Al reflexionar sobre el Adviento, se puede hablar de tres venidas del Señor:
1) Su venida histórica, cuando nació en Belén;
2) Su nacimiento en nuestro corazón;
3) Su venida gloriosa al Final de los Tiempos.
En esta segunda semana de Adviento, reflexionaremos sobre la segunda de ellas: la presencia de Jesús en nuestro corazón. En efecto, es fundamental que Él habite también en nuestro corazón, ya que es así como tiene lugar nuestra transformación interior. Dejar entrar a Jesús en nuestro corazón significa darle alojamiento, dar cabida al amor de Dios en nuestra alma.
De hecho, también lo experimentamos en nuestras relaciones humanas: cuando alguien ocupa un lugar en nuestro corazón, significa que se ha vuelto parte de nuestra vida, que también nosotros formamos parte de la suya y que pensamos en él con amor y gratitud. De alguna manera, esa persona está presente en nosotros, aunque no necesariamente estemos en permanente contacto.
Así sucede —y aún más intensamente— cuando Jesús viene a morar en nuestro corazón; cuando le entregamos nuestro corazón, tal y como cantamos en un conmovedor villancico alemán: «Mi corazón quiero entregarle; y todo lo que tengo, darle».
Entrar en una «relación de corazón a corazón» con el Señor, es decir, corresponder a su amor, es experimentar ya un «pedazo de cielo» aquí en la Tierra, y se consumará en la eternidad, en la unificación de corazones sin perturbación alguna. De hecho, esa es la meta de nuestra existencia: contemplarlo a Él y vivir para siempre en plena comunión con Él y con todos los suyos.
Ahora bien, el tema a tratar a lo largo de esta semana será el «cómo» se lleva a cabo este camino de unificación que comienza ya en la Tierra y cuáles son los pasos necesarios. Aquí nos adentramos en el ámbito de la mística.
Cabe señalar que la mística no es algo misterioso y sería totalmente erróneo considerarla como algo extraño y casi sospechoso. La mística es la experiencia interior de la presencia de Dios en el alma. Muchos santos han escrito sobre este camino interior del alma. Entre los maestros de la teología mística se destacan Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, San Francisco de Sales, Juan Taulero, entre otros.
No se trata de escritos especulativos que se mueven en la penumbra, sino que Dios ha otorgado a estos maestros —que, por cierto, también existen en la cristiandad oriental— una luz especial para reconocer cómo el alma se va transformando a través de la creciente presencia de Cristo.
Si bien no todos los hombres están llamados a ascender a las supremas «alturas de la mística», como sucedió, por ejemplo, con una Santa Gertrudis de Helfta, conforme a la elección de Dios y a la vocación, lo que sí es válido para todos es que Dios quiere morar en nuestros corazones y realizar su obra en ellos. Quien anhela el silencio y la soledad, quien busca el recogimiento interior y sigue el impulso del corazón para cultivar una relación confiada con Jesús, empieza a captar lo esencial de la vida.
Y esta interiorización no solo beneficia a su propia alma, sino que, puesto que se trata de crecer en amor y dejar que el corazón sea transformado, sus efectos se extienden a toda su vida y repercuten de forma positiva en su relación con los demás. Si llevamos a Jesús más profundamente en el corazón y damos cabida a su amor, las otras personas también lo notarán. Y no solo se manifestará en las obras externas, sino que todo el ser de la persona empieza a transformarse bajo la sabia guía del Espíritu Santo. Nos vamos asemejando más a Jesús. He aquí la esencia del amor: hacernos más semejantes al Amado, hacernos uno con Él…
Por tanto, en estos días de Adviento, se nos invita cordialmente a profundizar en nuestra relación con Jesús. Espero que las meditaciones de esta semana sean de ayuda para ello y se las encomiendo particularmente a la Virgen María, de quien queremos aprender a abrirle aún más las puertas de nuestro corazón al Señor y a corresponder a su amor.
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Meditación sobre la lectura del día: https://es.elijamission.net/unanimidad-en-cristo/

