Después de haber escuchado en la lectura de ayer cómo la “ira del Señor” a causa de la maldad de la Ciudad de Nínive fue aplacada por la penitencia de sus habitantes, de modo que el castigo no recayó sobre ellos, conviene que hoy meditemos el pasaje de la purificación del Templo (Mt 21,12-13), que fue el evangelio de la Misa Tradicional hace dos días.
Jesús se escandalizó de aquellos que hacían negocios en el recinto sacro, atentando así contra la santidad y dignidad del Templo. El Señor no se contenta con amonestar a los mercaderes, sino que los expulsa y vuelca sus mesas y puestos. El evangelista San Juan nos relata este pasaje en estos términos:
«Haciendo un látigo con cuerdas, Jesús echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado.» Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu Casa me devora» (Jn 2,15-17).
La razón que da el Señor para justificar su reacción es clara:
“Está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración. ¡Pero vosotros estáis haciendo de ella una cueva de bandidos!”
Nos encontramos aquí con un Jesús encolerizado y con una ira santa. También en una persona de fe puede encenderse esta ira cuando ve ofendida la Majestad de Dios. Recordemos el gesto que era habitual entre los judíos cuando veían que se blasfemaba contra Dios: rasgaban sus vestiduras.
Por eso, es bueno que también nosotros nos cuestionemos con sinceridad:
¿Se está respetando lo suficiente la dignidad de nuestros templos, en los que se ofrece el Santo Sacrificio? ¿Es que nuestro propio comportamiento cuando estamos en la iglesia corresponde a la santidad de Dios? ¿Sabemos permanecer en un santo silencio mientras estamos en el recinto sacro? ¿Acaso no se está haciendo un mal uso de nuestras iglesias cuando se las emplea para eventos que no tienen como objeto directo la glorificación de Dios? Las Santas Misas ¿están siendo celebradas con dignidad o se las desfigura con banalizaciones?
En este pasaje de la Escritura vemos con qué vehemencia reacciona Jesús cuando ve ofendida la dignidad del Templo, que es la Casa del Padre.
Por tanto, es necesario plantear más cuestionamientos aún: ¿Qué dirá el Señor al ver que, en países como Alemania y Austria, haya sacerdotes bendiciendo parejas homosexuales y que ahora, a través de la declaración Fiducia Supplicans, incluso se pretenda extender esta práctica a toda la Iglesia? ¿Qué dirá de que se dé la santa comunión a personas que no están en estado de gracia? ¿Qué dirá de que una figura de la Pachamama sea introducida con gestos de reverencia en la Basílica de San Pedro, de que las iglesias sean usadas como comedores, de que se instalen “centros de vacunación” en catedrales?
¿Podría acaso agradarle esto a Dios? ¿No será que más bien enciende su “ira” y le hará purificar una vez más el Templo?
La purificación del Templo que Jesús realiza en este pasaje del evangelio se aplica también a nuestra propia persona, porque somos “templo de Dios” (1Cor 3,16). El Señor quiere poner su morada en nosotros. Por eso, es importante que cooperemos con la gracia de Dios en nuestra purificación interior, porque en el templo de nuestro corazón Él ha de ser glorificado. ¡Que el Señor expulse todo aquello que no debería tener cabida allí! San Pablo nos dice:
“¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios?” (1Cor 6,19). En consecuencia, «no hagáis ya de vuestros miembros armas de injusticia al servicio del pecado; sino más bien ofreceos vosotros mismos a Dios como muertos retornados a la vida; y vuestros miembros, como armas de justicia al servicio de Dios» (Rom 6,13).
Al mismo tiempo que nosotros, como fieles, estamos llamados a interceder y a ofrecer sacrificios en representación por aquellos que no andan en los caminos de Dios y están atrapados en el pecado, también debemos trabajar profundamente en nuestra propia purificación. También de ella puede servirse el Señor para llegar a otras almas.
¡Que el Señor edifique su Templo totalmente de acuerdo con su santa voluntad y lo adorne con su presencia! Por ello, en nuestro santo itinerario hacia la Fiesta de la Resurrección, hemos de pedirle sinceramente que nos purifique a profundidad, para que lo menos posible¬ –o, mejor aún, nada- se interponga para que Dios pueda glorificarse a través de nuestra vida y que ésta sea lo más fructífera posible.
La purificación del Templo exterior e interior es urgente, para que nuestra santa fe brille con intensidad y los hombres en el mundo conozcan el camino de la salvación. Precisamente en un tiempo de grandes crisis, cuando la oscuridad se vuelve cada vez más densa sobre la faz de la tierra, es necesario que seamos lo que el Señor nos llamó a ser: “Vosotros sois la luz del mundo (…). Vosotros sois la sal de la tierra” (Mt 5,13.14).
Ésta sería la respuesta correcta de nuestra parte, que siempre es importante, pero que adquiere particular urgencia en tiempos de oscuridad.
_________________________________________
Meditación sobre la lectura del día: http://es.elijamission.net/2021/02/25/
Meditación sobre el evangelio del día: http://es.elijamission.net/2022/03/10/