Rom 4,13-17
En efecto, la promesa de ser heredero del mundo no se hizo a Abrahán o a su descendencia por medio de la Ley, sino por medio de la justicia de la fe. Pues si los herederos son los que proceden de la Ley, queda anulada la fe y abolida la promesa. De hecho, la Ley produce la ira; en cambio, donde no hay Ley no hay transgresión. Y por tanto, la promesa viene de la fe, para que, en virtud de la gracia, sea firme la promesa para toda la descendencia: no sólo para los que proceden de la Ley, sino también para los que proceden de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros -conforme está escrito: Te he constituido padre de muchos pueblos-, delante de Aquel a quien creyó, Dios, que da la vida a los muertos y llama a las cosas que no existen como si ya existieran.
En el capítulo 4 de la Carta a los Romanos, el Apóstol de los Gentiles repasa la figura de Abrahán, el padre de la fe. Su intención es hacer hincapié en que Abrahán no recibió las promesas de Dios en virtud de sus obras –es decir, por haber cumplido la Ley de Moisés–, sino por su fe y confianza en el Señor. Esto le fue imputado como justicia. Así, san Pablo enfatiza que la justificación es una gracia de Dios que Él quiso otorgar a Abrahán y a todos aquellos que «proceden de la fe de Abrahán».
Abrahán no dudó incrédulamente de la promesa de Dios, sino que se consolidó en la fe y glorificó al Señor con la firme convicción de que Él posee el poder de cumplir lo que ha prometido, por imposible que parezca. Esta fe le fue acreditada como justicia.
A partir de estas consideraciones, Pablo pasa a hablar de la fe en Jesucristo y concluye el capítulo 4 con las siguientes palabras:
“Y la Escritura no dice solamente por él [Abrahán] que le fue reputado, sino también por nosotros, a quienes ha de ser imputada la fe, a nosotros que creemos en Aquel que resucitó de entre los muertos a Jesús Señor nuestro, quien fue entregado por nuestros pecados, y fue resucitado para nuestra justificación” (Rom 4,23-25).
Es la fe en Cristo la que nos justifica y nos reconcilia con Dios. Todas las naciones están invitadas a abrazar esta fe. Las consideraciones teológicas de San Pablo sobre la desolación entre los gentiles y la infidelidad de los judíos han de llevarnos a acoger la gracia que Dios Padre nos concede en Cristo Jesús. Tanto los pueblos paganos como los judíos pueden recibir el perdón de sus pecados y alcanzar así la verdadera vida en Dios:
“Pero Dios demuestra su amor hacia nosotros porque, siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros. ¡Cuánto más, si hemos sido justificados ahora en su sangre, seremos salvados por él de la ira! Porque, si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por medio de la muerte de su Hijo, mucho más, una vez reconciliados, seremos salvados por su vida. Pero no sólo esto: también nos gloriamos en Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien ahora hemos recibido la reconciliación” (Rom 5,8-11).
En los siguientes versículos, San Pablo explica que, por la transgresión de un solo hombre —Adán—, vino el pecado y, por tanto, la muerte a todos los hombres. Toda la humanidad sufre las consecuencias, pues el pecado de Adán también supuso la pérdida del Paraíso que Dios había dispuesto para nosotros y que anhelamos en lo más profundo de nuestro ser.
Aunque las personas no conozcan esta doctrina, perciben que la vida en este mundo, con sus diversos sufrimientos y la muerte, no puede ser aquello para lo cual fueron creadas. El anhelo de redención y de un mundo mejor permanece en el ser humano, aunque no sea consciente de ello en su vida cotidiana. Ni siquiera habiéndose acostumbrado a los múltiples males de la tierra se extinguirá por completo la intuición de que la condición en la que vive no puede ser todo lo que la vida ofrece.
Dios ha trazado el camino para que el hombre descubra la verdadera vida, de modo que no tenga que permanecer bajo el dominio del pecado y de las tinieblas. Le ha allanado una senda hacia la vida eterna. Él mismo vino al mundo para redimirnos. Así lo expresa San Pablo:
“Por consiguiente, como por la caída de uno solo la condenación afectó a todos los hombres, así también por la justicia de uno solo la justificación, que da la vida, alcanza a todos los hombres. Pues como por la desobediencia de un solo hombre todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos” (Rom 5,18-19).
Dios decidió pasar por alto el tiempo de la ignorancia, cuando los gentiles podrían haber reconocido y honrado su presencia invisible a través de las obras de la Creación. También quiso pasar por alto las transgresiones de Israel, cuando no siguieron sus instrucciones.
En su Hijo Jesucristo, Dios quiere congregar a las naciones en la única fe verdadera, para que los hombres se salven y alcancen la vida eterna. Pero para que esta oferta de la gracia se vuelva eficaz en su vida, es necesario que cada persona la acepte.
Meditación sobre la primera lectura del día: https://es.elijamission.net/la-vocacion-de-san-juan-bautista/
Meditación sobre la segunda lectura del día: https://es.elijamission.net/el-testimonio-de-juan-2/