Segundo día de la Octava de Navidad: «La alegría de los ángeles»

María y José, los pastores que vienen de prisa de sus campos, los tres Reyes Magos que se han puesto en camino para encontrar al Rey que ha nacido… todos ellos han sido tocados y atraídos por el misterio del Dios hecho hombre. Todos ellos tienen un encuentro con el Señor, aunque de diferentes maneras.

¡Cuán grande habrá sido la alegría de los ángeles, al saber que su Señor estaba entre los hombres! ¡Cuán dichosos se habrán sentido de poder llevar esa Buena Nueva a sus hermanos en la Tierra! Para ellos es un honor servir con prontitud a su Padre.

Podemos ver que los ángeles están profundamente involucrados en el plan salvífico de Dios. Además, están dispuestos a venir en auxilio de los hombres cada vez que el Señor les pide que lo hagan o cuando nosotros mismos invocamos su ayuda.

En el Evangelio, el Señor nos dice que los ángeles se alegran por cada pecador que se convierte y vuelve a casa (cf. Lc 15,10).

Entonces, ¡cuán grande habrá sido la alegría de los ángeles al saber que Dios se abajó a la humanidad para levantar al hombre caído y devolverle toda la dignidad que había perdido a causa del pecado!

Para nosotros, los hombres, es una alegría saber que aquellos a los que amamos están bien, que están realmente felices, que se apartan de los caminos equivocados y encuentran verdadera paz. ¡Cuánto más pura será esta alegría en los seres angélicos, que viven en perfecta armonía con Dios y llevan en sí mismos la presencia divina!

¡Los ángeles se regocijan; el cielo se alegra! Este mismo gozo ha de derramarse en los corazones de los hombres, para que se eleven del peso de este mundo y alaben el Nacimiento del Hijo de Dios junto con todos los ángeles y santos.

No existe ningún caso perdido; aunque todo parezca oscuro y sin salida. El Dios que se hizo hombre está siempre dispuesto a comunicar su vida divina al hombre, si tan sólo él acoge el regalo de su gracia.

Y el Señor envía siempre a sus mensajeros, los ángeles, para que todos los hombres sepan que no hay mayor regalo que Dios pudiese darnos que el de venir Él mismo a este mundo. Él quiere poner fin a la miseria del hombre; y se abajó para elevarnos a Él.

“Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre.” (Fil 2,6-9).

Si nos resulta difícil alegrarnos, elevemos nuestros ojos al cielo y veamos el gozo de los ángeles, para dejarnos contagiar por él. Ciertamente ellos están dispuestos a compartir su alegría con nosotros; e incluso será una alegría para ellos hacerlo. ¿Cómo podemos estar tristes, mientras nuestros mejores amigos están llenos de júbilo?

¡Gaudete: Christus est natus! ¡Alegraos: Cristo ha nacido! ¡Que el gozo y la esperanza entren en los corazones de los hombres! ¡Su Nacimiento es motivo suficiente!

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