Habiendo meditado todo el Evangelio de San Juan y los Hechos de los Apóstoles, y después de haber dirigido nuestra atención al Espíritu Santo en el marco de Pentecostés, me gustaría detenerme en la Carta de San Pablo a los Romanos a lo largo de las próximas semanas. De todas sus epístolas, esta es la más completa y también se la conoce como el «Testamento de San Pablo». No leeremos todo el texto, sino solo los pasajes más importantes que se prestan para comentarlos.
Aprovecho la ocasión para recomendaros que leáis esta carta de San Pablo en su integridad y así pongáis en práctica el consejo de leer diariamente la Sagrada Escritura, que es tan provechosa.
Como siempre, encontraréis al final el enlace a una meditación sobre el Evangelio o la lectura del día, para quienes prefieran permanecer en este esquema.
Rom 1,1-7.13-17
Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios, que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas, acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro, por quien recibimos la gracia y el apostolado, para predicar la obediencia de la fe a gloria de su nombre entre todos los gentiles, entre los cuales os contáis también vosotros, llamados de Jesucristo, a todos los amados de Dios que estáis en Roma, santos por vocación, a vosotros gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
Pues no quiero que ignoréis, hermanos, que muchas veces me propuse llegar hasta vosotros -aunque hasta ahora no me ha sido posible- con la intención de recoger también entre vosotros algún fruto, al igual que entre los demás gentiles. Me debo a los griegos y a los bárbaros; a los sabios y a los ignorantes: de ahí mi ansia por llevaros el Evangelio también a vosotros, habitantes de Roma. No me avergüenzo del Evangelio, porque es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree, del judío en primer lugar y también del griego. Pues en él se revela la justicia de Dios de la fe hacia la fe, como está escrito: ‘El justo vivirá de la fe’.
Según los Hechos de los Apóstoles, Pablo fue enviado como prisionero a Roma tras haber apelado al César frente a las acusaciones de los judíos de Jerusalén (Hch 25,10-11). Según las Escrituras, allí «le fue permitido a Pablo vivir por cuenta propia con un soldado que le custodiara» (Hch 28,16) y pudo predicar el Evangelio «sin ningún estorbo» durante un tiempo (v. 31). Probablemente escribió la Carta a los Romanos durante su estancia de tres meses en Grecia, específicamente en Corinto, el centro de su misión en Grecia (cf. Hch 20,2).
Pablo inicia su carta presentándose como apóstol designado por el Señor Resucitado para anunciar el Evangelio y predicar la obediencia de la fe entre los gentiles. Aquí nos encontramos con un concepto que Pablo empleará una y otra vez y que es importante interiorizar, tanto para nuestra propia vida de fe como para la transmisión de la fe. La salvación a través de Jesucristo, que el amor de Dios nos ofrece, es un regalo inmerecido de pura gracia. Pero, puesto que Jesucristo es el único camino de salvación y Él mismo es la verdad, es necesaria nuestra respuesta de obediencia.
Por tanto, no se trata de una entre muchas ofertas de salvación, entre las cuales podemos elegir la que más nos plazca. Antes bien, su rechazo siempre tendrá consecuencias. Aunque, sin duda, nuestro Padre espera con gran paciencia al hombre y conoce caminos para ofrecer la salvación a aquellos que no han tenido la gracia de recibir el anuncio del Evangelio de forma auténtica, sigue siendo válido lo siguiente: si alguien se cierra deliberadamente a la verdad, Dios no puede penetrar en él con su amor ni modelar su vida, pues no ha entrado en la «obediencia de la fe».
Tampoco una persona que permanece en el error puede asimilar la gracia de Dios. Sin duda, Dios seguirá cortejándola con su amor y hará todo lo posible para conducirla a la obediencia de la fe, pero, al fin y al cabo, es decisión de cada uno si responde al llamado que Dios le dirige y subordina su vida a él.
Los cristianos de Roma habían respondido al llamado del Señor y Pablo sentía un profundo anhelo de reunirse con ellos “con la intención de recoger también entre vosotros algún fruto, al igual que entre los demás gentiles. Me debo a los griegos y a los bárbaros; a los sabios y a los ignorantes: de ahí mi ansia por llevaros el Evangelio también a vosotros, habitantes de Roma”.
A continuación, nuestro santo Apóstol pronuncia una frase que debería arder en nuestro corazón y llevarnos a la reflexión: “No me avergüenzo del Evangelio.”
¿Será que hemos comenzado a avergonzarnos del Evangelio y ya no anunciamos al Señor con plena convicción? ¿Será que nos avergonzamos de decir toda la verdad frente a los miembros de otras religiones y en el ámbito ecuménico? ¿Será que estamos empezando a disculparnos de alguna manera por ser católicos y por haber llamado a todos los hombres a la Iglesia, mientras que ahora preferimos decir que cada cual puede encontrar a Dios a su manera?
Ciertamente, el Evangelio no debe anunciarse con una falsa actitud de superioridad ni recurriendo a métodos equivocados. Pero es un encargo que hemos recibido, como atestigua Pablo en la introducción a su carta. Es el Señor quien nos lo ha encomendado. Por tanto, lo que el Apóstol de los Gentiles escribe a la iglesia de Roma cuenta para todos los tiempos: “El Evangelio (…) es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree, del judío en primer lugar y también del griego. Pues en él se revela la justicia de Dios de la fe hacia la fe, como está escrito: ‘El justo vivirá de la fe’.”
Meditación sobre la lectura del día: https://es.elijamission.net/los-celos-del-apostol/
Meditación sobre el evangelio del día: https://es.elijamission.net/padre-nuestro-2/