Is 56,1-3a.6-8
Esto dice el Señor: “Observad el derecho, practicad la justicia, porque mi salvación está por llegar, y mi justicia se va a manifestar. Dichoso el hombre que obra así, el mortal que persevera en esto, que observa el sábado sin profanarlo y preserva su mano de obrar el mal. El extranjero que se ha unido al Señor no diga: ‘El Señor me excluirá ciertamente de su pueblo’.
A los extranjeros que se han unido al Señor para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que observan el sábado sin profanarlo y mantienen mi alianza, los traeré a mi monte santo, los llenaré de júbilo en mi casa de oración; sus holocaustos y sacrificios serán aceptables sobre mi altar; porque mi casa es casa de oración y así la llamarán todos los pueblos”. Oráculo del Señor, que reúne a los dispersos de Israel: “Todavía congregaré a otros, además de los ya reunidos”.
Antes de dar inicio a las meditaciones sobre las Antífonas O, que comienzan mañana y nos preparan para el Nacimiento de nuestro Salvador, leemos en el Profeta Isaías cuál es el proceso a seguir para aquellos extranjeros que quieren adherirse al Pueblo escogido de Dios.
Las primeras exhortaciones se dirigen a todos en general. El Pueblo debe observar el sábado y seguir los preceptos e instrucciones del Señor. Sólo así los hombres vivirán en el orden correcto frente a Dios. El alejamiento de su santa Ley, en cambio, oscurecerá sus vidas.
A continuación, el Señor se dirige a los extranjeros que se han unido a Él. Si ellos cumplen todo lo que Dios espera de su Pueblo, entonces también en ellos se complacerá el Señor y les concederá las mismas gracias que otorga a los judíos, haciéndolos partícipes de las promesas. Ellos pueden acudir a su Templo, a su “casa de oración”.
Lo que escuchamos en esta lectura sigue aplicándose en los tiempos de la Nueva Alianza. Aquellos que aún son extranjeros y están lejos, están llamados a acoger la gracia de Dios que se les ofrece en Cristo Jesús y a venir de prisa a su “monte santo”. Serán insertados en el Pueblo de Dios si cumplen los mandamientos y preceptos de Dios de la misma manera que los que ya conocen y viven la Ley de la Nueva Alianza.
Esa es la condición preestablecida para incorporar realmente a todos los hombres en el camino de la salvación. La atracción del amor y de la verdad que debe emanar de la Iglesia, llama a las personas a seguir a Cristo, y en Él surge la verdadera unidad y fraternidad entre los hombres. Si siguen este llamado, recibirán todo lo que Dios ha preparado para ellos.
Por tanto, los fieles no deben dejarse llevar por falsos conceptos de unidad, que no corresponden al camino que Dios ha dispuesto. He hablado de esto en muchas meditaciones diarias y conferencias, porque una y otra vez corremos el peligro de cooperar en la edificación de una Torre de Babel (Gen 11,1-9) y buscar una unidad que no está cimentada en Dios.
Nuestra misión consiste en anunciar con palabras y con nuestro testimonio de vida la multiforme gracia de Cristo, invitando así a las personas a emprender el camino hacia el “monte santo” de Dios. La verdadera renovación de la Iglesia se dará por la fuerza del Espíritu Santo y se hará visible especialmente en aquellos que recorren de forma consciente el camino de la santidad. La Iglesia no puede tener como guías y referentes al mundo y al espíritu del tiempo. Las corrientes que quieren adaptar a la Iglesia al espíritu del mundo, en lugar de asemejarla cada vez más a Cristo y a la Virgen María, están en un grave error.
Antes de terminar, quiero agradecer a todos los que han rezado por mi pronta recuperación. Gracias a Dios, ya me encuentro mucho mejor. Espero que las meditaciones de los próximos días sobre las antífonas O nos preparen para celebrar con gran alegría la Fiesta del Nacimiento de Nuestro Señor. El énfasis de estas meditaciones no estará tanto en el contenido doctrinal, sino en la interiorización y en la música sacra.