Entonces, algunos de Jerusalén decían: “¿No es éste al que intentan matar? Pues mirad cómo habla con toda libertad y no le dicen nada. ¿Acaso habrán reconocido las autoridades que éste es el Cristo? Sin embargo sabemos de dónde es éste, mientras que cuando venga el Cristo nadie conocerá de dónde es.” Jesús enseñando en el Templo clamó: “Me conocéis y sabéis de dónde soy; en cambio, yo no he venido de mí mismo, pero el que me ha enviado, a quien vosotros no conocéis, es veraz. Yo le conozco, porque de Él vengo y Él mismo me ha enviado”. Intentaban detenerle, pero nadie le puso las manos encima porque aún no había llegado su hora. Muchos de la multitud creyeron en él y decían: “Cuando venga el Cristo, ¿hará más signos que los que hace éste?” Al oír los fariseos que la multitud comentaba esto de él, los príncipes de los sacerdotes y los fariseos enviaron alguaciles para prenderle.
Entonces Jesús les dijo: “Aún estaré entre vosotros un poco de tiempo, luego me iré al que me ha enviado. Me buscaréis y no me encontraréis, porque donde yo estoy vosotros no podéis venir”. Se dijeron los judíos: “¿A dónde se irá éste que no podamos encontrarle? ¿Se irá tal vez a los dispersos entre los griegos y enseñará a los griegos? ¿Qué significan estas palabras que ha dicho: ‘Me buscaréis y no me encontraréis’, y ‘donde yo estoy vosotros no podéis venir’?”
¿Por qué los jefes religiosos de los judíos estaban tan empeñados en dar muerte a Jesús? Incluso Pilato, el procurador romano, se dio cuenta durante el interrogatorio de que Jesús era inocente y no se le podía acusar objetivamente de nada (Mt 27,18). Entonces, ¿por qué una persecución tan encarnizada contra el Señor en una etapa tan temprana de su ministerio público? Recordemos que incluso en el lugar donde se había criado, en Nazaret, quisieron despeñarlo.
Las Sagradas Escrituras mismas señalan los motivos de la persecución. En la primera parte del capítulo 7 de San Juan, habíamos escuchado a Jesús hablar del odio del mundo porque Él daba testimonio de que sus obras son malas. En el capítulo 8, el Señor señala que los judíos (refiriéndose a aquellos que lo perseguían) tienen por padre al diablo (v. 44). En este contexto, también hay que incluir el pasaje que habíamos escuchado ayer, en el que Jesús afirmaba que los que lo persiguen no buscan la gloria de Dios, sino su propia gloria (Jn 7, 18), que no juzgan con recto juicio (Jn 7, 24), etc. Podríamos encontrar más razones de la ceguera de sus perseguidores, que luego llevaron realmente a la muerte cruel del Hijo de Dios, que no había hecho otra cosa que anunciar el Reino de Dios y hacerlo patente con los signos que realizaba.
Se produce aquí una nefasta interacción de muchos diversos elementos.
Con todo el dolor que supone que el Hijo de Dios haya sido tratado así, todos estos acontecimientos que llevaron hasta ese punto pueden servirnos de lección. En el camino de seguimiento de Cristo, es importante que, desde el principio, prestemos atención a nuestro corazón, porque, como dice el Señor, de él sale lo malo: “Del corazón proceden los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios y las blasfemias” (Mt 15,19).
Con gran vigilancia, debemos resistir de raíz todo aquello que proceda de nuestras malas inclinaciones y quiera dirigir nuestros pensamientos y sentimientos en una dirección contraria a lo que el Evangelio nos enseña. Si no lo hacemos, la maldad se irá desplegando y empezará a dominar cada vez más hasta el punto de dar lugar a las malas acciones.
Como se puede ver en aquellos que quieren quitar la vida a Jesús, los malos pensamientos contra Él se apoderaron muy pronto de ellos y sucumbieron cada vez más al dominio del diablo. El punto débil del que pudo valerse el demonio fue la envidia, quizá también la soberbia al ver que un hombre sin formación académica se presentara como Dios. Luego aparecieron pensamientos erróneos de que Jesús podría engañar a la gente y, en consecuencia, se pondría en duda la posición que los jefes religiosos gozaban en el pueblo. Puesto que, en lugar de escuchar a Jesús y confiar en Él, no ofrecieron resistencia a estos pensamientos torcidos, sino que les dieron rienda suelta, el diablo pudo utilizarlos como instrumentos para llevar a cabo sus planes inicuos a través de ellos. Esta es la situación que se da «detrás de las cortinas» y que nosotros, como personas espirituales, debemos tener presente.
Si nosotros nos dejásemos llevar por nuestras malas inclinaciones, nos sucedería lo mismo.
Sin embargo, la hora de Jesús aún no había llegado. Nadie pudo ponerle la mano encima, porque no son sus perseguidores quienes determinan la hora en que será entregado. Solo el Padre Celestial establece su hora. En Él, en su Padre, Jesús tiene su hogar, y los judíos aún no pueden llegar hasta allí. Para ello, así como todos nosotros, tendrán que recibir primero el perdón de los pecados que Jesús obtendrá para la humanidad cuando haya llegado su hora, al cargar sobre sí mismo todas las culpas que separan a los hombres de Dios y los esclavizan.
En esta hora, el destino de los hombres cambiará, si tan sólo creen en Aquel a quien el Padre ha enviado. En esta hora, el cielo abrirá sus puertas para todos los que escuchan la voz del Padre, y Jesús nos liberará de la esclavitud de la muerte, del pecado y del demonio. Hacia esta hora se dirige el Señor. Una vez que la haya sufrido y haya resucitado de entre los muertos, también nosotros podremos ir adonde Él está y Él se dejará encontrar por nosotros.