Lc 9,23-26 (Evangelio correspondiente a la memoria de Santos Andrés Kim Taegon, Pablo Chong Hasang y compañeros mártires)
En aquel tiempo, dijo Jesús a la multitud: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz cada día, y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, ése la salvará. Porque ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero si se destruye a sí mismo o se pierde? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, de él se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria y en la del Padre y en la de los santos ángeles.”
En la meditación de ayer, hablamos brevemente sobre San Genaro y, con justa razón, elogiamos el testimonio de los mártires. Hoy la Iglesia conmemora nuevamente a un grupo de mártires: los mártires de Corea. Vale la pena detenernos brevemente en la historia de la evangelización de dicho país y, sobre todo, en los cristianos que dieron su vida por causa del Evangelio. Una particularidad de la historia de Corea es que la evangelización fue llevada a cabo por laicos y las comunidades cristianas tuvieron que sobrevivir mucho tiempo sin sacerdotes. No obstante, la fe cristiana experimentó una amplia difusión. ¡He aquí un mensaje importante! Incluso si se presentan circunstancias adversas en las que no hubiera o sólo quedaran pocos sacerdotes para los fieles, la fe puede subsistir e incluso expandirse. No sabemos qué tiempos se avecinan para los fieles. Podría incluso surgir una persecución mundial de los cristianos bajo una figura anticristiana o bajo el último Anticristo. Pero el ejemplo de los cristianos en Corea puede ayudarnos a aferrarnos a la fe, pase lo que pase. ¡El Señor nos lo recompensará!
A lo largo de su historia, Corea estuvo bajo la influencia de China, tanto a nivel cultural como político; más adelante, bajo la influencia de Japón; y después de la Segunda Guerra Mundial, bajo la influencia de la Unión Soviética, sobre todo el Norte del país.
En el año 1777, una delegación de coreanos que viajaba todos los años a Pekín para pagar el tributo, trajo de China algunos escritos católicos que exponían las verdades básicas de la fe cristiana. Estos escritos llegaron a un círculo de intelectuales, que decidieron abrazar esta doctrina.
En 1783, pidieron a uno de los enviados que se familiarizara más con el cristianismo en China. Este enviado se llamaba Ni Sjen Huni. En su bautismo, adoptó el nombre de “Pedro” y retornó a su patria como apóstol de la fe.
En tan sólo algunos años, la comunidad cristiana en Corea alcanzó unos 4.000 miembros. Se pusieron en contacto con el obispo de Pekín, que les animó y les envió más escritos, que dejaban claro que el culto a los ancestros era incompatible con la fe cristiana.
Los nuevos cristianos en Corea aceptaron con alegría todas estas enseñanzas, y dos de ellos, después del fallecimiento de su madre, quemaron los cuadros genealógicos de su familia. Esta fue la razón para que el gobierno los condenara a muerte, considerándolos como traidores de las costumbres tradicionales y seguidores impíos de una doctrina extranjera. Así, ellos se convirtieron en los primeros, pero no últimos mártires de Corea.
Siguieron otros mártires, entre ellos un sacerdote chino que fue condenado a muerte en 1801. Unos 300 cristianos murieron durante esta persecución a consecuencia de las torturas o de hambre en la prisión. También un obispo con dos de sus misioneros y otros cien cristianos fueron condenados a la hoguera.
El primer sacerdote coreano, Andrés Kim, a quien la Iglesia conmemora hoy junto con San Pablo Chong y sus compañeros, sufrieron una muerte violenta el 16 de septiembre de 1846.
Las persecuciones parecían no terminar. Veinte años después del martirio de Andrés Kim, dos obispos, siete misioneros y 8.000 fieles católicos entregaron su vida por la fe.
Sin embargo, la Iglesia en Corea seguía creciendo. Se había convertido en una Iglesia de mártires. La sangre de los mártires, perseguidos por causa de Cristo, fue semilla de nuevos cristianos.
Cuando el gobierno coreano empezó a firmar tratados con naciones del Occidente, la situación se calmó y el número de cristianos creció hasta 180.000. Pero cuando se impusieron los comunistas en el norte del país, comenzaron de nuevo las persecuciones sangrientas.
Hoy en día, Corea se divide en dos partes: Corea del Sur, donde los cristianos pueden practicar abiertamente su fe, y Corea del Norte, dominada por el comunismo, donde los cristianos sufren las más duras represalias por parte del gobierno y, por tanto, tienen que vivir mayormente en clandestinidad. A pesar de esta constante amenaza, la comunidad de católicos sigue creciendo también en Corea del Norte.
Es grandioso y conmovedor que los cristianos sigan incondicionalmente al Señor e imiten a los apóstoles a tal punto de dar su vida por la fe. Éste es el fruto del indomable fuego del Espíritu Santo, que robustece a cada uno de estos cristianos con el don de fortaleza.
Nos resulta difícil imaginar una situación similar, porque la mayoría de nosotros no estamos expuestos a tal grado de persecución. Pero no debemos sentirnos demasiado seguros. La situación puede cambiar rápidamente, porque los valores cristianos sobre los que estaba edificada la civilización occidental están siendo cada vez más atacados. En su lugar, se colocan leyes y medidas injustas. Esto puede observarse claramente. La indiferencia hacia la fe se torna en distancia; la distancia se torna en rechazo; el rechazo se torna en hostilidad y la hostilidad desemboca en persecución.
Por ello, hemos de estar preparados y equipados. Debemos considerar a los santos mártires no sólo como modelos a seguir, sino como nuestros hermanos y aliados, que nos ayudan a permanecer tan fieles a la fe en nuestro tiempo como ellos lo fueron en el suyo.