La fortaleza –que es considerada como una de las cuatro virtudes cardinales– hace parte del equipamiento básico de un soldado. Si éste no se vuelve valiente, no se podrá contar con él en las batallas más duras, pues el miedo se apoderaría de él, de tal manera que la situación se pondría peligrosa para todos sus compañeros.
Es fácil hacer esta constatación cuando pensamos en una guerra física. Pero la guerra física es un reflejo del combate espiritual en el que nos encontramos. En el capítulo 6 de la carta a los Efesios, San Pablo nos hace entender que nuestra lucha se dirige contra “los principados, las potestades, los dominadores de este mundo tenebroso y los espíritus del mal que están en el aire” (v. 12).
La guerra en la que nos encontramos debe librarse a muchos niveles, y el Señor no nos exonera de hacer la parte que nos corresponde. Cada uno a su manera y según las circunstancias en que se encuentra, necesita la virtud de la fortaleza y debe aprender a vencer toda cobardía y a refrenar su temerosidad, para que no le impida hacer aquello que el Señor quiere de él.
En la meditación de ayer, mencioné que incluso las almas temerosas pueden llegar a ser valientes. En efecto, con nuestra voluntad podemos ejercitarnos en ella, para apropiárnosla y para que así, con el paso del tiempo, se vuelva parte de nosotros. A veces decimos: “Él es un hombre valiente” o “ella es una mujer fuerte”, para dar a entender que es capaz de sufrir y soportar mucho. Esto indica que la virtud de la fortaleza no sólo consiste en atacar; sino también en soportar.
Escuchemos de nuevo al Dr. Joseph Schuhmacher, de cuya conferencia citamos también ayer un pasaje:
“La virtud de la fortaleza implica dos aspectos: por una parte, el ataque; por otra parte, la resistencia. La persona valiente ataca a los enemigos de Dios, a los enemigos de una justa causa, para alcanzar el triunfo del bien, del Reino de Dios… La fortaleza cristiana se sirve sobre todo de las armas del Espíritu, y se la demuestra especialmente en la profesión valiente de la fe. En no pocos casos, cuando la persona valiente se ve rodeada de injusticias, de opresión y de violencia externa, no le queda otra opción que perseverar en la paciencia y mantenerse firme. Puesto que el hombre natural es más reacio a esta última actitud que a la de atacar, Santo Tomás de Aquino (+1274) habla de la resistencia como del acto de fortaleza más excelente. Entonces, la resistencia es el acto de virtud más significativo de un valiente soldado del Reino de Dios. En este acto, se asemeja específicamente a Cristo sufriente y crucificado. En esta situación, halla consuelo en las palabras de Jesús: ‘Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas’ (Lc 21,19).”
Los temas relacionados con el combate espiritual suelo tratarlos de forma especial en el grupo de Balta-Lelija (que significa: “lirio blanco”). Los que forman parte de este grupo son personas que han comprendido que actualmente nos encontramos en una gran lucha espiritual y que conscientemente quieren asumir su sitio dentro del “ejército del Cordero”. Alguno podrá sentirse a merced de los acontecimientos que le rodean y de los poderes que actúan en ellos, y quizá se pregunte qué es lo que él, en toda su debilidad, puede hacer para contrarrestarlo y si es lo suficientemente valiente como para luchar. El texto que escuchamos hace un momento nos da la respuesta. En el combate espiritual es muy importante la resistencia: el saber soportar, rechazar los dardos del maligno, perseverar en la paciencia y orar con insistencia. Muchas veces son las mujeres las que aquí demuestran ser fuertes. A propósito, la patrona de Balta-Lelija es una jovencita muy valiente: Santa Juana de Arco.
Aprovecho la ocasión para invitar a aquellos que estén interesados en formar parte del movimiento de resistencia espiritual “Balta-Lelija” a que nos escriban al siguiente correo electrónico: balta-lelija@jemael.net
Pero además quiero animar a todos a esforzarse por adquirir la virtud de la fortaleza, para recorrer más firmemente el camino de seguimiento del Señor.
Escuchemos un extracto más de la conferencia del Dr. Joseph Schuhmacher sobre “Las virtudes cardinales y su importancia en la vida cristiana”:
“Como explica Santo Tomás de Aquino, la fortaleza implica la paciencia, pues aquello que es propio de la persona paciente –a saber, no dejarse confundir por la desgracia que le amenaza– lo posee también la persona valiente. Sin embargo, en esta última viene a añadirse algo más; es decir, que, de ser necesario, ella saldrá al encuentro y atacará al amenazante mal. Santo Tomás de Aquino observa que la resistencia que hace parte de la fortaleza consiste en perseverar con todas nuestras fuerzas en el bien, en no rendirnos ante los sufrimientos físicos que nos sobrevienen… La esencia de la fortaleza no es el ataque, ni la autoconfianza, ni tampoco la ira; sino esta perseverancia y paciencia. Esto no significa que la paciencia y perseverancia sean en sí mismas superiores al ataque; sino que, en nuestro mundo concreto, éstas son las únicas posibilidades de resistencia, y en ellas puede revelarse la fuerza más profunda del alma del hombre. Somos pacientes cuando no permitimos que las heridas que nos son provocadas al obrar el bien nos roben la serenidad, la alegría y la claridad del alma. La paciencia es el arquetipo de la invulnerabilidad o, como dice Santa Hildegarda de Bingen, es ‘el pilar al que nada puede derrumbar’.”
Mucho más valientes que los héroes de las guerras son los pacientes; y más fuertes que los que conquistan ciudades son los que se dominan a sí mismos (cf. Prov 16,32).
Después de haber visto la valentía en los testigos del Antiguo Testamento y de haber hablado un poco sobre la esencia de la virtud de la fortaleza, retomaremos el tema el lunes (después de la Fiesta de Cristo Rey), para aplicarlo a la vida interior.