En el marco de las meditaciones sobre aquellas actitudes que nos privan de libertad y debemos superar o, al menos, refrenar y contrarrestar, quisiera recomendar el valioso libro “Nuestra transformación en Cristo”, escrito por Dietrich von Hildebrand. Aparte de otros excelentes temas que en él se tratan, hay un capítulo sobre “La verdadera libertad”, que me sirvió como base e inspiración para la temática que estamos tratando. Este libro, así como también otros escritos del mismo autor, están traducidos al inglés y al español. Las obras de Dietrich von Hildebrand son un verdadero tesoro espiritual y ayudan mucho a ir formando el discernimiento de los espíritus, que es tan importante en el tiempo actual.
Hoy, después de que nuestros peregrinos mexicanos han retornado a su país, tras vivir estos fructíferos “ejercicios itinerantes” en Tierra Santa, quisiera cerrar esta serie de temas que hemos tratado a lo largo de los últimos días. En otro momento retomaré esta temática, para hablar sobre otras carencias de libertad más, que hasta ahora no hemos desarrollado. Todas estas reflexiones han de servirnos para alcanzar una mayor libertad en Cristo, de manera que el Señor pueda obrar aún más a través de nosotros.
Vale recalcar una vez más que la libertad de la que aquí estamos hablando va de la mano con la transformación interior de la persona. ¡Es el Hijo de Dios quien nos lleva a la libertad plena! Por eso le abrimos a Dios aquellas carencias de libertad que aún descubrimos en nosotros, para que Él las toque y nos libere, de modo que nuestra vida cristiana quede impregnada por el Espíritu del Señor en todos los campos.
Hoy queremos volver a hablar sobre la excesiva influenciabilidad, esta vez en una de sus manifestaciones; a saber:
La falsa transigencia
Esta falsa transigencia o condescendencia, que a veces se identifica como “falsa compasión”, quizá no cala tan profundo como la influenciabilidad de la que ayer hablábamos; sin embargo, puede ser un gran obstáculo en el camino de seguimiento de Cristo.
Debido a una cierta bondad, que degenera en debilidad, uno es incapaz de resistir a los deseos y peticiones de otras personas. No es que se adopten las opiniones de los demás; pero uno no se puede sustraer de sus presiones y apremios, de manera que termina dejándose arrastrar.
Cuando se trate de deseos de otras personas que vayan en contra de la propia conciencia, entonces uno sí sabrá resistir; pero, en cambio, cuando sean cosas neutrales, insignificantes o innecesarias, uno se deja determinar por las otras personas.
A los que tienen esta “falsa transigencia” o condescendencia, les resulta difícil decir “no”. Son aquellos de los que todos se aprovechan; aquellos que emplean su energía y su tiempo en cumplir los deseos de otros, porque son demasiado débiles para resistir.
Tales personas consideran que sería descortés negarle a alguien el deseo expresado, o les da lástima esta otra persona y no quieren causarle descontento. Así, fácilmente se vuelven esclavos de otras personas. La falsa compasión puede incluso llevarles a consentir que se cometa un mal, o, al menos, no hacer nada para evitarlo.
La falsa transigencia deforma la buena intención de ayudar a otras personas y querer servirles. Se vuelve tanto más difícil identificar esta carencia de libertad, cuando está relacionada con una actitud religiosa, que, efectivamente, nos invita a amar al prójimo. Así, se podría, por ejemplo, caer en escrúpulos al escuchar ciertas palabras que el Señor pronuncia en el sermón de la montaña, y tener cargo de conciencia por creer que se está actuando en contra del amor cuando no se corresponde a los deseos de otras personas.
¡Pero hay que aprender a hacer una clara distinción! Si bien nuestra fe nos invita a tener un corazón abierto para con las otras personas y amarlas, no tenemos una religión que se dedica a satisfacer los deseos de cada cual. Hay que examinar si el deseo del otro es justificado y si cumplirlo corresponde al mandamiento del amor, o si, por el contrario, actuamos movidos por una falsa condescendencia.
Esta última actitud ha de ser seriamente contrarrestada, y el solo hecho de identificarla ya sería un gran avance.
A través de ciertas prácticas ascéticas, hay que aprender a mantenerse firmes. También se debe procurar cumplir puntualmente las obligaciones legítimas para con los demás, de manera que no se origine una especie de “deuda” con ellos. Porque una cuenta por saldar, sea real o supuesta, origina una mala conciencia, la cual, a su vez, aumentará aún más la transigencia.
Así como con todas las otras carencias de libertad, hemos de llevar ante Dios esta debilidad de la falsa transigencia, resistir a los susurros de una falsa compasión y asumir posiciones claras, examinadas de cara al Señor. Estas últimas también habrán de ser defendidas, cuando sintamos que empezamos a suavizarnos por dentro, y así aprendemos a mantenernos firmes. Esto no significará, de ningún modo, ser inflexibles, sino que es el fortalecimiento de la propia persona, según la verdad que se ha reconocido.
Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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