Is 40,1-11
Consolad, consolad a mi pueblo –dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén y gritadle que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados. Una voz clama: “Abrid en el desierto un camino al Señor, trazad en la estepa una calzada recta a nuestro Dios.
Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro rebajado; que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y verán todos juntos –ha hablado la boca del Señor”. Dice una voz: “Grita”. Respondo: “¿Qué debo gritar?”. “Toda carne es hierba y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, se marchita la flor, cuando el aliento del Señor sopla sobre ellos; sí, la hierba es el pueblo; se agosta la hierba, se marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece por siempre”. Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: “Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder y con su brazo manda. Mirad, viene con él su salario y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían”.
Con la venida del Mesías, el concepto de “pueblo de Dios” se extiende, abarcando a todos aquellos que han acogido el mensaje de la salvación y han entrado así en una relación viva con Dios. La Iglesia, que alberga a tantos pueblos, es el sitio donde se reúnen los redimidos y alaban al Señor.
Dios ha cumplido su promesa, reuniendo como Buen Pastor también a aquellos que pertenecían a otro redil: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ésas debo conducir: escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, bajo un solo pastor.” (Jn 10,16)
Así, Jesús envió a sus mensajeros al mundo entero, para llevar a los hombres el anuncio de la salvación. Así como en el texto de hoy se le asegura el consuelo a Jerusalén, habiéndose cumplido el tiempo de su servidumbre, así se les puede anunciar a las naciones que el tiempo de la esclavitud ha llegado a término. ¡Ya no tienen que seguir sirviendo a los ídolos ni permanecer en tinieblas, confundidos por falsas doctrinas! ¡Ya no son esclavos del pecado; sino que el Señor ha pagado el precio de rescate para liberarlos y han sido llamados al Reino del Hijo querido de Dios (cf. Col 1,13)!
“Consolad, consolad a mi pueblo. Hablad al corazón de Jerusalén…”
Anunciad a todos los pueblos que, en Jerusalén, en la Cruz, el Mesías ha saldado su deuda, convirtiéndose así en el camino que nos conduce a través del desierto. Cada uno puede caminar sobre esta senda segura y llegar así a casa, si tan sólo acoge el ofrecimiento de la gracia. ¡Ya no tienen que seguir recorriendo solos los desiertos y estepas de la vida; sino que el Señor estará siempre junto a ellos y jamás los abandonará!
En la reconfortante imagen del buen pastor, el Señor describe su servicio, sabiendo bien cómo ha de guiar a cada uno en particular. Los pequeños necesitan su tierna cercanía; las ovejas que crían requieren de su delicada guía; a otros les viene bien una mano fuerte. Siempre sigue en pie lo que nos anuncia el evangelio de este día:
“¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida?” (Mt 18,12)
El Buen Pastor da su vida por sus ovejas y no huye cuando ve venir al lobo (Jn 10,11-12). Él no es un asalariado, que se aprovecharía de las ovejas para su propio beneficio. Para Él, los pueblos de la tierra no son un medio para acrecentar su grandeza, como será el caso del Anticristo, quien no se interesará realmente por el bien de las personas. Aunque éste se presente con disfraz de oveja y simule ser un pastor bueno, por dentro está corrompido. No le interesan las ovejas, no las conduce a las buenas praderas, no está lleno del Espíritu del Señor… El Anticristo no ama a Dios y, por tanto, tampoco ama realmente a las personas, aunque hacia fuera aparente hacerlo. En lugar de buenas praderas, les ofrecerá pastos desgastados; en lugar de enseñarles que solo Dios puede llenar el alma, les presentará una religión sin trascendencia, que se queda en los asuntos de este mundo. Relativizará el pecado y no exhortará a los hombres a la verdadera conversión. Así, les ofrecerá falsos consuelos; aquello que agrada y halaga a las personas…
El Buen Pastor, en cambio, no las halagará ni relativizará el pecado. Él anunciará la verdadera misericordia, que siempre va de la mano con la “verdad que salva”. Él no privará a las ovejas de la plenitud del evangelio y sólo anunciará aquella alegría que brota de vivir conforme a la Voluntad de Dios. Él, a través de sus mensajeros, no reposará hasta que todos los hombres hayan recibido el mensaje de la salvación y se haya convertido Él en el Pastor de todos los pueblos.
En vistas de la Segunda Venida de Cristo, todos aquellos que han reconocido al Señor y le sirven, están llamados a convertirse en pastores de los que aún están extraviados, de los que no conocen las buenas praderas de Dios o tienen que contentarse con pastos secos. Los discípulos del Señor han de adoptar el olor del Buen Pastor, el “buen olor de Cristo” (cf. 2Cor 2,15). En ellos ha de reflejarse la vida de su Señor, y hacerse palpable la forma de ser del Buen Pastor Celestial. Entonces podrán cuidar de todos aquellos que Dios les ha encomendado. El amor y la verdad se convertirán en brújula infalible, y así podremos convertirnos en mensajeros de la alegría y alzar nuestra voz con la autoridad de Dios.
¡Los hombres están necesitados del mensaje salvífico de Cristo! No se lo puede relativizar ni mutilar. ¡Sólo el Señor puede saciar realmente el hambre y la sed del hombre! El pago de nuestra deuda al Señor por todo su amor debería consistir en que no descansemos hasta haber cumplido nuestra parte, para que Él pueda conducir a los suyos a las praderas de la vida eterna.