La verdadera libertad es aquella gratificante libertad que únicamente puede alcanzarse en la entrega total a Cristo. No se trata, entonces, de la libertad que el hombre posee como don de Dios por el hecho de ser persona; sino que es la libertad que sólo puede poseerse en la perfección cristiana. Por ello, el tema que hemos tratado en los últimos días sobre cómo alcanzar la verdadera libertad, está relacionado con la transformación interior en Cristo. Esta transformación significa que la imagen de Dios ha de desplegarse más y más en nosotros.
Vale hacer énfasis en esto: Cuando las carencias de libertad específicas limitan nuestra vida, pierde brillo el resplandor de nuestro testimonio cristiano y el amor de Dios no puede impregnarnos del todo. La belleza espiritual de nuestra fe no es entonces bien reconocible, y nuestro testimonio como personas redimidas no aparece tan convincente.
Por tanto, hay varios motivos por los cuales hemos de trabajar, con la ayuda de Dios, en vencer nuestras carencias de libertad:
- En primera instancia, es una alegría para Dios que podamos acoger su amor sin ponerle obstáculos ni barreras.
- En segundo lugar, para nosotros mismos es una dicha el llegar a ser más libres y permitir que el amor del Señor nos llene más profundamente.
- Finalmente, las personas podrán leer con más claridad a través de nuestro testimonio lo que significa vivir como hijos amados de Dios.
Para empezar a trabajar en nuestras carencias de libertad, conviene tener bien en claro que no se trata de pecados; sino que son diversos bloqueos y barreras que intentaremos disolver con la ayuda de Dios. Quizá no estemos siquiera conscientes de ciertas carencias de libertad que tenemos, y posiblemente nunca hayamos reflexionado sobre ello…
Después de haber tematizado en los últimos días los respetos humanos, los complejos de inferioridad y los miedos, fijémonos hoy en otra carencia de libertad que es también bastante común:
Exagerada sensibilidad
Las personas que son muy sensibles, se sienten constantemente ofendidas y relegadas; tienen la impresión de que no se las respeta lo suficiente y se las trata sin amor. En todo momento sospechan un trato injusto para con ellas. Llevan una gran carga y todo el tiempo giran en torno a sí mismas. No les es posible mirar la situación desde fuera, por así decir; ni evaluarla objetivamente para poder dar la respuesta que corresponde.
Ciertamente conocemos las dificultades en el trato con personas muy sensibles. Cada palabra hay que pensarla mil veces antes de pronunciarla; una y otra vez hay que hacerles llegar un elogio especial, etc…
Esta carencia de libertad genera un ambiente artificial alrededor de la persona en cuestión. Fácilmente se generan sentimientos de culpabilidad para con ella. Entonces, en el trato con personas muy sensibles hay que preservarse una cierta libertad personal, para no quedar contagiados por la carencia de libertad que ellas irradian, por así decir. Si no preservamos nuestra libertad, puede suceder que, estando en presencia de la persona hipersensible, dejamos de decir o hacer las cosas que son objetivamente correctas. Por ejemplo, no le hacemos caer en cuenta de que ha hecho algo mal, por temor a la reacción que pueda suscitarse en ella.
Si descubrimos en nosotros mismos una sensibilidad similar, hemos de llevarla ante el Señor, con todos los sentimientos que trae consigo, y pedirle al Espíritu Santo que los toque y nos fortalezca. De hecho, es un egocentrismo en el que estamos atrapados, porque giramos constantemente en torno a nosotros mismos y nuestros sentimientos. Sólo podremos superarlo si, en oración, nos apartamos de nosotros mismos y nos dirigimos a Dios. ¡Sólo Él puede tocar y disolver esta prisión! Al mismo tiempo, le pedimos que nos sane interiormente, porque a menudo sucede que la hipersensibilidad -que de ninguna manera puede confundirse con una sensibilidad positiva- procede de heridas aún no curadas, que activan fuertemente nuestra auto-protección.
Entonces, si notamos en nosotros mismos una hipersensibilidad, no deberíamos simplemente cerrar los ojos y justificarnos diciendo que así somos; sino que estamos llamados a vencer realmente estas barreras interiores. Si lo hacemos con perseverancia, mejorará poco a poco nuestra situación interior. Así, podremos soportar con mayor facilidad alguna tensión o conflicto, sin desesperar inmediatamente ni caer en crisis. Aprenderemos a no ponernos a nosotros mismos como el centro de todo y podremos evaluar las situaciones con mayor objetividad. En pocas palabras, llegaremos a una libertad más grande, que repercutirá positivamente en todo lo demás…
Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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