Mt 11,20-24
En aquel tiempo, Jesús se puso a reprochar a los pueblos en los que había realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido: “¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertos de sayal y sentados en ceniza. Por eso, os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿pretendes encumbrarte hasta el cielo? ¡Pues hasta el Hades te hundirás! Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma que para ti.”
También hoy el Señor habla muy claramente de cuán decisivo es el encuentro con Él. No podemos olvidar que nosotros, los hombres, estamos comprometidos con la verdad. Cerrarse conscientemente a la verdad tiene consecuencias tremendas y de gran alcance, como Jesús nos muestra con claridad en el evangelio de hoy. El juicio también se referirá a cómo hemos respondido a la verdad que se nos ha revelado, a lo que hemos hecho con lo que nos ha sido confiado. En Corazín, Betsaida y Cafarnaún el Señor había obrado grandes milagros, que debieron haber llevado a las personas a la conversión. ¡Pero esto no sucedió! Por eso Jesús les reprocha.
A algunas personas puede resultarles muy difícil comprender cómo es que la conversión, por una parte, deba darse con libertad; mientras que, por otra parte, sea una grave obligación. Esto se debe a que somos creaturas; y no seres autónomos, que se hayan creado a sí mismos. Todos los fundamentos de nuestra vida nos han sido dados, están por así decir preestablecidos; y será siempre una contradicción si no vivimos conforme al sentido más profundo de nuestra existencia o, peor aún, si hacemos lo contrario a aquello para lo cual fuimos creados.
Seguir la verdad y ordenar nuestra vida conforme a ella es un llamado y, a la vez, una obligación interior. Si no lo hacemos, estaremos viviendo en una contradicción interior.
Jesús, siendo el Hijo de Dios, no sólo nos anuncia la verdad; sino que dice de sí mismo que es la Verdad (cf. Jn 14,6). A partir de estas palabras, podemos comprender el evangelio de hoy: En el encuentro con Jesús se decide nuestra vida en toda la dimensión de su existencia.
Esto nos muestra la gran seriedad de nuestro servicio de evangelización y nos compromete a que nuestra vida personal sea lo más coherente posible con la verdad que anunciamos. Porque ¿cómo creerán las personas si hablamos de una forma y actuamos de otra?
Sólo el Señor sabe si una persona tenía el suficiente conocimiento de la verdad del evangelio para tomar la decisión de seguirlo, y sólo Él conoce cuáles pudieron ser los impedimentos por los cuales no correspondió a la invitación del evangelio. ¡Nosotros no podemos ni debemos juzgar sobre esto!
Pero las palabras del evangelio de hoy nos exhortan a que, una y otra vez, tomemos conciencia de la enorme gracia que hemos recibido de parte de Dios por poder conocer el evangelio.