóstoles del Señor, estamos comprometidos con la verdad que Él ha encomendado a su Iglesia. Y si esta verdad es vulnerada, ya sea en la doctrina o en la práctica, deben hacerse las correcciones pertinentes. Hasta ahora, no se han llevado a cabo tales correcciones, de manera que el veneno de la falsa doctrina y la práctica puede extenderse por el Cuerpo de la Iglesia. Dado que estas confusiones proceden y son promovidas por los líderes de la Iglesia, ha surgido una situación particularmente compleja que debe ser afrontada en el Espíritu del Señor. Quien anuncie falsas doctrinas debe saber que los fieles no pueden seguirle. En efecto, no existe el deber de obedecer a los errores, sino más bien el de ofrecerles resistencia adecuadamente.
¿Por qué es tan importante abordar este tema? Porque los discípulos del Señor no pueden anunciar falsas doctrinas ni relativizar la verdad. Antes bien, han de proclamar al Señor como único Redentor de la humanidad, oportuna e importunamente. No pueden callar por respetos humanos cuando sea tiempo de confesar.
Este anuncio se ha vuelto más difícil en el sentido de que a menudo los fieles ya no cuentan con el respaldo de las autoridades eclesiásticas. En su mayoría, han perdido el rumbo y emprendido la dirección equivocada, señalada por el jefe actual de la Iglesia, de quien Monseñor Héctor Aguer, arzobispo emérito de La Plata en Argentina, dice lo siguiente: «No predica sobre el conocimiento y el amor de Jesucristo, sino que promueve un humanismo horizontal en línea con la agenda globalista.» Sin embargo, esta no puede ser la tarea de los discípulos, que recibieron del Señor el mandato de llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra (Mt 28,19-20).
Así, pues, si queremos consolidar nuestro discipulado en este Tiempo de Cuaresma, debemos –por desgracia– abordar también las irregularidades en la Iglesia. Son éstas las que han deformado su testimonio hasta hacerlo casi irreconocible. Son éstas las que hacen que la Iglesia se hunda en la insignificancia. El veneno del modernismo ha penetrado profundamente en ella y se extiende como un tumor cancerígeno por todo su organismo.
En nuestro recorrido sobre la virtud de la discreción, el filósofo alemán Dietrich von Hildebrand nos acompañará para descubrir algunos aspectos del discernimiento de los espíritus. En la introducción de su libro “El viñedo devastado”, Hildebrand habla de una «quinta columna», refiriéndose a un grupo de clérigos que destruyen conscientemente a la Iglesia en una especie de conspiración. Son sacerdotes, teólogos y obispos que han perdido la fe, pero permanecen en la Iglesia. Se presentan como salvadores de la Iglesia en el mundo moderno y trabajan codo con codo con masones y comunistas para destruir desde dentro el Cuerpo místico de Cristo. A continuación, Hildebrand habla sobre el grupo de aquellos que quieren convertir a la Iglesia en algo totalmente contrario a su verdadera naturaleza. Despojándola de su carácter sobrenatural, secularizándola y desacralizándola, quieren convertirla en una institución humanitaria. Este grupo utiliza el mismo camuflaje que los enemigos de la Iglesia, presentando sus reformas como progreso y adaptación a la mentalidad del hombre moderno.
No es difícil constatar que eso es precisamente lo que pretende la actual jerarquía eclesiástica. Las siguientes meditaciones lo dejarán aún más claro, de manera que el discípulo del Señor esté preparado para la resistencia espiritual y pueda aplicar la discreción.