¿Podría uno imaginar una hija del Padre Celestial más encantadora que tú, amada Virgen María?
Una hija que embelesa tanto a su Padre que Él le confía lo más precioso: su amado Hijo.
No, no puede haber alguien que se te iguale.
Tú eres aquella a la que el Señor ha elegido. Sólo Dios, el Santo, conoce toda tu belleza, con la que Él mismo te adornó; y sabe con cuánta alegría y ternura colmaste Su Corazón, viéndote en el esplendor de Su gracia.
Tota pulchra… ¡Toda hermosa eres, oh Hija del Padre!
En ti resplandece sin mancha la belleza del primer día, cuando Dios nos creó a Su imagen.
Y tú, la más hermosa y pura entre las mujeres, le entregas todo tu corazón al Padre Eterno, indivisamente y en una confianza sin límites. Y Él, que tanto te ama, hace que tu alabanza resuene por todo el orbe de la tierra, pues todas las generaciones te llamarán dichosa (Lc 1,48).
Tota pulchra…
Y esta belleza tuya proviene de la presencia de Dios en ti, que te impregna por completo. La pureza de tu alma no busca más que servir al Padre Celestial. Es esta pureza la que te lleva a decir “sí” –“fiat”–, conduciéndote así por los caminos que el Padre ha previsto para ti.
Así te conviertes en resplandor de la gloria de Dios, que brilla en ti.
Tú, Amada Virgen, no necesitas adornos ni joyas visibles. Tus virtudes te adornan cual piedras preciosas y reflejan la bondad de Dios.
¿Sabes, amadísima Hija del Padre..? ¡Nosotros nos alegramos contigo por tu elección!
La alegría de Dios por causa tuya, y tu alegría por causa Suya es también nuestra alegría. Tu esplendor se derrama también sobre nosotros, pues tú eres hija del género humano; una de nosotros.
Tú diste tu “sí” a la Voluntad del Padre también en representación por nosotros, y ciertamente nos ayudarás a decir nuestro “sí” y a vivir para la alegría de Dios.
¡Para cuántas personas eres tú un modelo, y se han consagrado a ti para poder servir mejor a Dios y para despertar al amor filial hacia el Padre Celestial!
Sabes, amadísima Virgen: siempre te busco a ti en las mujeres, y cuando te descubro en ellas, siento algo del encanto que debe llenar a nuestro Padre cuando te mira… Y veo cómo las mujeres, bajo tu amorosa influencia, pueden asemejarse cada vez más a ti.
Hoy, amadísima Virgen, nos preparamos en la Iglesia para la Fiesta de tu Asunción al Cielo. Sabemos que desde ahí intercedes por nosotros y nuestro Padre siempre escucha tu plegaria.
Incontables veces los fieles repiten en el Santo Rosario el saludo que te dirigió el Ángel en Nazaret, y recuerdan aquella hora en la que dijiste “sí” a la Voluntad de tu Padre Celestial.
Jamás podremos agradecerte lo suficiente por tu “fiat”, pues fue éste el puente que Dios escogió para enviar a su Hijo al mundo… ¿Qué más podríamos decir?
¡Tota pulchra, toda hermosa eres, oh Hija del Padre; tú, la obra maestra de Su amor!