Dan 7,9-10.13-14
Mientras seguía mirando, prepararon unos tronos y un anciano se sentó. Sus vestidos eran blancos como la nieve; sus cabellos, como lana pura; su trono, llamas de fuego; las ruedas, fuego ardiente. Fluía un río de fuego que manaba delante de él. Miles y miles le servían, millones le acompañaban.
Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Yo seguía mirando, y en la visión nocturna vi venir sobre las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se dirigió hacia el anciano y fue presentado ante él. Le dieron poder, honor y reino y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su reino no será destruido.
Hoy celebramos en nuestra Iglesia a los tres Arcángeles cuyos nombres conocemos por la Sagrada Escritura: Miguel, Gabriel y Rafael. Tanto la fiesta de hoy como la memoria de los santos ángeles custodios que se celebra el 2 de octubre nos invitan a elevar la mirada al mundo sobrenatural, que, aunque no podamos percibir con nuestros sentidos, no es menos real que el mundo físico en el que nos movemos.
En su libro “Christus Vincit”, el obispo Athanasius Schneider afirma que “la existencia de los ángeles es una llamada muy poderosa a la Iglesia para que mire hacia la eternidad, hacia el mundo invisible que nos espera.” De hecho, como dice Santo Tomás de Aquino, “el Cuerpo Místico de Cristo está compuesto no solo por los hombres, sino también por los ángeles”. Así, estamos llamados desde ya a actuar y adorar en unión con nuestros hermanos, los santos ángeles. Porque ya aquí en la tierra podemos anticipar la vida eterna, donde estaremos indisolublemente unidos a la familia de Dios, compuesta por hombres y ángeles.
Así como a cada persona el Señor le encomienda una misión única e irrepetible al crearla, también cada uno de los santos arcángeles que hoy celebramos tiene una tarea específica, que se expresa en su nombre propio. En la homilía que dio el Papa Benedicto XVI en esta fiesta en el año 2007, resaltó que “los tres nombres de los Arcángeles acaban con la palabra ‘El’, que significa ‘Dios’. Dios está inscrito en sus nombres, en su naturaleza.”
En efecto, como el Señor nos dice, los ángeles “ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18,10). Es decir que con todo su ser están orientados hacia Dios y es a partir de esta profunda unión con Él que se convierten en sus mensajeros. En palabras del Papa Benedicto, “llevan a Dios a los hombres, abren el cielo y así abren la tierra. Precisamente porque están en la presencia de Dios, pueden estar también muy cerca del hombre.”
Podremos comprender mejor esta misión de los ángeles en general si nos fijamos en la particularidad de los tres arcángeles que hoy celebramos. Escuchemos nuevamente al Papa Benedicto XVI:
La figura de San Miguel la encontramos “sobre todo en el libro de Daniel, en la carta del apóstol san Judas Tadeo y en el Apocalipsis. En esos textos se ponen de manifiesto dos funciones de este Arcángel. Defiende la causa de la unicidad de Dios contra la presunción del dragón, de la ‘serpiente antigua’, como dice san Juan. La serpiente intenta continuamente hacer creer a los hombres que Dios debe desaparecer, para que ellos puedan llegar a ser grandes; que Dios obstaculiza nuestra libertad y que por eso debemos desembarazarnos de él.” Con su grito ‘¿Quién como Dios?’, que de hecho es el significado de su nombre, San Miguel desenmascara la mentira de la serpiente y le da a Dios la gloria que sólo Él merece. “Pero el dragón no sólo acusa a Dios –continúa diciendo el Papa Benedicto. El Apocalipsis lo llama también ‘el acusador de nuestros hermanos, el que los acusa día y noche delante de nuestro Dios’ (Ap 12, 10).” En contrapartida, “la otra función del arcángel Miguel, según la Escritura, es la de protector del pueblo de Dios (cf. Dn 10, 21; 12, 1).”
El segundo arcángel, San Gabriel, está vinculado sobre todo al misterio de la Encarnación (Lc 1,26-38). En una de sus catequesis sobre los ángeles, el Papa Juan Pablo II explicaba que el nombre de Gabriel significa ‘Mi Poder es Dios’ o ‘Poder de Dios’, “como para decir que en el culmen de la creación, la Encarnación es el signo supremo del Padre omnipotente.” Aunque todos los ángeles son mensajeros, Gabriel lo es por excelencia, pues trae a la Virgen en Nazaret el gran anuncio, que dará inicio a la obra salvífica de Dios en Cristo Jesús. Le anuncia el cumplimiento de las profecías, la llegada del “Hijo del hombre” a quien Daniel contempló en la visión nocturna que nos relata la lectura de hoy; Aquel “cuyo poder es eterno y nunca pasará, y su reino no será destruido.”
Finalmente, el nombre de Rafael significa “Dios cura”. Nos encontramos con este arcángel sobre todo en el Libro de Tobías, donde lleva a cabo dos tareas emblemáticas de curación. Cura la comunión perturbada entre el hombre y la mujer, expulsando los demonios que una y otra vez desgarran el amor; y, en segundo lugar, sana a Tobit de su ceguera. El Papa Benedicto relaciona así la función del Arcángel Rafael con los tiempos presentes: “Todos sabemos que hoy nos amenaza seriamente la ceguera con respecto a Dios. Hoy es muy grande el peligro de que, ante todo lo que sabemos sobre las cosas materiales y lo que con ellas podemos hacer, nos hagamos ciegos con respecto a la luz de Dios.”
A nosotros, los cristianos, también nos han sido encomendados aspectos de estas tres grandes misiones: el combate contra la “antigua serpiente” como San Miguel, el anuncio de la Buena Nueva como San Gabriel, la sanación de las heridas interiores y de la ceguera espiritual como San Rafael. Así, estos tres ángeles, que son nuestros hermanos en Cristo, han de asistirnos especialmente en estos tiempos, en que el diablo adquiere una creciente influencia sobre el mundo y la Iglesia, en que el anuncio de la fe parece debilitarse cada vez más y en que hay una gran necesidad de sanación interior.