Mediada ya la fiesta, subió Jesús al Templo y se puso a enseñar. Los judíos quedaron admirados y comentaban: “¿Cómo sabe éste de letras sin haber estudiado?” Entonces Jesús les respondió y dijo: “Mi doctrina no es mía sino del que me ha enviado. Si alguno quiere hacer su voluntad conocerá si mi doctrina es de Dios, o si yo hablo por mí mismo. El que habla por sí mismo busca su propia gloria; pero el que busca la gloria del que le envió, ése es veraz y no hay injusticia en él. ¿No os dio Moisés la Ley? Sin embargo, ninguno de vosotros la cumple. ¿Por qué queréis matarme?” Respondió la multitud: “Estás endemoniado; ¿quién te quiere matar?” Jesús les contestó: “Yo hice una sola obra y todos os habéis extrañado.
Puesto que os dio Moisés la circuncisión –aunque no es de Moisés sino de los Patriarcas–, incluso el sábado circuncidáis a un hombre. Si un hombre recibe la circuncisión en sábado para no quebrantar la Ley de Moisés, ¿os indignáis contra mí porque he curado por completo a un hombre en sábado? No juzguéis por las apariencias, sino juzgad con recto juicio.”
A los judíos les llamó la atención el conocimiento que tenía el Señor de la Sagrada Escritura. Como tantas otras cosas, no podían explicárselo, porque Jesús no hablaba como los demás escribas. El Evangelio de San Lucas relata que las personas “quedaban asombradas de su doctrina, porque hablaba con autoridad” (Lc 4,32).
El Señor se valió de la pregunta sobre el origen de su conocimiento para transmitirles que, al igual que su autoridad, su doctrina procedía del Padre Celestial, en cuyo Nombre actuaba. Por eso no es de extrañar que muchos hayan quedado tocados por las palabras de Jesús.
Ciertamente hemos hecho experiencias similares: cuando un predicador anuncia la Palabra con una autoridad que va más allá del conocimiento y la erudición sobre las Escrituras, y parte de una unión íntima con Dios, su enseñanza nos conmueve y nos habla profundamente. También los apóstoles, que eran personas sencillas, anunciaron al Señor con autoridad. Incluso los miembros del Sanedrín, que los habían mandado arrestar, se quedaron sorprendidos: “Al ver la libertad con que hablaban Pedro y Juan, como sabían que eran hombres sin letras y sin cultura, estaban admirados” (Hch 4,13).
En efecto, si alguien dice la verdad, su autoridad procede de esta verdad, que pide la respuesta del hombre, pues éste ha sido creado para la verdad. Cerrarse conscientemente a la verdad es sumirse en profunda oscuridad y ceguera. Jesús nos lo dice de forma muy convincente: “Si alguno quiere hacer la voluntad de Dios conocerá si mi doctrina es de Dios, o si yo hablo por mí mismo.”
Por tanto, existe una condición para aceptar la enseñanza de Jesús. Quien busque sinceramente a Dios y quiera hacer su voluntad, reconocerá la autoridad con la que Él habla. Puesto que sus palabras proceden indudablemente del Padre, y nadie sino el Hijo de Dios podría transmitírnoslas de esa manera, el hombre se enfrenta a una decisión. Jesús cumple todas las condiciones para que podamos confiar en Él y escucharle, porque no busca sino la gloria del Padre. No se cansa de decir una y otra vez a sus interlocutores de dónde proceden sus palabras y sus obras.
No necesariamente sucede así con las personas a las que les ha sido confiada la Palabra de Dios. De hecho, Jesús reprocha en varias ocasiones a los fariseos y escribas que no buscan la gloria de Dios, sino su propio honor. Esta puede ser una clave que explique por qué a veces las predicaciones no llegan tan fácilmente al corazón de las personas, sobre todo cuando están infectadas por ideas modernistas. En este caso, no se busca la gloria de Dios, sino que se proclaman las propias opiniones, quizá a veces para agradar a los hombres, para no causar escándalo, etc. Si fuera así, entonces la unión interior con Aquel que nos envía a anunciar la Palabra de Dios no es lo suficientemente fuerte, y por ende no se manifiesta la autoridad que sólo Dios puede conferir. En consecuencia, el Señor no puede mover los corazones de los oyentes.
Las palabras que Jesús emplea en este contexto son importantes: “El que habla por sí mismo busca su propia gloria; pero el que busca la gloria del que le envió, ése es veraz y no hay injusticia en él.”
¡Pongámoslo al revés! En efecto, es una gran injusticia si nosotros abusamos para nuestro propio honor de los contenidos religiosos que nos han sido confiados por Dios y que le pertenecen. Probablemente el Anticristo y su falso profeta, que han de manifestarse al Final de los Tiempos, actuarán así, y ésta será una de las características para identificar a estos enemigos de Dios.
Jesús señala una vez más que la curación del paralítico en sábado era obra de Dios y estaba totalmente en consonancia con lo que los judíos mismos hacían en sábado:
“Si un hombre recibe la circuncisión en sábado para no quebrantar la Ley de Moisés, ¿os indignáis contra mí porque he curado por completo a un hombre en sábado?” Y concluye su discurso a los judíos con una seria exhortación: “No juzguéis por las apariencias, sino juzgad con recto juicio.”