Hch 13,16.22-26
En aquellos días, Pablo se levantó, hizo una señal con la mano y dijo: “Israelitas y cuantos teméis a Dios, escuchad: Dios depuso a Saúl y les suscitó por rey a David, de quien precisamente dio este testimonio: ‘He encontrado a David, el hijo de Jesé, un hombre según mi corazón, que realizará todo lo que yo quiera.’
De su descendencia, Dios, según la Promesa, ha suscitado para Israel un Salvador, Jesús. Juan predicó como precursor, antes de su venida, un bautismo de conversión a todo el pueblo de Israel. Al final de su carrera, Juan decía: ‘Yo no soy el que vosotros os pensáis; sabed que viene detrás de mí uno a quien no soy digno de desatar las sandalias de los pies.’ Hermanos, hijos de la raza de Abrahán, y cuantos entre vosotros teméis a Dios: a vosotros ha sido enviada esta palabra de salvación.”
En el año litúrgico, se celebran solamente tres nacimientos: el del Señor, el de la Virgen María y el de Juan Bautista. Esto indica la gran importancia que ha tenido para la Iglesia aquel que fue el Precursor de la venida de Cristo.
Aun antes de nacer, Juan el Bautista había sido elegido por Dios. En su nacimiento sucedieron cosas extraordinarias, que llegaron a oídos de muchos (cf. Lc 1,65-66). Posteriormente, su misión lo condujo al desierto, donde exhortaba a las personas a la conversión y las bautizaba (cf. Mt 3,1-2). En la vida de Juan Bautista, la conversión es un concepto clave, pues él representaba la Ley divina. Convertirse significa colocar conscientemente la propia vida bajo el dominio de Dios y hacer penitencia por los pecados cometidos.
No cabe duda de que, sin el perdón de Dios, no podríamos subsistir; pero una verdadera reconciliación con Él sólo puede darse cuando el hombre reconoce sus pecados, se arrepiente, los confiesa y pide perdón.
Si esta era la condición en tiempos de Juan Bautista, se mantiene en pie también después de la venida del Mesías. Está claro que Jesús nos facilitó el camino para recibir el perdón, mostrándonos la misericordia de Dios con una claridad sin precedentes. Pero permanece en pie la exigencia de apartarse del pecado y aceptar con sinceridad la oferta de la gracia.
Juan pudo presenciar con sus propios ojos la venida de Aquel a quien le había preparado el camino. Una vez que tuvo la certeza de que Jesús verdaderamente era el Mesías (cf. Mt 11,2-6), Juan sabía que él debía ‘disminuir’ para que Aquél creciera (cf. Jn 3,30). Esto significa que ahora él debía dar un paso atrás con su mensaje, puesto que, en la venida del Hijo de Dios, se hacía realidad cuanto él había anunciado.
Juan sella su testimonio profético entregando su vida por la verdad. No tuvo reparos en reprender a Herodes por vivir en una situación contraria a los mandamientos del Señor (cf. Mc 6,18). Su valentía le costó la vida, pues Herodías (la “esposa” de Herodes) le guardaba rencor por haber cuestionado su relación con el rey (cf. Mc 6,19).
El testimonio de Juan sigue siendo un cuestionamiento para nosotros hoy en día. Esta actitud firme del Bautista en las cuestiones morales: ¿sigue siendo válida en nuestro tiempo? ¿O es que con el paso del tiempo las cosas han cambiado?
En todo caso, parece ser que hoy en día en muchos países la Iglesia está adoptando una postura más liberal, que frecuentemente se justifica en nombre de una mayor misericordia. En tales circunstancias, resulta cada vez más difícil atreverse a señalar las situaciones de vida desordenadas e invitar a las personas a la conversión.
Hace algún tiempo, la Conferencia Episcopal Polaca nos dio un testimonio gratificante. Mientras que muchos obispos, e incluso enteras conferencias episcopales, permitieron que los así llamados “divorciados vueltos a casar” reciban la comunión bajo ciertas circunstancias, sin necesidad de vivir en abstinencia; los obispos polacos han exhortado a tales personas a ordenar su situación de vida, y así se han mantenido fieles a la doctrina y praxis tradicional de la Iglesia. En este ejemplo pudimos ver que todavía sigue vivo el espíritu profético que le ha sido dado a la Iglesia.
¡Con la venida de Jesús no se modificaron los mandamientos de Dios! Él no sólo los confirmó, sino que incluso aumentó su exigencia, dándonos a entender que se puede pecar incluso en la intención cuando no se la refrena (cf. Mt 5,28).
Vemos, pues, que el mensaje de Juan Bautista no ha perdido su actualidad.
En la vida espiritual es importante escuchar siempre al Espíritu Santo, y entender nuestra vida como un constante proceso de conversión. Dios quiere penetrar y morar en nosotros cada vez más plenamente. Él nos da todas las facilidades, pero quiere que nos dejemos mover por la gracia y cooperemos con ella.