Is 26,7-9.12.16-19
La senda del justo es recta; tú allanas la senda del justo. Echamos de menos, Yahvé, tu forma de hacer justicia; tu nombre y tu recuerdo son la añoranza de mi vida. Mi ser te anhela de noche, mi espíritu madruga por buscarte, porque cuando tus juicios se ejercen sobre la tierra, los habitantes del mundo aprenden la justicia. Señor, tú nos aseguras la paz, porque eres tú el que realiza por nosotros todo lo que nosotros hacemos. Yahvé, en el aprieto te buscamos, cuando más nos oprimía tu castigo: como cuando una mujer encinta sufre al acercarse el parto y se queja entre dolores, eso parecíamos ante ti, Yahvé.
Hemos parido entre dolores, pero hemos dado a luz viento: no hemos traído a la tierra salvación, no le nacerán habitantes al orbe. Revivirán tus muertos, tus cadáveres resurgirán, despertarán y darán gritos de júbilo los moradores del polvo; pues tu rocío es rocío luminoso, y el país de las sombras parirá.
El amor de Dios por nosotros y nuestro amor por Él debería ser el gran tema de nuestra vida. No en vano Dios nos dio el primer mandamiento, que nos recuerda y exhorta a entrar de lleno en la realidad tal como Él nos la concede. Solo entonces nuestra vida se despliega en toda su belleza y dignidad, y adquiere un esplendor sobrenatural. Entonces, aprendemos a percibir cada vez más que nuestra vida transcurre bajo la mirada de un amoroso Padre, y correspondemos a su deseo de vivir en íntima comunión con nosotros.
Como afirma la lectura de hoy, al justo Dios le allana la senda. Al hablar del “justo” se hace referencia al creyente que vive conforme a la Voluntad de Dios y se esfuerza por agradarle en todo. Es así como su senda se ve allanada; es decir que siempre encontrará un camino, aun si a su alrededor se extiende el caos. No es, pues, un camino que él mismo traza con su propio poder; sino que el camino del Señor se convierte en el camino del justo.
Hace parte de la adorable Sabiduría de Dios el señalar siempre la solución adecuada para cada situación, sin importar lo enredada que esté y aunque haya surgido por culpa humana.
Así, se empieza a vivir en una santa sencillez. La sencillez no significa simplificar situaciones complejas de forma inadmisible; sino que procede del hecho de que, a fin de cuentas, en Dios se puede encontrar la razón de todas las cosas, ya sea por su Voluntad activa o por su permisión. Así, uno puede centrar sus fuerzas en Dios para dar la respuesta correcta a la situación dada; y no las pierde en vano tratando de encontrar por sí mismo una respuesta, que a menudo se atascaría en muchas dudas.
Ciertamente el justo no es una persona infalible, y la senda recta tampoco consiste en una rigidez e inmovilidad, ni mucho menos en la terquedad de imponer el propio punto de vista como absoluto. Ser justo de cara a Dios significa tener una actitud confiada hacia Él, que nos permite aceptar también caminos desconocidos por el simple hecho de estar convencidos de su amor. Esta justicia hacia Dios de confiar cada vez más en Él le agrada sobremanera, sencillamente porque es la respuesta apropiada a su amor paternal. Esta actitud y confianza se refleja en estas palabras de la lectura: “Cuando tus juicios se ejercen sobre la tierra, los habitantes del mundo aprenden la justicia. Señor, tú nos aseguras la paz, porque eres tú el que realiza por nosotros todo lo que nosotros hacemos.”
Si los caminos de Dios se convierten en nuestros caminos; es decir, si nosotros caminamos en sus sendas, entonces nuestros caminos serán seguros, pase lo que pase…