Ag 1,1-8
El año segundo del rey Darío, el día primero del sexto mes, fue dirigida la palabra de Yahvé, por medio del profeta Ageo, a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judá, y a Josué, hijo de Josadac, sumo sacerdote, en estos términos: Así dice Yahvé Sebaot: Este pueblo dice: “¡Todavía no ha llegado el momento de reedificar el templo de Yahvé!” (Dirigió entonces Yahvé la palabra, por medio del profeta Ageo, en estos términos:) “¿Os ha llegado acaso el momento de habitar en casas artesonadas, mientras esta Casa está en ruinas? Pues ahora, así dice Yahvé Sebaot: Prestad atención a la situación en que os halláis.
Habéis sembrado mucho y cosechado poco; habéis comido, pero sin quitar el hambre; habéis bebido, pero sin apagar la sed; os habéis vestido, mas sin calentaros; y el jornalero ha metido su jornal en saco roto. Así dice Yahvé Sebaot: Prestad atención a la situación en que os halláis. Subid a la montaña, traed madera y reedificad el Templo; yo lo aceptaré gustoso y me sentiré honrado, dice Yahvé.”
Es sencilla la lección que el Señor comunica a su Pueblo por medio del profeta Ageo; es la misma lección que se extiende a lo largo de toda la Sagrada Escritura, desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamento. Jesús la formula con toda claridad: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y las demás cosas se os darán por añadidura.” (Mt 6,33)
¡Siempre es momento de darle a Dios el primer lugar en todo! El Pueblo de Israel se equivoca al retrasar la edificación de la Casa del Señor. Por eso, Él les hace ver la insuficiencia de su vida al no darle a Dios el primer lugar.
Dios se lo explica así como se lo haría con un niño. A veces las personas necesitamos una experiencia directa para llegar a comprender. Hay un buen refrán alemán, que dice: “El que no quiere escuchar, tendrá que sentir”, refiriéndose a que será necesario que experimente “en carne propia” las consecuencias de su actuar. Lamentablemente hay que añadir que esta forma de educación a través de la experiencia no siempre lleva a la conclusión acertada.
Nosotros, los cristianos, debemos interiorizarlo profundamente: ¡Por encima de todo, se trata de Dios! Darle a Él la gloria, buscarlo en la oración y hacer su Voluntad es lo primero y lo más importante.
Si hoy en día notamos confusión y desorientación en nuestra Iglesia, ciertamente es consecuencia de que ya no se dé a Dios el primer lugar. Fácilmente sucede que se colocan en primer plano cosas secundarias o terciarias; que se anteponen cosas humanas a las espirituales; ideas humanas a la guía del Espíritu Santo; intereses personales antes que cumplir la Voluntad de Dios. De este modo, se genera un gran desorden espiritual, tanto en la vida personal como a nivel de la Iglesia y sobre todo de la política, que en muchos países ha emprendido un rumbo que lleva al abismo.
Si identificamos la raíz más profunda de las confusiones, ya sean a nivel personal, eclesial o político, e interpretamos correctamente los sucesos a la luz de Dios, entonces también se nos muestra ahí la manera de reestablecer el orden espiritual perdido. ¡Dios debe volver a ocupar el primer lugar en la vida de los hombres! El primer enfoque no ha de estar puesto en el hombre mismo; sino en Dios y en su infinito amor por nosotros. Si lo conocemos más a profundidad y vivimos de su amor, seremos capaces de encontrarnos con el prójimo con un amor que va más allá de uno meramente humano.
A nivel personal, esto significa vivir una verdadera conversión a Dios y avanzar en el camino de la santificación. Jesús hizo de sus discípulos luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5,13-16). Así es como han de vivir los cristianos, sin dejarse determinar por deseos e ideales mundanos ni ambicionar los bienes materiales. ¿Cómo podrá brillar nuestra luz –y, por tanto, la luz de Dios–, si la oscurecen los intereses personales o las vanidades; si no nos preocupamos por tener suficiente aceite para las lámparas, como las vírgenes prudentes (cf. Mt 25,1-13)? ¿Cómo podremos ser sal de la tierra si no nos aferramos a la verdad del Evangelio y damos testimonio de ella, aunque el mundo entero la rechace? ¿No es así como la sal se vuelve sosa y el alimento espiritual queda desabrido?
En el ámbito de la Iglesia, darle a Dios el primer lugar significa cumplir el mandato misionero de Jesús de ir al mundo entero, anunciando prudente e intrépidamente el Evangelio a todas las gentes (cf. Mt 28,19), y no instalarse en este mundo como si fuéramos parte de él. En ningún otro nombre hay salvación; sólo en Jesús está la Redención (cf. Hch 4,12). Si la Iglesia coopera con instituciones mundanas y políticas en aras de crear un mundo mejor, pero para ello renuncia a su pretensión de verdad, nunca podrá alcanzarse esta meta. El anuncio de la verdad en Cristo no es, de ninguna manera, una posesión nuestra de la cual podríamos disponer; sino que es una misión sagrada. Por eso tampoco se lo puede relegar, pues la Iglesia está al servicio de la verdad que le ha sido confiada.
También el campo político vive de valores que han sido predeterminados por Dios, y no que tienen que ser diseñados de nuevo. Una política sin Dios está condenada al fracaso, porque no hay ninguna dimensión de la vida humana que pueda prescindir de Dios. Por eso, los católicos que estén activos en la política están llamados a actuar conforme a los lineamientos de la fe y su sistema de valores, para que así la política entre en contacto con la verdad del evangelio.
Entonces, no retrasemos el anuncio y el testimonio de Dios; no posterguemos la edificación de la Casa del Señor, como si primero habría que cumplir todos los requerimientos y necesidades humanas y recién entonces volvernos a Dios. ¡No! ¡Volvámonos totalmente a Él, y entonces el Espíritu de Dios lo ordenará todo y cada cosa ocupará el lugar que le corresponde! ¡Dios siempre primero!