Lc 14,25-33 (Lectura correspondiente a la memoria de San Juan de la Cruz)
En aquel tiempo, caminaba Jesús acompañado de mucha gente. Entonces se volvió y les dijo: “Si alguno viene a mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
El que no cargue su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío. ¿Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos y ver si tiene para acabarla? De lo contrario, si resulta que ha puesto los cimientos de la obra y no ha podido terminarla, todos los que lo vean se pondrán a burlarse de él, y dirán: ‘Éste comenzó a edificar y no pudo terminar.’ O ¿qué rey, antes de salir contra otro rey, no se sienta a deliberar si con diez mil hombres puede salir al paso del que viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía una embajada para negociar condiciones de paz. Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.”
Amar a Dios en primer lugar –éste fue el camino que escogió San Juan de la Cruz, cuando decidió seguir al Señor en el Orden Carmelita. Su posterior encuentro con Santa Teresa de Ávila fue muy importante para él, y junto a ella reformó el Carmelo, lo que le costó mucha incomprensión e incluso persecución. Fue canonizado en el año 1726 y en 1926 fue nombrado Doctor de la Iglesia.
Su legado es principalmente la escuela mística, que nos enseña cómo el alma puede llegar a Dios, cómo Dios obra en ella, cómo el alma puede cooperar con esta obra que Él realiza en ella, para acercarse cada vez más a la meta, que es la unificación con Dios.
Éste es el contenido primordial de la enseñanza mística. También podríamos definirlo de forma muy sencilla: es simplemente el crecimiento en el amor.
Lamentablemente en nuestra Iglesia suele hablarse muy poco de este camino. Esta carencia podría hacer pensar que no existe en ella el camino interior del seguimiento del Señor, de modo que ciertas personas en búsqueda de espiritualidad creen tener que buscar experiencias místicas fuera de la Iglesia y entran en conflicto.
En su forma clásica, el camino místico suele ser descrito en tres vías: la purgativa, la iluminativa y la unitiva.
La vía purgativa hace referencia a la purificación de todo aquello que no corresponde al amor de Dios, de los pecados y las imperfecciones. En este proceso, estamos llamados a cooperar, poniendo ante el Señor todo lo que descubrimos en nuestro interior que aún requiere ser purificado, y renunciando con nuestra voluntad a todo ello.
En este contexto, cabe sólo mencionar que el camino de la purificación llega muy profundo. No busca vencer solamente aquellas fallas e imperfecciones que son evidentes; sino también los egoísmos más sutiles, el orgullo escondido, la terquedad, etc…
La vía iluminativa suele ser una consecuencia de la purificación, pues una vez que el Espíritu Santo lleva a cabo la purificación, encontrará cada vez más sitio en el alma. Entonces, en su luz empezaremos a comprender mejor la Sagrada Escritura, a escuchar con mayor claridad sus indicaciones y su voz que nos habla al interior, a entender más profundamente el Ser de Dios…
La purificación y la iluminación preparan el camino para la unificación, pues nuestra voluntad queda cada vez más fortalecida, de manera que le resulta más fácil reconocer la voluntad de Dios y cumplirla sin demora.
Esto es sólo una breve descripción del camino interior, a través del cual crece el amor a Dios y, en consecuencia, también el amor al prójimo. San Juan de la Cruz, al igual que Santa Teresa de Ávila, describió con mucha precisión este camino místico. Ciertamente vale en primer lugar para los carmelitas, pero tiene muchos elementos que pueden ser aplicados también por personas fuera del Orden del Carmelo. Para nosotros es importante saber que existe un auténtico camino espiritual en la Iglesia Católica, y que estos dos Doctores de la Iglesia (San Juan y Santa Teresa), prestaron un gran servicio tanto en recorrerlo como en darlo a conocer.