La vida espiritual (Parte I)

Puesto que durante las próximas semanas llevaremos a cabo una misión que nos llevará a varias partes de América, saldremos durante algunos días del marco acostumbrado de las meditaciones diarias. Sin embargo, esto no debería ser una desventaja, pues trataremos temas que son importantes para el desarrollo de una vida espiritual sana. Aunque ya hayamos escuchado este tema, siempre resulta provechoso repetirlo, pues, como dice el refrán, “la repetición es la madre de la sabiduría”.

Después de esta pequeña serie sobre la vida espiritual, meditaremos a partir de la próxima semana las lecturas del Libro del Apocalipsis que la Iglesia nos propone antes de cerrar el año litúrgico.

Como sabéis, la Sagrada Escritura y la auténtica doctrina de la Iglesia son muy importantes para nosotros. Por ello, queremos en el mes de diciembre echar un vistazo a la Declaración “Dominus Iesus”, escrita por el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Cardenal Ratzinger, en la que expone la actual confusión en relación a la unicidad salvífica de Jesucristo. Sin duda, se trata de un documento bien cimentado en la doctrina de la Iglesia, de manera que nos movemos en “suelo seguro”.

Os pedimos que nos acompañéis con vuestras oraciones para que la misión que tenemos por delante sea fructífera. Empecemos ahora con nuestra serie sobre la vida espiritual…

El fundamento para la vida espiritual

El camino espiritual, que también podríamos definir como “crecimiento en el amor”, suele dividirse en tres “vías” en la teología mística clásica: la vía purgativa, la vía iluminativa y la vía unitiva. Éstas son accesibles para toda persona que realmente quiere seguir el llamado de Dios.  El Espíritu Santo, que es el amor entre el Padre y el Hijo, lleva a cabo su obra en nuestro corazón para transformarlo a imagen de Cristo. El hombre que ha vuelto a nacer “del agua y del Espíritu” (Jn 3,5) se va modelando bajo su suave influjo y se vuelve capaz de acoger cada vez más el amor de Dios en su interior, viviendo en él y obrando en él. En pocas palabras, se convierte en una persona llena de verdadero amor.

Para recorrer y perseverar en este camino de seguimiento de Cristo, es importante, en primera instancia, cimentarlo sobre un fundamento seguro y estable; un fundamento que siempre permanece. En efecto, el discípulo del Señor, que ha aceptado su invitación de seguirlo, no ha quedado automáticamente exento de las debilidades de su naturaleza humana y sigue necesitando el auxilio constante de Dios. Debe cuidarse de no extraviarse ni sufrir daño en este camino. Para ello, es un gran regalo poder contar con un guía que tenga experiencia a nivel espiritual y que pueda darnos buen consejo. En caso de no hallar un acompañante tal (lamentablemente muchas veces sucede así), seguimos contando con las múltiples ayudas que ofrece la Iglesia para el camino de seguimiento, para robustecer e instruir al discípulo. En el seno de la Iglesia han surgido muchos maestros espirituales, iluminados por el Espíritu Santo, que nos instruyen en el camino de seguimiento de Cristo.

El fundamento seguro y sólido sobre el que hemos de edificar nuestra vida espiritual, de manera que podamos emprender con gran confianza y alegría el camino en pos del Señor, es el amor de nuestro Padre Celestial.

Si al inicio, en nuestra conversión, hemos tenido el encuentro decisivo con la misericordia y el amor paternal de Dios, lo conoceremos a lo largo del camino espiritual también en su dimensión formativa, porque, como buen Padre, querrá educar a sus hijos.

Una vez que hemos puesto nuestra confianza en Dios y vivimos en la creciente certeza de su amor, Dios empezará su gran obra de transformación en nuestro interior. Ya no se tratará sólo de experimentar la alegría de la fe que hemos hallado, sino de cooperar con el Espíritu Santo para que Él pueda llevar a cabo esta transformación. Dios quiere volver a modelarnos según su imagen, que ha sido herida y a menudo incluso distorsionada por el pecado. En su Hijo Jesucristo, el Padre nos presenta la verdadera imagen del hombre: “He aquí el hombre” (Jn 19,5b). Por Cristo, con Él y en Él hemos sido llamados al camino de la santidad. Y Jesús, exhortándonos a “ser perfectos como el Padre Celestial” (Mt 5,48), nos invita a este camino de santidad.

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