La vida interior
Las meditaciones de esta semana nos conducen paso a paso al tema de la contemplación.
En nuestra Santa Iglesia, contamos con una rica tradición mística, en la que se describe el profundo encuentro entre Dios y el alma, y también se nos invita a emprender un camino tal. Conocemos comunidades que se dedican enteramente a la oración contemplativa, y que, de esta forma, llevan ante Dios todas las preocupaciones e intenciones de la Iglesia y del mundo. Se retiran totalmente del mundo, y permiten que la llama del amor de Dios arda en su corazón.
Ciertamente se trata de una vocación especial, que no es para cada persona. Sin embargo, este camino interior –que es el que recorren, por ejemplo, las carmelitas contemplativas– tiene aspectos que son importantes para todos aquellos que quieren profundizar su fe. Así como en el mundo se aprende de los que son maestros en su materia, así también nosotros podemos aprender de aquellos que han cultivado intensamente la vida interior. En la meditación de ayer, había concluido diciendo que uno debería buscar tiempos para retirarse, para entrar en un contacto más profundo con el Señor y corresponder así a Su deseo de poder comunicársenos confiadamente.
De hecho, el Señor nos dice en el evangelio: “Cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mt 6,6)
San Juan de la Cruz, uno de los más destacados maestros espirituales, lo explica en estos términos[1]:
“Es de notar que el Verbo Hijo de Dios, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser del alma; por tanto, el alma que le ha de hallar conviénele salir de todas las cosas según la afección y voluntad y entrarse en sumo recogimiento dentro de sí misma, siéndole todas las cosas como si no fuesen. (…) Está, pues, Dios en el alma escondido, y ahí le ha de buscar con amor el buen contemplativo.”
Vemos, entonces, que Dios mora en nosotros y nos atrae a buscarlo en nuestra propia alma.
Los maestros espirituales nos enseñan que no debemos dejarnos absorber por las cosas externas. Éste es un punto esencial para la profundización de nuestra vida interior. Fácilmente nos dejamos determinar por las cosas externas; nos dejamos llevar, apegamos nuestro corazón a las cosas pasajeras y a las personas, buscando en ellas el consuelo y depositando en ellas nuestra esperanza, etc.
No obstante, todo esto nos impide profundizar y encontrarnos con Dios en el interior de nuestra alma. Podríamos decir que estamos ocupados y entretenidos en estas otras cosas. Mayormente, estas ocupaciones son tan intensas que también afectan al tiempo que en realidad quisiéramos dedicarle enteramente a Dios.
El P. Gabriel de Santa María Magdalena, carmelita descalzo, escribe lo siguiente[2]:
“Comprendo, mi Dios, que para hallarte tengo que salir de todas las cosas, salir del ruido y del alboroto de la vida exterior, del parloteo sobre las cosas mundanas, de la curiosidad, que me lleva a salir para ver, para escuchar, para saber… Salir con la voluntad de todo este mundo exterior, que constantemente quiere atrapar mi atención, mis pensamientos, mis afectos. Ayúdame Tú a silenciar mi inútil curiosidad, mi excesiva charlatanería. Ayúdame a pasar por en medio de todas las vicisitudes de la vida, de todas sus insistentes atracciones, de su bullicio, de sus rendimientos vertiginosos, sin que mi mirada y mi corazón se apeguen a estas cosas, buscando en ellas satisfacción, consuelo o interés personal.”
Si bien esto aplica de forma particular para aquellas almas que llevan una vida retirada del mundo y totalmente enfocada en Dios, es también válido para todos los que quieran profundizar su camino con el Señor. Sería una ilusión creer que puede profundizarse la vida espiritual sin estar dispuestos a dejar atrás aquello que nos obstaculiza y permaneciendo atascados en la vida superficial, encontrando ahí nuestro “hogar”.
¡Qué ajeno resultaría para nosotros, los católicos, si, por ejemplo, en un monasterio contemplativo se adoptasen costumbres mundanas! Nos parecería una contradicción y hablaríamos de una “mundanización” del monasterio.
Pero también resulta ajeno si nosotros, los cristianos, no recorremos el camino de transformación interior, y si nuestros hábitos se asemejan a los de aquellos que no conocen al Señor y aún no pueden recibir la gracia que Él ha preparado para nosotros. También aquí hay una contracción, y estaríamos participando en la creciente mundanización de la Iglesia.
Así, la profundización de nuestra vida espiritual no sólo resulta fructífera para nuestra propia santificación; sino también para el testimonio frente a otras personas que están en búsqueda de Dios. A esto viene a añadirse el hecho de que, en estos tiempos, es particularmente urgente la profundización de la vida espiritual, dado que las condiciones externas para practicar la fe están quedando cada vez más limitadas.
Así, si queremos profundizar seriamente nuestro camino de seguimiento de Cristo, se vuelve tanto más actual la invitación a entrar en nuestro propio corazón, allí donde mora el Señor…
[1] San Juan de la Cruz: “El cántico espiritual”, Canción 1, 6.
[2] P. Gabriel a S. Maria Magdalena O.C.D, “Geheimnis der Gottesfreundschaft“ [Intimidad Divina] (Freiburg: Verlag Herder Freiburg, 1957), 41. Traducido por Mirjana Gerstner.
Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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