Durante los últimos días de nuestro santo itinerario hacia la Fiesta de la Resurrección, hemos echado un vistazo a los vicios que asedian nuestra alma y quieren subyugarla. Al ofrecerles resistencia y combatirlos, tal como nos enseñan vivamente los maestros de la vida espiritual, estamos cooperando activamos en el proceso de purificación interior.
La lucha contra los vicios no cesa a lo largo de toda nuestra vida, y de esta manera Dios nos forma en los más diversos aspectos. Por nuestra parte, se requiere tenacidad y perseverancia, para que nunca nos abandonemos a nuestras malas inclinaciones, pues eso significaría rendirnos.
Tendremos que sufrir derrotas en este combate, pero incluso de ellas Dios se vale. Por una parte, nos hacen ver cuán necesitados estamos de la gracia en nuestro camino de seguimiento del Señor. Por otra parte, nos protegen del peor de todos los males: la soberbia.
La lectura de hoy conforme al Leccionario del Novus Ordo expresa nuestra realidad con mucho acierto: “El corazón es lo más retorcido; no tiene arreglo: ¿quién lo conoce? Yo, el Señor, examino el corazón…” (Jer 17,9-10).
En el proceso de purificación del corazón, la lucha contra los vicios ocupa un lugar central para acercarse a la meta. Sin embargo, la condición es que sepamos levantarnos de nuevo tras las derrotas, confiando en la misericordia de Dios, y que prosigamos nuestro camino. Éste es nuestro aporte en esta lucha, que es ineludible. Si el Señor nos ve luchando sinceramente, purificará nuestro corazón a través de la así llamada “purificación pasiva”, más allá de lo que podríamos lograrlo con nuestros esfuerzos en la “purificación activa”. Más adelante hablaremos de ello…
Pero el itinerario cuaresmal no sólo consiste en deshacernos del mal en sus múltiples apariencias; sino en que, mediante la obtención de las virtudes y los invaluables dones del Espíritu Santo, produzcamos en nuestra vida aquellos frutos que dan gloria a Dios y sirven a los hombres. Son éstos los que adornan nuestra alma con su verdadera belleza y nos modelan a imagen de Cristo: “Creó Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó” (Gen 1,27). Esta imagen, según la cual nos creó el Señor, quiere Él verla reestablecida en nosotros.
Cada uno de nosotros porta dentro de sí esta imagen, y nuestro Padre, siendo el “amoroso y divino artista”, quiere complacerse de su obra y llevarla a la perfección. Recordemos cómo concluye el relato de la Creación: “Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Gen 1,31).
Pero el hombre quedó gravemente herido por la caída en el pecado y, por así decirlo, “cayó en manos de bandidos” (Lc 10,30).
Por eso necesitamos un Redentor y un Salvador; un Liberador y un Buen Pastor, que nos conduzca con toda sabiduría por las sendas de la salvación, que abra nuestros ojos para la verdad y libere nuestro corazón para el amor. En la Persona de Jesús, éste a quien necesitamos ya vino al mundo para cumplir la Voluntad del Padre (cf. Jn 6,38). En Él “hemos recibido la redención, el perdón de los pecados” (Ef 1,7).
Por tanto, nada nos falta para poder llegar a ser aquello para lo que Dios nos ha destinado: sus hijos, a los que Él quiere tener consigo por toda la eternidad, una vez que haya llevado a cabo su obra y nosotros hayamos hecho nuestra parte. Allí, en la eternidad, podremos contemplarlo cara a cara, en incesante dicha, en comunión con los suyos. ¡Hacia esta meta peregrinamos!
Después de habernos enfocado en los últimos días en la parte que nos corresponde a nosotros en el proceso de purificación, luchando contra todo lo que nos aleja de Dios, nos fijaremos ahora en aquello que nos acerca a Él, conforme a la segunda parte de la oración de San Nicolás de Flüe: “Señor mío y Dios mío, concédeme todo lo que me acerca a Ti.”
Así como cooperamos con nuestro libre albedrío en la lucha contra los vicios, también podemos hacerlo en la obtención de las virtudes, contando, por supuesto, con la gracia de Dios. En el contexto de nuestro itinerario cuaresmal, no podremos profundizar en cada singular virtud, sobre las cuales se puede encontrar mucho en la literatura. Pero sí abordaré algunas de las virtudes, empezando por las cardinales, que son necesarias como sano fundamento de nuestra vida espiritual.
Además, las virtudes nos ayudan a contrarrestar directamente ciertos vicios. Un ejemplo sería la virtud de la templanza, que ayuda a las potencias de nuestra alma para luchar contra la gula.
Mañana veremos cómo las virtudes cardinales de la prudencia y la fortaleza nos ayudan en el seguimiento del Señor, afianzando nuestro camino y robusteciendo nuestra alma.
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Meditación sobre la lectura del día: http://es.elijamission.net/2021/03/04/
Meditación sobre el evangelio del día: http://es.elijamission.net/2022/03/17/