1Cor 15,1-8
Hermanos, quiero traeros a la memoria el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el que permanecéis firmes; y el que os salvará, si lo guardáis tal como os lo prediqué. Si no, ¡habríais creído en vano! En primer lugar os trasmití lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras, que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; que después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los que todavía la mayor parte viven, aunque otros ya murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último término se me apareció también a mí, que soy como un aborto.
¡Es el Evangelio el que salva al mundo! “Nadie va al Padre si no es a través de mí” –nos dice Jesús, sin dejar lugar a dudas (Jn 14,6). ¡Esto sigue vigente hoy como lo era entonces, y su anuncio se vuelve tanto más urgente cuanto más incrementa la confusión espiritual y la oscuridad!
En una entrevista del 5 de abril de 2019, el Cardenal Sarah afirmó: que los cristianos tendrían el deber de evangelizar y que sería una tarea urgente conducir a los no bautizados a Cristo. Recalcó claramente que Jesús mismo nos había dado el mandato de hacerlo, citando este pasaje relevante del Evangelio: “Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,18-20).
Posteriormente, el Cardenal Sarah citó al Apóstol Pablo: “¡Ay de mí si no evangelizara!” (1Cor 9,16). El Cardenal, procedente de Guinea, habló con toda claridad cuando tocó el tema de la misión en África: “Los misioneros vinieron a África y anunciaron el Evangelio. No conozco ni un solo caso en el que un misionero hubiese ejercido violencia. Pero el anuncio del Evangelio es un deber.” Y vuelve a dejar en claro que Jesús es el único camino al Padre: “Sean budistas, musulmanes o animistas, tenemos que evangelizar a cada uno, porque Jesús es el único camino hacia la salvación. Aquí no se trata de proselitismo, porque no forzamos a los paganos o a los musulmanes con armas, sino que les ofrecemos el camino de la salvación. Nuestra religión se fundamenta en el amor y rechaza el uso de la violencia.”
Si nosotros mismos no reconocemos ya el poder salvífico de nuestra fe, puede extinguirse el fuego de la evangelización o apenas arder. Por supuesto que existen muchas maneras de llevar el Evangelio a los hombres. Una de ellas es el silencioso testimonio de las buenas obras, el servicio al prójimo sin grandes alardes, la realización del amor en el propio corazón, para, con este amor, practicar las buenas obras. Esto es lo que podemos hacer siempre y en toda circunstancia. A veces se presentan situaciones en las que se dificultan o incluso se imposibilitan otras formas de testimonio público. Cuando éste sea el caso, ciertamente el Señor seguirá actuando con su gracia. Pero, en todo caso, hace parte del Evangelio el anuncio de la Palabra de Dios en conformidad con la auténtica doctrina de la Iglesia, el ardiente deseo y el anhelo de que otras personas experimenten la salvación, que sean liberadas de sus errores y descubran el sentido más profundo de su existencia.
Todo lo que hemos dicho hasta aquí es solamente nuestra perspectiva. Y aun esto debería bastar para inflamar en nosotros el fuego de la evangelización. Pero, ¡cuánto más arderá este celo si tratamos de verlo desde la perspectiva de Dios! ¡Qué no hace Él para que lo conozcamos! ¡Hasta dónde llegó el Señor para que los hombres recibiesen la salvación! Si nos sumergimos en el amor de Dios y percibimos su profundo anhelo por las almas, nuestro fuego puede volver a encenderse. Entonces, no evangelizaremos sólo porque queremos llevar a los hombres a Dios y señalarles el camino hacia la verdadera religión; sino que será el amor de Dios mismo el que nos impulse a glorificarlo, haciendo nuestra parte para que Él encuentre a sus ovejas perdidas y para que éstas le abran su corazón y Él pueda entrar en ellos.
Desde la Cruz, el Señor exclamó: “Tengo sed” (Jn 19,28). Muchos han interpretado estas palabras como una sed de almas de Jesús. Por tanto, nuestra participación en la evangelización significa ponernos al servicio del ardiente anhelo de Dios por sus hijos. Es el Espíritu Santo quien despierta en nosotros este santo anhelo. Más aún: Él mismo es el fuego del amor que arde en nosotros. Por tanto, jamás puede descuidarse la evangelización, ni puede reducirse la misión únicamente al testimonio silencioso y a la práctica de la caridad al prójimo. Las palabras del Evangelio tienen siempre un valor superior a cualquier consideración humana, por buenas que éstas sean.