Investidos al servicio de Dios por misericordia

2 Cor 4, 1-2.5-7

Lectura correspondiente a la memoria de San Gregorio Magno

Hermanos: Investidos misericordiosamente del ministerio apostólico, no nos desanimamos y nunca hemos callado nada por vergüenza, ni hemos procedido con astucia o falsificando la Palabra de Dios. Por el contrario, manifestando abiertamente la verdad, nos recomendamos a nosotros mismos, delante de Dios, frente a toda conciencia humana.

Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús, el Señor, y nosotros no somos más que servidores de ustedes por amor de Jesús. Porque el mismo Dios que dijo: “Brille la luz en medio de las tinieblas”, es el que hizo brillar su luz en nuestros corazones para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios, reflejada en el rostro de Cristo. Pero nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios.

Generalmente solemos hablar del anuncio del evangelio como de una misión que Dios nos ha encomendado; el mandato misionero de Cristo… En el texto de hoy, escuchamos otro concepto que nos invita a reflexionar sobre el envío que se nos ha confiado. San Pablo habla de un ministerio del que ha sido investido por misericordia de Dios. Ciertamente al decirlo el Apóstol tiene en vista su propia conversión y las circunstancias particulares de la vocación que recibió directamente del Resucitado. Es por eso que entiende cuánto se compadeció Dios de Él, para liberarlo de la ceguera con que perseguía a los cristianos e investirlo de un auténtico ministerio como el que ahora realiza.

Pero esta misericordia en el llamado no se manifiesta únicamente en la vida del Apóstol San Pablo. En la meditación del 1 de septiembre, en relación a la virtud de la humildad, habíamos tomado aquella palabra de Jesús donde nos llama a que, una vez que hayamos hecho todo lo que se nos ha encomendado, nos consideremos como siervos inútiles (cf. Lc 17,10). Y hoy el Señor nos hace entender que es su misericordia la que está detrás del encargo de anunciar el evangelio. No solamente nos convertimos en servidores de su misericordia, al anunciarla a las personas a través de nuestra vida y palabras; sino que el llamado mismo procede de la misericordia de Dios.

Y es que, efectivamente, somos personas muy débiles, incapaces por nosotros mismos de anunciar el evangelio como conviene. ¡Cuántas falsificaciones y deformaciones conforme al propio interés sufriría el anuncio, si no fuese la luz de Dios la que nos iluminaría! De hecho, hasta para acoger el evangelio se requiere de la gracia de Dios, y, aún más, para permanecer fieles a él. Sin embargo, el Señor nos confía ese inmenso tesoro, a pesar de nuestra fragilidad, e incluso se vale de esta debilidad humana…

Dios quiere honrarnos al encomendarnos una misión tan alta, y hacernos colabores de su amor. Así, Él despierta la vocación más profunda de nuestra vida terrenal, y no la deja baldía. ¿Puede acaso haber algo más noble para nosotros, miserables y limitadas creaturas, que servir a Dios? ¿No está Él compadeciéndose de nuestra indignidad e incapacidad al elevarnos a un ministerio tal? “Porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava” -exclama la Virgen, alabando al Señor, cuando se percata de su singular vocación.

Por misericordia, Dios llama a su limitada creatura; no sólo a ser receptora de Su bondad, sino además a llevarla a los hombres. Si entendemos esto, de manera que vemos correspondido nuestro anhelo de hacer de nuestra vida algo bueno y fecundo, entonces nuestro corazón se llenará de gratitud y nunca se paralizará nuestro fervor en el servicio de Dios. Ya no nos fijaremos en los esfuerzos que implica la misión ni nos detendremos ante la fragilidad de nuestras vasijas de barro; sino que intentaremos siempre corresponder a esta misericordia de Dios. Se nos desgarraría el corazón si, por nuestra negligencia y culpa, no cumpliéramos con nuestra tarea; y nos avergonzaría profundamente si dejásemos de anunciar abiertamente la verdad debido a los respetos humanos.

Así, el concepto de la misericordia de Dios en relación a la vocación de anunciar el evangelio, nos desvela una dimensión más del amor de Dios. ¡En todo somos hijos de Su misericordia! ¡Él no ha omitido nada para honrar y ensalzar a Sus hijos! El hecho de que Dios nos haga partícipes del deseo más profundo de su corazón, que consiste en traer a Sus hijos de regreso a casa y anunciarles la salvación en Cristo, supera toda expectativa… ¡Sólo podremos comprender esta realidad a partir de la infinita misericordia de Dios!


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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