1Tes 5,1-6
En lo que se refiere al tiempo y al momento, hermanos, no tenéis necesidad de que os escriba. Vosotros mismos sabéis perfectamente que el Día del Señor ha de venir como un ladrón en la noche. Cuando la gente diga “Todo es paz y seguridad”, entonces, repentinamente, vendrá sobre ellos la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta. Y no escaparán. Pero vosotros, hermanos, no vivís en la oscuridad, para que ese día no os sorprenda como ladrón, pues todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas. Así, pues, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios.
Si podría escoger una palabra que debería hacer parte de los conceptos dominantes en relación al Retorno del Señor, sería el término “vigilancia”. La vigilancia es superar la costumbre y el letargo que tan fácilmente nos envuelven a los hombres. La vigilancia significa que el alma está enfocada en lo esencial, viviendo en el así llamado “kairós”.
En efecto, el mismo hecho de que nuestra vida terrenal está limitada por la muerte debería enseñarnos cuán importante es la vigilancia. Si, gracias a la fe, hemos comprendido que, en comparación con la eternidad, esta vida es menos que un abrir y cerrar de ojos; y que en la eternidad nuestra cercanía a Dios dependerá de la medida en que hayamos correspondido a su amor aquí en este mundo, entonces viviremos en una fecunda vigilancia. ¡Ahora es el tiempo en que podemos actuar! ¡Ahora es el tiempo en que podemos “acumular tesoros en el cielo” (cf. Mt 6,20)! ¡Éste es el tiempo en que, día a día, podemos demostrarle nuestro amor a Dios! ¡Sólo tenemos esta vida que nos ha sido encomendada por el Señor, y este es el tiempo que nos pertenece!
El apego del hombre a las cosas de este mundo puede ser tan fuerte que nada logra despertarlo realmente para comprender los signos de los tiempos. Nada puede moverlo a percibir la verdadera situación de la vida y responder a ella de forma apropiada. Por ello, tampoco podrá reconocer la Venida del Hijo del hombre en orden a los signos que la preceden. En estas circunstancias, el hombre está totalmente desprevenido.
Existe una vigilancia que está atenta a los peligros que amenazan a la persona, y la llevan a adoptar la actitud adecuada frente a ellos: “Si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le abriesen un boquete en su casa” (Mt 24,43).
Pero existe también una vigilancia del amor: es la de aquellas almas que esperan el Retorno del Señor y están ocupadas trabajando en su viña con mucho fervor. En tales almas ha despertado ya el amor a Cristo, e incluso pueden acelerar su Venida, como dice el Apóstol San Pedro: “Si todas estas cosas se van a destruir de ese modo, ¡cuánto más debéis llevar vosotros una conducta santa y piadosa, mientras aguardáis y aceleráis la venida del día de Dios!” (2Pe 3,11-12).
En lo que refiere a la vida espiritual, que a través de la espera consciente del Retorno del Señor adquiere un dinamismo adicional, ambas actitudes de la vigilancia son importantes y se complementan.
La vigilancia del amor, que significa que la presencia del Espíritu Santo va creciendo en nosotros, nos hace muy atentos para percibir hasta los más mínimos deseos del Señor, y además nos lleva a esforzarnos cuidadosamente por cumplir en el espíritu de piedad las tareas que el Señor nos ha puesto en nuestra vida, nuestros deberes de estado.
Pero, al mismo tiempo, una vigilancia obrada por el Espíritu de Dios está también consciente de los peligros que rodean al hombre. La gran confianza en Dios, que va creciendo a través del amor, de ningún modo nos hace ciegos. Entonces, no nos lleva a una actitud de ingenuidad confiada, que no sabe medir las situaciones; sino que nos hace ver las cosas desde la perspectiva de Dios. Así, la vigilancia no es ni una tensión temerosa o una sobrevaloración del mal; ni tampoco es un mero optimismo de que “todo estará bien”.
En cuanto al Retorno del Señor –que, como habíamos escuchado, incluso podemos anticipar a través de nuestro amor–, conocemos los signos que lo precederán. El Señor nos los describe e incluso los señala específicamente, para que así sepamos reconocer que está próxima su Venida.