2Tes 2,1-3a.14-17
Hermanos, por lo que respecta a la Venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, os rogamos que no permitáis que vuestro ánimo se altere por cualquier cosa, ni os alarméis por ciertas manifestaciones del Espíritu, por algunas palabras o por alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que el Día del Señor es inminente. Que nadie os engañe de ninguna manera.
Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición. Dios os llamó por medio del Evangelio que predicamos, para que sea vuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta. Que Jesucristo, nuestro Señor, y Dios, nuestro Padre que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa, os consuele y os afiance en toda obra y palabra buena.
En repetidas ocasiones hemos tematizado en nuestras meditaciones la sobriedad que debemos tener frente a las afirmaciones referentes al “Día del Señor” o a la Segunda Venida de Cristo. No obstante, ser sobrios no significa que debamos rechazar de antemano toda palabra profética que pretenda prepararnos para tiempos difíciles y advertirnos de los peligros que acechan a los hijos de Dios. De hecho, esta última actitud carecería de sobriedad tanto como su actitud opuesta, que sería la de estar en constante y ansiosa búsqueda de revelaciones especiales por doquier.
Si escuchamos atentamente las palabras del Apóstol San Pablo, veremos que él nos exhorta a no dejarnos aturdir o alarmar tan fácilmente. Antes bien, hemos de examinar con serenidad todo lo que se nos presenta.
En relación con el “Día del Señor”, San Pablo nos habla también sobre el “Hombre impío”, el “Hijo de perdición”, y sobre la apostasía que precede al Retorno de Cristo. Esta apostasía no parece ser un suceso que se limite únicamente a determinadas regiones o países; sino que afectará a un gran número de personas, que llevan una vida sin Dios. Si hablamos de un “alejamiento de Dios” –y a esto se refiere el término “apostasía”–, sólo puede tratarse de personas o naciones que anteriormente estaban más cerca de Dios.
La apostasía es un signo que precede a la venida del “Hijo de la perdición”. En todas partes del mundo, los fieles católicos tienen que ver con dolor cómo tantas personas ya no viven en una relación viva con Dios y muchas ya no lo buscan siquiera; cómo muchas naciones que anteriormente eran bastiones de la fe católica están siendo arrastradas por el torbellino de la apostasía o se han hundido ya en él. Incluso en la Iglesia, el baluarte de la fe, podemos notar signos alarmantes de una “apostasía intra-eclesial”.
¿Será que pronto se manifestará el “¿Hijo de la perdición”, a quien también podemos denominar como el “Anticristo”?
No podemos descartar esta posibilidad. ¡Al contrario! De algún modo, tenemos que contar con que sea así. Por eso es tan importante no perder nunca la actitud vigilante y no dejarse llevar por la corriente de este mundo. La apostasía no necesariamente se produce de un momento al otro; sino que puede propagarse de forma sutil e insidiosa, impregnando lentamente su veneno en el mundo y en la Iglesia. ¡Esto es lo que sucede en la actualidad! Particularmente trágica es su expansión en el interior de la Iglesia, que está llamada a ofrecer resistencia al “Hijo de la perdición”.
Conforme al consejo de San Pablo, permanezcamos sobrios y no nos dejemos aturdir ni siquiera ante los escenarios más amenazantes. Antes bien, mantengámonos firmes y, siguiendo la exhortación del Apóstol, conservemos las tradiciones que hemos recibido. ¡Pongamos nuestra esperanza en el Señor!
Para contrarrestar esta tendencia apóstata –aparte de mantenernos nosotros mismos firmes en la fe, en la Palabra y en el camino de santificación– podemos ofrecer resistencia espiritual.
Por eso, he pedido a Harpa Dei incluir en esta meditación un canto especial de Santa Hildegarda de Bingen, en el que imploramos la ayuda de los santos ángeles, pidiéndoles que ahuyenten la oscuridad y separen la luz de las tinieblas, tanto en el mundo, como en la Iglesia y en nuestro propio corazón. ¡Que el Señor se valga también de la Música Sacra para debilitar las fuerzas anticristianas y hacer resonar su alabanza!
NOTA: Quienes deseen, pueden escuchar en el siguiente enlace el Himno a los Santos Ángeles en su totalidad: