Examinad los espíritus

1Jn 4,1-6

Queridísimos: no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, porque han aparecido muchos falsos profetas en el mundo. En esto conocéis el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios. Ése es el espíritu del Anticristo, de quien habéis oído que va a venir, y ya está en el mundo. Vosotros, hijos, sois de Dios y los habéis vencido, porque el que está en vosotros es más poderoso que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo, y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios. El que conoce a Dios nos escucha; el que no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.

El discernimiento de los espíritus es probablemente uno de los aspectos más importantes de la vida cristiana en una época en la que el espíritu anticristiano se manifiesta con fuerza en el mundo, ya sea en la fase de preparación para la venida del Anticristo o con su presencia directa. Esto se vuelve aún más apremiante al constatar que de los puestos decisivos de la jerarquía eclesiástica apenas emanan orientaciones claras para los fieles. También el sensus fidei (el sentido de la fe) se ha visto profundamente debilitado por la larga influencia del modernismo.

Sin embargo, si nos aferramos a la auténtica fe, sin adulteraciones, y tratamos de vivir de acuerdo con ella, entonces podremos hacer valer las palabras de san Juan en el pasaje de hoy: «Vosotros, hijos, sois de Dios y los habéis vencido [a los falsos profetas], porque el que está en vosotros es más poderoso que el que está en el mundo».

Podríamos decir que todo aquel que da testimonio de la verdad y la proclama ya ha emprendido la lucha victoriosa contra la herejía. El demonio se vale de las verdades a medias para engañar. Esa es la razón por la que algunas herejías son tan peligrosas. Si uno no está firmemente cimentado en la recta doctrina, tal vez se dejará llevar por un nuevo camino que se le presente, ya que en él también se dicen ciertas cosas verdaderas. Pero sabemos que el diablo mismo pronunció verdades a medias cuando quiso tentar a Jesús citando la Sagrada Escritura, pero aplicándola a un contexto equivocado (cf. Mt 4, 1-11). La verdad sin adulteraciones es el arma para contrarrestar tales ataques.

De ahí se desprende la necesidad de regirnos por el Espíritu del Señor y no por la mentalidad del mundo, como sugiere insistentemente el pasaje de hoy. En cuanto la Iglesia adopta la mentalidad del mundo, pierde su fuerza profética y se ve penetrada por el espíritu mundano. Así, incluso puede suceder que los predicadores y responsables terminen convirtiéndose en falsos profetas. No solo incumplen su deber de guiar a los fieles por el buen camino y advertirles de las seducciones, sino que incluso pueden llegar a engañarles. Esto sucede porque prestan oído al espíritu del Anticristo, que está presente en el mundo.

El mundo, por su parte, siempre quiere escuchar lo que le agrada, lo que le halaga y con lo que se identifica. Por eso, es un error grave y casi irremediable creer que, a la hora de anunciar el Evangelio, hay que adaptarse a la mentalidad del mundo y rebajar las exigencias hasta el punto de que todos puedan aceptarlo. Si esto sucede, la sal se vuelve sosa (cf. Mt 5,13).

Algo totalmente distinto es intentar dar testimonio del Evangelio con toda nuestra vida, practicando las virtudes cristianas y dejando que los dones del Espíritu Santo se desplieguen en nosotros. Esto, a su vez, surtirá efecto en la forma en que transmitimos el Evangelio. Cuanto más crezca el amor y, por tanto, la presencia de Dios en nosotros, más superaremos aquellas actitudes que dificultan la recepción del mensaje: la impaciencia, el afán de tener siempre la razón, las discusiones innecesarias y todo aquello que procede más de nuestras pasiones que del Espíritu del Señor.

En la medida en que nos dejemos formar interiormente por Él, también nos volveremos más sabios en el trato con aquellas personas a quienes queremos transmitir el mensaje de salvación. Notaremos más fácilmente cuándo es momento de hablar y cuándo conviene callar para dejar que lo dicho encuentre cabida en la persona.

Sin embargo, esto no nos llevará a regirnos por el espíritu del mundo ni a callar por respetos humanos cuando sería momento de dar testimonio. También es importante percibir cuándo no tiene sentido seguir hablando porque las puertas del corazón no se abren para recibir el mensaje del Señor. En estos casos, no se puede recurrir a ningún tipo de violencia. En tales momentos, se aplican las palabras de san Juan: «El que conoce a Dios nos escucha; el que no es de Dios, no nos escucha».

La verdad habla por sí sola, pero solo quien quiera escucharla se abrirá a ella.

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Meditación sobre el evangelio del día: https://es.elijamission.net/justicia-y-misericordia-2/

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