Sir 2,1-11
Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. Endereza tu corazón, mantente firme, y no te angusties en tiempo de adversidad. Adhiérete a él, no te separes, para que seas exaltado en tu final. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en las humillaciones. Porque el oro se purifica en el fuego, y los que agradan a Dios en el horno de la humillación. Confíate a él, y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia, y no os desviéis, no sea que caigáis. Los que teméis al Señor, confiad en él, y no os faltará la recompensa. Los que teméis al Señor, esperad bienes, gozo eterno y misericordia. Fijaos en las generaciones antiguas y ved: ¿Quién confió en el Señor y quedó defraudado? ¿Quién perseveró en su temor y fue abandonado? ¿Quién le invocó y fue desatendido? Porque el Señor es compasivo y misericordioso, perdona los pecados y salva en tiempos de desgracia.
Quien quiera servir al Señor debe estar preparado para las pruebas, como empieza diciéndonos la lectura de hoy. La Sagrada Escritura nos presenta la realidad tal cual es. Para poder estar en la eternidad junto a Dios y a sus santos, es necesario aceptar y cooperar con la gracia recibida.
Al escuchar el término “prueba”, fácilmente nos incomodamos, nos rebelamos interiormente o nos asustamos. Pero la Escritura nos exhorta a enfrentarnos a tales pruebas con valentía y fortaleza.
Cuando afrontamos tiempos de tribulación es importante fijarnos en la intención de Dios. Las pruebas sirven para purificarnos, para que nuestra fe se vuelva firme y para que aprendamos a abandonarnos sólo en el Señor. Además de la dimensión personal, el sobrellevar las tribulaciones nos hace partícipes de un combate espiritual que va más allá de nosotros mismos. Así podemos cooperar con el Señor en el debilitamiento de las fuerzas del mal.
Consideremos, pues, las actitudes apropiadas para afrontar las pruebas. La lectura de hoy nos presenta la valentía y la firmeza.
Cuánto más ame un alma al Señor, tanto más valiente será. El miedo al esfuerzo, al sufrimiento, a los peligros o a las pruebas paraliza el alma del hombre. La valentía puede ser entrenada con la voluntad. No necesariamente se eliminarán estos temores, pero la valentía nos capacita para hacer lo que corresponde en cada situación, a pesar del miedo. Así, pues, la valentía supera el miedo y nos lleva a hacer lo correcto.
¡Es posible ser valientes en las pruebas! Por supuesto que podemos pedirle a Dios que nos ayude, exponer ante Él nuestros temores y suplicarle que nos fortalezca. Al mismo tiempo, hemos de tomar la decisión de perseverar en las pruebas, para que el don de la fortaleza que el Espíritu Santo nos infunde pueda hacerse eficaz. Este don viene a completar lo que nos falta de valentía, especialmente en las pruebas difíciles de la vida.
“Adhiérete a él, no te separes, para que seas exaltado en tu final” –nos dice Sirácides.
En los tiempos de prueba es aún más importante aferrarse al Señor; es decir, buscarlo en la oración, en su Palabra y en los sacramentos. Precisamente en esos momentos se nos presenta la tentación de descuidar la oración, de distraernos en otras cosas, etc. A pesar de que no sintamos nada en nuestro interior o percibamos que nuestro corazón está frío, por muy atribulados que nos encontremos: aferrémonos al Señor, como un niño pequeño se aferra a los brazos de su madre y, pase lo que pase, no la suelta. No debemos avergonzarnos de ser pequeños. Incluso en la etapa de adultez y entre las personas que llevan mucho tiempo en el camino del Señor, puede haber períodos en que nos sentimos débiles, como niños pequeños. ¡Dichoso el que entonces busca refugio en su amoroso Padre o en su Madre del Cielo! Es preferible estar conscientes de nuestra debilidad y buscar nuestro refugio en Dios, haciendo luego con valentía lo que nos ha sido encomendado; que confiar en nuestras propias fuerzas y a la hora de la prueba terminar abandonando al Señor.
Otro versículo más de la lectura de hoy hemos de escuchar con atención: “Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en las humillaciones.”
¡Cuánta sabiduría hay en estas palabras! Por supuesto que esto no nos impide discernir qué nos corresponde hacer por nuestra parte en cada situación; de lo contrario, correríamos el peligro de volvernos pasivos y de sentirnos impotentes frente a todo lo que nos sobrevenga.
Este pasaje se refiere a aquellas pruebas que el Señor nos manda o permite. El aceptarlas y dejarnos purificar por ellas, afrontándolas de forma espiritual, producirá grandes frutos. Entonces, no nos resistamos a las pruebas y tribulaciones; sino aprendamos a enfrentarnos a ellas de la forma correcta, teniendo esto siempre en mente: “Los que teméis al Señor, confiad en Él, y no os faltará la recompensa.”