HECHOS DE LOS APÓSTOLES: Conclusión de los Hechos de los Apóstoles  

Poco después de que Pablo fuera llevado a Cesarea, el sumo sacerdote Ananías bajó con algunos ancianos y el abogado Tértulo para presentar su acusación ante el procurador Félix (Hch 24,1). Sin embargo, Pablo se defendió y Félix no encontró motivos para condenarlo, por lo que postergó el caso (v. 22). Así que Pablo permaneció en Cesarea durante dos años, custodiado, pero con ciertas libertades. El sucesor de Félix, Porcio Festo, dejó a Pablo prisionero para complacer a los judíos (v. 27).

Nada más tomar posesión de su cargo, Festo tuvo que enfrentarse a las acusaciones de los sumos sacerdotes y los jefes de los judíos contra Pablo (Hch 25,1-2). Éstos le pidieron que lo trasladara de Cesarea a Jerusalén, «porque pensaban organizar una emboscada para matarlo en el camino» (v. 3). Pero Festo se negó y replicó que bajaran ellos a Cesarea (vv. 4-5). Cuando llegaron y presentaron sus acusaciones, Festo preguntó a Pablo si quería subir a Jerusalén para ser juzgado allí (v. 9), a lo que Pablo respondió:

“‘Estoy ante el tribunal del César, que es donde debo ser juzgado. A los judíos no les he hecho ningún mal, como tú bien sabes. Si soy reo de crimen y he hecho algo que merezca la muerte, no rehúso morir; pero si nada hay de lo que éstos me acusan, nadie puede entregarme a ellos: ¡apelo al César!’ Entonces Festo deliberó con su consejo y respondió: ‘Has apelado al César y al César irás’” (Hch 25,10-12).

Con estas palabras quedó trazado el camino de Pablo, quien ya sabía de antemano que debía ir a Roma. Cuando el rey Agripa II y Berenice acudieron a visitar a Festo, éste les expuso el caso de Pablo y el rey quiso escucharle en persona (vv. 13-22). Así que Pablo aprovechó la ocasión para dar testimonio de su conversión (Hch 26,1-23). Los Hechos de los Apóstoles relatan que, una vez terminado el discurso de Pablo, la reacción de los presentes fue la siguiente:

“Se levantaron el rey, el procurador, Berenice y todos los que se sentaban con ellos; y al retirarse comentaban unos con otros: ‘Este hombre no ha hecho nada que merezca muerte o prisión’. Agripa le dijo a Festo: ‘Podría ser puesto en libertad si no hubiera apelado al César’” (Hch 26,30-32).

A esto siguió el largo, tedioso y peligroso viaje en barco hasta Roma. Tuvieron que hacer frente a una fuerte tempestad en el mar, que llegó a tal magnitud que ya no les quedaba esperanza de salvarse (Hch 27,14-20). Sin embargo, Pablo animó a la tripulación y les dijo:

“Mejor hubiera sido, amigos, escucharme y no habernos hecho a la mar desde Creta, porque habríamos evitado estos peligros y estos daños. Pero ahora os invito a tener buen ánimo, porque ninguno de vosotros morirá; sólo se perderá la nave. Esta noche se me ha aparecido un ángel del Dios a quien pertenezco y a quien sirvo, y me ha dicho: ‘No temas, Pablo; tienes que comparecer ante el César, y Dios te ha concedido la vida de todos los que navegan contigo’. Por lo tanto, amigos, tened ánimo. Confío en Dios que ocurrirá tal como se me ha dicho. Vamos a dar con alguna isla” (Hch 27,21b-26).

Y así sucedió: llegaron a tierra en la isla de Malta y todos sobrevivieron gracias a que habían seguido las instrucciones de Pablo (v. 44b). Los nativos les recibieron muy bien y pudieron pasar allí el invierno. Sucedió allí que Pablo fue mordido por una víbora, pero, para sorpresa de los habitantes de la isla, el veneno no le hizo daño (Hch 28,3-5). También en Malta pudo curar a muchos enfermos y obrar muchos signos del Señor (vv. 7-9).

Transcurridos tres meses, se hicieron nuevamente a la mar en una nave alejandrina y, tras pasar por Siracusa, llegaron finalmente a Roma (vv. 11-14). Allí, se le permitió a Pablo permanecer en una casa particular con un soldado que lo custodiaba (v. 16). Así tuvo la libertad de convocar a los principales judíos para exponerles el motivo por el que había sido enviado a Roma (vv. 17-20). Los judíos de Roma no se mostraron hostiles hacia Pablo y escucharon abiertamente sus enseñanzas. Algunos abrazaron la fe, mientras otros permanecieron incrédulos (vv. 21-24). Pablo les dejó estas palabras del profeta para que reflexionaran:

“Ve a este pueblo y dile: ‘Con el oído oiréis, pero no entenderéis, con la vista miraréis, pero no veréis’. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y han cerrado sus ojos; no sea que vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan con el corazón y se conviertan, y yo los sane” (Hch 28,26-27).

Y concluyó diciéndoles: “Sabed, por tanto, que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles. Ellos sí la oirán” (v. 28).

Pablo permaneció dos años en aquella casa y pudo anunciar el Evangelio sin impedimentos (vv. 30-31). Con este resumen de los últimos capítulos, doy por concluida esta serie en la que hemos recorrido sistemáticamente los Hechos de los Apóstoles. Mañana pasaré a un tema nuevo, no sin antes hacer un breve repaso de las últimas semanas, en las que hemos conocido más de cerca a los apóstoles, con su incansable celo por cumplir la misión que el Resucitado les había confiado y que Pablo recibió en una visión.

El Señor les recompensó todo lo que hicieron por su Reino. ¡Gracias a Dios por estos maravillosos testigos de la salvación en Cristo, y gracias a ellos por permanecerle fieles hasta la muerte!

Meditación sobre el evangelio del día: https://es.elijamission.net/evangelio-de-san-juan-jn-1625-33-yo-he-vencido-al-mundo/

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