La vanidad desde una perspectiva espiritual
Si uno observa con mirada espiritual a una persona que está fuertemente determinada por la vanidad, se podrá notar de inmediato su carencia de libertad. Su enfoque no está puesto en Dios, sino en sí misma. Además, fácilmente se hace dependiente del juicio de otras personas.
Evidentemente también San Pablo conocía este problema en las nuevas comunidades cristianas, de manera que da la siguiente pauta para las mujeres:
“Que las mujeres, vestidas decorosamente, se adornen con pudor y modestia, no con trenzas ni con oro o perlas o vestidos costosos, sino con buenas obras, como conviene a mujeres que hacen profesión de piedad.”(1Tim 2,9-10)
Vemos que aquí el Apóstol desvía la mirada de la belleza exterior de la persona, para ponerla en su belleza interior, y así el enfoque está puesto en Dios. En efecto, el Señor ve a los hombres con una mirada distinta, y lo que cuenta para Él es otra belleza: la de aquel que está unido a Dios, en quien resplandece la hermosura divina misma.
Así, se abre un nuevo espacio de libertad y claridad: no es la belleza física la que tiene el mérito. De hecho, la persona no ha puesto nada para merecerla. Antes bien, el foco de atención está ahora en la persona que, con la gracia de Dios, colabora en desplegar su belleza interior. Ella puede disolver todo esfuerzo obsesionado por tener que agradarse a sí misma y a otros, y así abre paso a una nueva profundidad de su ser.
La belleza física pasa de una posición central a la periferia, donde ocupa el lugar que le corresponde. Ya no es motivo para ningún tipo de privilegio. En lugar de ello, aparece una nueva igualdad en relación a las otras personas, porque ahora lo que cuenta son otros valores, que no están determinados por lo exterior sino por la práctica de las virtudes.
La vanidad y el seguimiento radical de Cristo
Cuando una mujer cristiana no vive en el estado matrimonial, o incluso opta por un estilo de vida totalmente centrado en Dios, se da una ruptura aún más fuerte. En este contexto podemos tener presentes las palabras de San Pablo, que señala lo que ahora cuenta para la mujer consagrada a Dios:
“La mujer no casada, lo mismo que la virgen, se preocupa de las cosas del Señor, de ser santa en el cuerpo y en el espíritu. Mas la casada se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido.” (1Cor 7,32)
Si acogemos estas palabras y las ponemos en práctica, queda claro que la vanidad, que quiere agradarse a sí misma y a los demás, supuestamente para acrecentar el propio valor, está en contradicción a un intenso seguimiento de Cristo. ¡Una religiosa vanidosa sería una contradicción en sí misma! La vocación a seguir radicalmente al Señor no es compatible con cultivar vanidades, porque se ha percibido aquel llamado: “Escucha, hija, mira, inclina el oído. Olvida tu pueblo y la casa paterna. Prendado está el rey de tu belleza; póstrate ante él, que él es tu señor” (Sal 45,11-12).
¡Se trata de la belleza que cuenta ante Dios!
Si uno no se esfuerza seriamente en vencer las viejas vanidades, seguirá siendo prisionero de sí mismo, lo cual es tanto más doloroso cuando se ha recibido un llamado especial a seguir a Cristo. Así, uno queda atado a sí mismo, lo cual es incompatible con el camino de desprendimiento de las cosas de este mundo y del apego a sí mismo y a las personas. Si no se lucha contra la vanidad, se puede terminar siendo infiel al llamado del Señor.
A más tardar ahora queda claro que la vanidad, sobre todo cuando está muy marcada, no es simplemente una tontería inofensiva; sino que debilita a la persona por dentro y la hace incapaz de vencer al mundo, con su mentalidad y sus criterios.
Consecuencias de la vanidad y remedio
La vanidad ata a la persona a la superficialidad. Viéndolo desde el camino espiritual, si no se lucha contra la vanidad, se estaría permaneciendo en una “imperfección voluntaria”, de modo que el alma no podrá volar hacia Dios. La vanidad se convierte así en una cadena que amarra a la persona, y en un gran obstáculo para progresar en el camino espiritual. Podría llevar incluso a una indiferencia ante las exigencias del camino interior, porque los apegos voluntarios que están arraigados no sólo impiden el avance espiritual, sino que además pesan sobre el alma, arrebatándole su fuerza interior y embotándola.
Así como en todos los otros temas que se relacionan con la carencia de libertad, también aquí hay que vencer el apego a uno mismo. Sólo podremos ser realmente libres al anclarnos en Jesús y en todo lo que Él nos da a entender en su Palabra. El Señor nos hará descubrir una nueva jerarquía de valores. Si nos acoplamos a ella, dejaremos atrás la jerarquía de valores del mundo y el apego a ellos. Quizá sea relativamente fácil dar este paso a nivel exterior, pero será un camino más largo y constante el de superar las ataduras interiores y las carencias de libertad.
Sea cual sea el don que tengamos, es siempre un regalo que hemos recibido. Incluso si hemos puesto de nuestra parte para desarrollarlo, no hubiéramos podido hacerlo sin el Señor. Por eso es una ceguera el querer poseer para nosotros mismos los dones, con la pretensión de valer ante nosotros mismos y ante los demás. Cuando reconozcamos esto y trabajemos consecuentemente en vencer la vanidad, recibiremos una libertad que dará un nuevo respiro a nuestra alma y nos sacará de una prisión interior.
Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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