El amor de Dios encuentra a aquellos que no le cierran su corazón. No todos le han dado la espalda; no todos viven indiferentes mientras transcurre su vida terrena; no todos permanecen sumidos en el letargo ni mantienen sus oídos cerrados al llamado de Dios. ¡También hay quienes le son fieles!
Después de Noé, Dios encontró a Abraham, el padre de los creyentes (cf. Rom 4,1-3), y le dijo:
«Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra» (Gen 12,1-3).
Y selló una alianza eterna con él:
«Estableceré mi alianza entre nosotros dos, y también con tu descendencia, de generación en generación: una alianza eterna, de ser yo tu Dios y el de tu posteridad» (Gen 17,7).
Y Abraham se mostró digno de la alianza, incluso cuando su amor a Dios fue puesto a prueba (cf. Génesis 22, 1-12). En Abraham empieza a vislumbrarse la luz de Aquel que habría de nacer en Belén y que fue designado por Dios como Señor de todos los pueblos de la tierra.
Abraham se convirtió en amigo de Dios (cf. 2Cro 20, 7; Is 41,8; St 2,23) y luchó para que la pecadora ciudad de Sodoma no fuera destruida (cf. Gen 18,20-33), así como mucho tiempo después haría el Mesías, pagando con su propia vida para rescatar a todo el género humano pecador.
De la descendencia de Abraham surge el Pueblo de Israel, con sus doce tribus.
Dios recorre su camino con Israel y prepara la venida de su Hijo. Es un largo camino a través del desierto; es la historia de la fidelidad de Dios en contraste con la frecuente apostasía de su Pueblo. ¡Es una verdadera historia de amor! Es el constante cortejo del Esposo divino a su Esposa. Él quiere conducirla a casa y hacerla partícipe de su plenitud, pero ella no comprende realmente este amor. A menudo, vuelve su corazón a otros dioses, pero la fidelidad del Señor permanece inquebrantable:
“Por eso voy a seducirla: voy a llevarla al desierto y le hablaré al corazón. Aquel día –oráculo de Yahvé– ella me llamará “Marido mío”; ya no me llamará “Baal mío”. Aquel día sellaré un pacto en su favor con las bestias del campo, las aves del cielo y los reptiles del suelo; quebraré y alejaré de esta tierra el arco, la espada y la guerra, y los haré reposar en seguro. Te haré mi esposa para siempre; te desposaré en justicia y en derecho, en amor y en compasión.” (Os 2,16.18.20-21)
Es esta fidelidad de Dios la que supera con creces nuestra infidelidad (cf. 2 Tim 2, 13). ¡Su amor es más grande que el pecado y la debilidad! En el Corazón de Dios, jamás se extingue el amor por su pueblo. ¡He aquí nuestra verdadera dicha!
Y este amor lo lleva hasta Belén…
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Meditación sobre la lectura del día: https://es.elijamission.net/el-cumplimiento-de-la-promesa-2/

