La Creación espera la manifestación de los hijos de Dios

Rom 8,18-25

Hermanos: Yo estoy convencido de que los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. Incluso la creación espera ansiosa y desea vivamente la manifestación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la caducidad, no espontáneamente, sino por voluntad de aquel que la sometió; pero latía en ella la esperanza de verse liberada de la esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera viene gimiendo hasta el presente y sufriendo dolores de parto. Pero no sólo ella. También nosotros mismos, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior anhelando la liberación de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación está relacionada con la esperanza. Ahora bien, una esperanza que se ve no es esperanza; pues ¿acaso uno espera lo que ve? Pero si esperamos lo que no vemos, hemos de aguardar con paciencia. 

“Hermanos: Yo estoy convencido de que los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que se ha de manifestar en nosotros.”

Así nos habla el Apóstol Pablo, quien nos dejó entrever algo de los tremendos sufrimientos que padeció por causa del Evangelio (2Cor 11,24-29). Probablemente la mayoría de los cristianos no experimentarán sufrimientos a tal nivel, pero esta afirmación suya es una indicación muy significativa para nosotros, que hemos de ser hombres llenos de esperanza. Los padecimientos de este tiempo, por difíciles que sean, no deben aplastarnos, desanimarnos ni robarnos la esperanza. Si esto sucede, quizá sea una señal de que nuestra alma no está lo suficientemente vigilante y se sumerge demasiado en el sufrimiento. El Diablo, por su parte, puede hacer ver aún más oscura una situación difícil de sufrimiento. En tales circunstancias, nos ayudará recordar las palabras del Apóstol, que nos darán esperanza y levantarán nuestros ojos: nos espera una gloria que no se compara, y entonces podremos decir: “Señor, cuán pequeños fueron aquellos sufrimientos que soportaste junto a nosotros, en comparación con la gloria que ahora podemos experimentar.” Decir esto desde ya, en fe y en la esperanza, nos ayudará a no desesperar ante el sufrimiento, a elevar la mirada hacia Dios y a “aguardar con paciencia”. 

“La creación espera ansiosa y desea vivamente la manifestación de los hijos de Dios.”

¿Qué significa esto?

Nosotros, los hombres, somos liberados de la esclavitud y el extravío del pecado a través de Nuestro Señor. Este proceso incluye a toda la Creación, que nos fue sometida para que mandemos sobre ella (cf. Gen 1,28). Cuanto más nos impregne el misterio de la Redención, tanto más cuidadosos seremos también en el trato con la Creación que nos ha sido encomendada. Esta actitud podemos aprenderla del Señor mismo, siendo así que nosotros somos su Creación, que Él ha elevado a hijos Suyos. ¡Qué bien nos trata el Señor! Y precisamente esta forma de tratarnos hemos de imitarla, en primera instancia en relación con las otras personas, pero también con la Creación irracional, a cuyos diversos elementos San Francisco llama sus hermanos en su famoso “cántico de las criaturas”.

Pero aquí es importante hacer una clara distinción: El hombre ha de ayudarle a la Creación a alcanzar su más alta destinación conforme al plan de Dios, y ha de tratarla tal como el Señor lo ha dispuesto. En los cultos paganos, en cambio, el hombre diviniza la Creación, por falta de un verdadero conocimiento de Dios. Entonces –con toda la sensibilidad que podamos tener hacia la dignidad de la Creación salida de las manos de Dios– no puede tratarse de rendir un homenaje especial a la Creación o a ciertos símbolos que la representan (por ejemplo, la “Pachamama”). Esto sería idolatría, que ofende tanto la dignidad de Dios como la del hombre. 

En nuestra Iglesia Católica, hay que tener cuidado de no dar cabida a elementos paganos –bajo el concepto de una “inculturación”–, ya sea que se los adopte de pueblos indígenas, de otras religiones o concepciones esotéricas. ¡Éstos oscurecerían la liturgia y la enseñanza de nuestra Iglesia! Aún está vivo el doloroso recuerdo de aquel indigno espectáculo del culto a la Pachamama acontecido dos años atrás en los Jardines Vaticanos y en la Basílica de San Pedro. 

Es loable que se procure tratar mejor a la Creación y tener una mayor sensibilidad hacia ella. También son bienvenidas y a menudo incluso necesarias las medidas sensatas en lo referente al medio ambiente y los recursos disponibles. Pero todo esto no debe llevar a una actitud ideológica y cuasi-religiosa, que podría degenerar en un sustituto de religión. 

¡Pongamos nuestra esperanza en el Señor en todo, y entonces habremos encontrado la dirección hacia la cual hemos de movernos!