Fil 3,8-14 (Lectura correspondiente a la memoria de San Bruno)
Hermanos: Todo lo considero pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él perdí todas las cosas; incluso las tengo ahora por basura con tal de ganar a Cristo y vivir en él, no por mi justicia, la que procede de la Ley, sino por la que viene de la fe en Cristo, justicia que procede de Dios, por la fe. Y, de este modo, lograr conocerle a él y la fuerza de su resurrección, y participar así de sus padecimientos, asemejándome a él en su muerte, con la esperanza de alcanzar la resurrección de entre los muertos.
No es que ya lo haya conseguido, o que ya sea perfecto, sino que continúo esforzándome por ver si lo alcanzo, puesto que yo mismo he sido alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo no pienso haberlo conseguido aún; pero, olvidando lo que queda atrás, una cosa intento: lanzarme hacia lo que tengo por delante, correr hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios nos llama desde lo alto por Cristo Jesús.
Aunque no son muy frecuentes, una y otra vez Dios suscita vocaciones que se retiran por completo del mundo para vivir con Él en la soledad, renunciando a todo “con tal de ganar a Cristo”. Hoy conmemoramos a San Bruno, que, en el año 1084 se retiró junto a seis compañeros para llevar una austera vida religiosa. De ahí surgió posteriormente la Orden de los Cartujos. En una carta dirigida a un preboste, amigo suyo, San Bruno escribe:
“La prudencia sabe lo que la Sabiduría misma dice: ‘Quien no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío’ (Lc 14,33). ¿Quién no ve cuán hermoso, útil y agradable es permanecer en su escuela, bajo la guía del Espíritu Santo, aprendiendo la filosofía divina, que es la única que confiere verdadera felicidad?”
San Pablo está consciente de ello, porque el conocimiento de Cristo, su Señor, lo supera todo, hasta el punto de que el Apóstol llama “basura” a todas las cosas, para dejar en claro la abismal diferencia entre una vida con Cristo y una vida sin Él.
Si bien la vocación de un San Pablo, de un San Bruno o de un carmelita representan joyas particularmente brillantes en el tesoro de la Iglesia, todo cristiano que quiera seguir al Señor está llamado a “correr hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios nos llama desde lo alto por Cristo Jesús.”
Aunque quizá nosotros estemos más involucrados en las realidades terrenales, a causa de la vida familiar y el trabajo en el mundo, estas palabras no dejan de aplicarse a la situación en la que nos encontremos. ¡Nada debe anteponerse a Cristo; a Él hemos de buscarlo siempre y en todas partes, esforzándonos por cumplir su Voluntad! Es esto lo que hace que, desde ya, nuestra vida sea celestial. Cuanto más el Señor vaya tomando forma en nosotros, tanto más nos marcará su vida.
Pablo nos deja en claro que él mismo no es aún perfecto y, en este contexto, nos da una pauta importante para seguir al Señor en un amor ardiente:
El Apóstol anhela con todas sus fuerzas esta vida en Cristo, y subordina todo lo demás a esta meta. ¡Nada debe rivalizar con este amor especial a Cristo! ¡Nada ni nadie! Todo lo demás, sea lo que fuere, debe alinearse detrás del Señor.
Y San Pablo menciona otro punto fundamental: “Olvidando lo que queda atrás, una cosa intento: lanzarme hacia lo que tengo por delante, correr hacia la meta…”
Su mirada se dirige hacia la meta: estar con el Señor en la eternidad y, hasta que llegue ese momento, cumplir la misión que Dios le ha encomendado en este mundo. Él no mira hacia atrás; es decir, no está constantemente ocupado en las realidades terrenales; sino que se fija en el “ahora” con la perspectiva de lo que está por venir.
¡He aquí un consejo importante para todos nosotros de cómo podemos vivir fructífera y sabiamente! Esto cuenta tanto para un cartujo o una monja carmelita, cuya vida está particularmente enfocada en la eternidad; como también para todos los cristianos, que, en su mayoría, se encuentran en otras circunstancias de vida.
Día a día nos acercamos a la eternidad; día a día se aproxima el día del Retorno de Cristo. Este enfoque confiere a nuestra alma esa concentración y fuerza que vemos en el Apóstol de los Gentiles. Nos enseña a contemplar las cosas desde la perspectiva de la eternidad y a clasificarlas según su importancia. Voluntariamente dejaremos de lado las cosas sin importancia; evitaremos los placeres inútiles o incluso perjudiciales; y aprovecharemos el tiempo que se nos concede para “alcanzar el premio al que Dios nos llama desde lo alto por Cristo Jesús.”
Las palabras del Apóstol y el ejemplo de San Bruno invitan a todos a enfocarnos cada vez más en Dios, sin dejarnos absorber por las realidades terrenales hasta el punto de perderlo de vista a Él.